Llega el momento de echar por última vez la vista atrás y revisar el cine que vimos a lo largo del 2018. El año empezó fuerte, después pareció que se desinflaba, y volvió a tomar vuelo en el último tercio, una tendencia que se nos antoja recurrente. En cualquier caso, hemos podido extraer una selección de películas que nos parecen realmente buenas y que, tal vez a causa del ambiente que se respira, tienen un marcado tono existencial. Todas ellas retan a nuestro estado de ánimo, pero también nos enriquecen profundamente en el proceso. Ordenadas más por el impacto emocional del primer visionado que por cualquier otro criterio, son las siguientes:
- Call me by your name de Luca Guadagnino
- El hilo invisible de Paul Thomas Anderson
- Killing de Shinya Tsukamoto
- Lo que esconde Silver Lake de David Robert Mitchell
- Tres anuncios en las afueras de Martin McDonagh
Como siempre, varias películas se han quedado a las puertas. En esta ocasión, nos han hecho dudar especialmente las redondas Cold War de Pawel Pawlikowski y Un asunto de familia de Hirokazu Koreeda. Pero también vale la pena considerar la divertida Isla de perros de Wes Anderson; las aportaciones de Steven Spielberg, Los archivos del Pentágono y Ready Player One; el contundente Michael Haneke de Happy end; la pureza de Lazzaro feliz de Alice Rohrwacher; la locura de The night comes for us de Timo Tjahjanto; el revival de La noche de Halloween de David Gordon Green; los relatos de americana contenidos en The Florida Project de Sean Baker y The rider de Chloé Zhao; o las ilusiones de Brigsby bear de Dave McCary y One cut of the dead de Shinichirô Ueda.
Por otro lado, se nos han escapado El león duerme esta noche de Nobuhiro Suwa, Caras y lugares de Agnès Varda y Jean René, Amante por un día de Philippe Garrel, Mary y la flor de la bruja de Hiromasa Yonebayashi, El capitán de Robert Schwentke, First Man de Damien Chazelle, Las distancias de Elena Trapé, Entre dos aguas de Isaki Lacuesta o Spider-Man: Un nuevo universo de Bob Persichetti, Peter Ramsey y Rodney Rothman. Nadie es perfecto.
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