Si bien el título español de lo último de Hirokazu Koreeda -en un aparente intento por suavizar el original Manbiki Kazoku (algo así como Familia de ladronzuelos)-, podría parecer más bien el de un filme de gángsters, también es verdad que podría usarse para encabezar un libro sobre el director. Porque el japonés ha dedicado más de la mitad de su filmografía a diseccionar la familia a través de múltiples formas y configuraciones, ofreciendo variaciones sobre un mismo tema en pos de la búsqueda de su significado profundo. Y así ocurre también en su última película, en la que sigue a un grupo de personas -mejor no ahondar en los vínculos que unen a los diversos personajes para no estropear un primer visionado- que conforman una peculiar unidad familiar muy apartada de la imagen que nos viene a la cabeza cuando pensamos en un país como Japón.
Porque esta familia se dedica a la pura y dura supervivencia, rateando en tiendas de barrio, rascando algo de dinero de trabajos precarios, haciendo cuentas con míseras pensiones… y, a pesar de las dificultades inherentes a su situación, llevándolo con una total naturalidad y falta de autocompasión. Más aún, su manera de entender la vida parece conformarse alrededor de este permanente apurar los escasos recursos disponibles. Y esa constante tensión es precisamente lo que los une y los configura como núcleo de convivencia. Pero claro, hay más bajo la superficie. Y en el centro, como en tantas otras ocasiones, los niños. Unos niños que no viven la infancia que les tocaría, y que caminan por la cuerda floja, en una precoz búsqueda de su identidad y de su lugar en el mundo.
En la forma como se plantean estas cuestiones, en cómo Koreeda explora la soledad, incluso a las edades más tempranas, en que se pregunta sobre qué nos hace formar parte de un grupo, sentirnos integrados y desarrollar unos vínculos tan intensos como los familiares, es donde brilla Un asunto de familia. Y lo hace con su enfoque habitual, centrado en lo cotidiano, en un cierto preciosismo de lo común (es uno de los pocos cineastas que todavía se permite rodar en 35 mm, algo que sin duda aporta a la película una pátina de verdad atemporal difícil de explicar), y planteando situaciones ciertamente dramáticas sin apretar al espectador. Un asunto de familia atrapa porque es profundamente humana y transparente, y sobretodo porque explora a unos personajes ambiguos no desde la condescendencia o el enjuiciamiento, sino desde la comprensión.
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