El arranque de «Los mercenarios 2» es apoteósico para cualquiera que sepa a lo que va: a jugar en la partida metacinematográfica que ideó Sylvester Stallone -cineasta más inteligente de lo que se le supone- hace un par de años. Una apertura que es una oda a lo cafre más ‘vieja escuela’ elevado a la enésima potencia, y con la que cuesta no soltar alguna carcajada.
A partir de ahí, y como ocurriera ya en la primera entrega de la franquicia, la autoconsciencia, la autoparodia, el autohomenaje, e incluso algo de autocrítica, van a ir desfilando a lo largo de una cinta no apta para aquellos que no sientan cierta admiración por este grupo de héroes de acción dos y tres décadas fuera de su tiempo, y de los cuales Jason Statham es seguramente el único heredero real -no por casualidad actúa su personaje como sidekick de Stallone.