Mientras Eric Packer se pasea por una ciudad hipercapitalista y al borde del caos en su limusina privada –nada más alejado de la ciencia ficción, a pesar del tono onírico que impregna el relato-, Cronenberg aprovecha para introducir en “Cosmopolis” todas las constantes de su cine: la violencia, la obsesión, la relación entre hombre y tecnología, el sexo, la muerte…
Pero, en esta ocasión, se ahoga en ellas. El libreto, adaptado de la novela homónima por el mismo director, es tremendamente discursivo, saltando continuamente entre conversaciones de alta densidad que diseccionan temas interesantes no siempre del modo más interesante y, en cualquier caso, sin conseguir conjugar el global y cayendo finalmente en la monotonía.