El fin de semana en el Festival encontramos hueco para acudir a encuentros con dos de las figuras destacadas de esta edición: el director Edgar Wright, que el año pasado presentó aquí Última noche en el Soho y The Sparks Brothers, y este año recoge premio a su trayectoria; y el actor Robert Englund, icono indiscutible del fantástico ochentero y objeto del documental Hollywood Dreams & Nightmares: The Robert Englund Story (Chris Griffiths y Gary Smart). Del primero queda reconfirmada su condición de apasionado devorador de las artes populares y su apuesta personal por seguir siendo un espectador de salas (quien lo siga en redes sociales ya lo sabrá), además de no cerrar la puerta a una nueva colaboración con Simon Pegg, siguiendo la estela de su Cornetto Trilogy. Del segundo destaca su humildad al aceptar con gratitud el papel claramente preeminente que ha adquirido Freddy Krueger en su filmografía, además de la voluntad de pasarlo bien y aceptar los proyectos como le vienen y sin apreturas.
Estas paradas, aún así, no nos impiden ver también algunas películas. Un poco por llenar hueco, nos acercamos a Diabolik de Antonio y Marco Manetti, adaptación de un clásico cómic italiano, que en su día ya llevó a la gran pantalla el mismísimo Mario Bava (Danger: Diabolik, 1968). Contra todo pronóstico, esta cinta de atracos y villanos convertidos en los héroes de la función es de lo más resultona. Hay un verdadero esfuerzo por reproducir el feeling sesentero de la historia y los Manetti comienzan ya con buen pie al presentar el título de la película en un cuadro fantásticamente compuesto como si fuera la portada de un fumetto. Uno no puede evitar a partir de ahí recordar las aventuras del ladrón Lupin III o los Ocean’s de Steven Soderbergh. Y eso quiere decir entretenimiento con estilo y sin complicaciones. Si acaso, se echa en falta algo de colorido en las imágenes de Diabolik, pero sus característicos recursos fílmicos y los personajes y diálogos chispeantes desde un enfoque decididamente pop la convierten en una sólida muestra de cine comercial, que parece tendrá continuidad en breve.
Rescatamos también una nueva película de la sección Seven Chances, que este año vamos a ver casi al completo. Y es que proyectan una copia de Los depredadores de la noche de Jesús Franco (1988). Sentimos especial devoción por el cine de Franco, por su pasión y libertinaje productivo y creativo, y aquí se nos presenta con una nueva serie B (cómo no), en la que un cirujano estético tiene como misión personal recomponer el rostro desfigurado de su hermana. Misterio light, explotación, erotismo, violencia (con unas sorprendentes notas de gore), algunas ideas idas de madre, puntos de bendita mala leche, un presupuesto que se intuye más generoso de lo habitual y apariciones curiosas como la de Christopher Mitchum (hijo de Robert), Caroline Munro (que el año pasado recuperábamos en El aullido del diablo de Paul Naschy -1987-) o un cameo de Telly ‘Kojack’ Savallas. En definitiva, hora y media de disfrute marca de la casa, que agradará a propios y sorprenderá a extraños sin prejuicios.
Por último, tenemos Hunt, otra de las destacadas coreanas de esta edición, y la que más expectativa ha generado, puesto que supone el debut en la dirección del actor Lee Jung-jae, que ha ganado popularidad en nuestro país gracias a la serie El juego del calamar (por más que lleva años en el ajo y aquí lo habíamos visto en cosas como Assassination -2015- o The thieves -2012-, ambas de Choi Dong-hoon). Hunt resulta un debut impresionante, una intriga de espionaje ambientada en los años ochenta, en que la paranoia por la tensión con Corea del Norte se apoderó de la propia vecina del sur. Investigaciones y contrainvestigaciones, contundentes escenas de acción, drama y clima hipertenso en un largo en el cual no hay vencedores y que permite reflexionar sobre los extremos de absurdidad a los que puede llegar el ser humano. Jung-jae comparte además protagonismo con Jeong Woo-seong (que vimos el otro día en A man of reason) en un duelo de alta intensidad, y el retrato de esta etapa tan apasionante como opresiva de la historia asiática nos hace recordar lo que disfrutamos también hace unos años con The Spy Gone North (Yun Jong-bin, 2018).