El final es inminente, de forma que no hay que perder ninguna oportunidad de ver cine. A primera hora, somos una multitud los que nos personamos religiosamente en el Auditori para ver la obra escogida como cierre del Festival, «Looper«, de Rian Johnson. Esta película de suspense sobre viajes en el tiempo será, prácticamente sin duda, el blockbuster de más calidad del año. Entre otras cosas, porque es un blockbuster medido, en el que no se gastan millonadas porque sí, en que los medios están siempre supeditados a la historia y a los personajes. Johnson no teme dar a éstos últimos todo el protagonismo que merecen, transformando el tramo central de la película prácticamente en un drama, dándole una cadencia poco habitual para un producto de estas características, dotando de profundidad al conjunto. Es tal vez una de las mejores muestras de ciencia ficción desde «Minority Report» (S. Spielberg, 2002), a la cual me trae fuertes reminiscencias, que se completan con ingredientes de «Terminator» (J. Cameron, 1984) e incluso «Akira» (K. Otomo, 1988). Resulta además curioso ver a Joseph Gordon-Lewitt encarnar a un joven Bruce Willis, copiando con maestría los tics propios de éste (y, por ende, rendiéndole la pleitesía correspondiente por antigüedad), recuperar a Willis en una película donde está en su salsa y completar la función con la fuerte presencia de Emily Blunt, o un añorado -y tal vez el único desaprovechado- Jeff Daniels.
Lo coreano está en voga, de eso no hay duda, y «The thieves» es una nueva muestra de ello. Estamos hablando de un «Ocean’s Eleven» (S. Soderbergh, 2001) pasado por el correspondiente filtro asiático, y al cual se le va añadiendo, conforme avanza la trama, un componente épico, algo que se intuye ante la duración superior a las dos horas, a priori algo excesiva para una trama de esta ligereza. El caso es que la cinta engancha; su tono colorista, tanto a nivel visual como actoral, le dan vida al conjunto y permiten pasar un buen rato acompañando a esta pandilla de delincuentes, a los que se acaba cogiendo cariño. El minutaje sigue siendo, seguramente, algo extendido, pero Choi Dong-hun cumple con nota su cometido. Por en medio, alguna escena de acción para el recuerdo, al más puro estilo Jackie Chan, y un par de golpes de efectos de lo más resultón.
Debemos ir a comer sin perder demasiado tiempo y, aún así (retrasos del sector restauración), llegamos con la lengua fuera y la proyección comenzada a «Qué pelo más guay», una desinhibida comedia a la que me dejo arrastrar tras ver las positivas reacciones hacia «Mi loco Erasmus», con la que comparte espacio en la programación. Sinceramente, no soy capaz de emitir un juicio ajustado sobre la película, que en su primer tramo se me antoja excesivamente teatral y con un humor brillante en su absurdidad en ocasiones, así como extrañamente forzado en otras. El resto, ocurre entre las sombras de una siesta.
Me quedo en el espacio del Prado para recuperar un clásico patrio que me han recomendado. Se trata, ni más ni menos, que de «Vida en sombras«, la única película del sabadellenc Lorenzo Llobet-Gràcia, estrenada de forma limitada en 1949 y restaurada por segunda vez este mismo año (30 años después de una primera restauración), trabajo que vienen a presentar desde la Filmoteca de Catalunya. El resultado es estupendo. La calidad de imagen es muy notable a pesar de ser el material de base una película de 16 mm: limpia y estable, mientras que el sonido deja más que desear (aunque, tratándose de esta época, seguramente el original no fuera para echar cohetes). La película es una absoluta obra maestra, un drama con Fernando Fernán-Gómez y María Dolores Pradera que habla del amor (a las personas y al cine) con una delicadeza extrema y que, funcionando casi a modo de set pieces, construyen la historia de su protagonista de forma impecable, haciendo uso de los recursos cinematográficos con una exquisitez poco común en nuestro cine. Probablemente, la proyección más bonita de todo el Festival.
Grasso error, tras el subidón de la anterior proyección, animarme a ver lo nuevo del prestigioso Guy Maddin con quien, la verdad sea dicha, no he tenido contacto previo. Aquí ataca con «Keyhole«, que me parece una soberana estupidez, y que se gana el título a lo peor del certamen. Admiro a los que se atreven a aplaudir al final de una proyección insoportable para los sentidos, con un nivel tan alto de esquizofrenia en el ritmo de planos (mezclado con otros recursos para acentuar su efecto supuestamente catatónico) que alteraría al más pintado. Lo peor es que no se capta un sentido tras esta elección. Lo enfermizo de la puesta en escena y de la apuesta formal no se justifica con el tono fantasmagórico del abstracto conjunto, se excede a la hora de manifestar un hipotético caos o confusión mental, que es el mensaje que creo captar tras todo el experimento. Muy suyo, sin duda, muy atrevido, tal vez, pero también peligrosamente superfluo y autocomplaciente.
Tras la densidad de imágenes con la que he sido bombardeado, no me quedan ánimos para visionar la previsiblemente dura de roer -a la par que interesante- «Post Tenebras Lux», de forma que decido, a última hora, decantarme por un producto mucho más ligero, «When the lights went out«, que se me antoja una historia de casa encantada con cierto gancho. No responde a mis expectativas. Con algunos destellos salteados, y a pesar de contar con unas solventes interpretaciones, la película de Pat Holden está demasiado vista, no se encuentra nada auténticamente genuíno en ella, más allá de múltiples referencias conjuntadas con mayor o menor gracia. El global resulta desgraciadamente anodino, y algo me dice que de tan manida receta hubiera podido salir algo más jugoso. Poca cosa que comentar.
La hora de resarcirse llega con uno de los divertimentos más publicitados del Festival, «The ABC’s of death«, una película de episodios realizada por 26 directores que van desde el patrio Nacho Vigalondo hasta el serbio Srdjan Spasojevic, pasando por Jason Eisener o Tak Sakaguchi. Como es de prever, el nivel es diverso, pero como también vaticinaba Vigalondo al inicio, «si os gusta, disfrutad, si os parece una mierda, ¡pensad que sólo dura cinco minutos!». La película pasa volando, y la concatenación de piezas brevísimas se lleva de forma sorprendentemente llevadera tras la sensación de «10+10» el otro día. Se hacen querer algunos cortos de trasfondo crítico; otros que tiran del componente metacinematográfico con notable gracia; el ganador de un concurso por aparecer en la película, «T is for Toilet«, en divertido stop motion… Sorprenden algunos ciertamente atrevidos por su dureza o (y) el último y delirante segmento, dirigido por el tronado Yoshihiro Nishimura, que dispara su mejor creación desde la ya mítica «Tokyo Gore Police».
Tras ver las películas programadas para las maratones del último día del Festival, y previendo una propuesta bastante discreta en el caso de la sesión 3D que tengo apalabrada, no puedo resistirme a asistir a la maratón de madrugada dedicada a los zombis. Si he de caer del sueño, que sea a la mañana siguiente. Pero para equilibrar contenido, y con la excusa de que ya estamos en domingo, hablaremos de ello en otro momento.
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