Crónica Sitges 2018 (V): Sólo para valientes

Casi cada año hay en Sitges lo que llamamos ‘la sesión de los valientes’, esa que se presenta como un reto para la audiencia que solo unos pocos se atreven a encarar. Y siempre que podemos nosotros nos tiramos de cabeza. En esta ocasión la escogida es Season of the devil, un musical filipino -en el programa dice con mala leche opera rock– en blanco y negro de cuatro horas. Poca gente pondría en duda que más que una película se trata de una prueba de resistencia en toda regla. Y en cierta forma así está planteada. Porque Season of the devil de Lav Diaz se presenta como un homenaje a las víctimas reprimidas durante la Ley Marcial de los 70. Y como tal se articula alrededor de letanías constantes, canciones que son un lamento, temas desnudos de instrumentación que se van repitiendo a lo largo de la historia con pequeñas variaciones.

Militante de principio a fin, la película es valiente y sincera, desde luego la propuesta más radical del festival. Pero también una en la que resulta muy difícil entrar. De ritmo pausado y encuadres amplios y compuestos con gusto, la cinta se desarrolla con aridez, y es fácil hallarse ensimismado en los propios pensamientos en vez de atendiendo a lo que ocurre en la pantalla. Diaz introduce elementos arriesgados, que pueden resultar hasta graciosos, y todo el conjunto transita por una línea muy fina que podría caer fácilmente en el ridículo. Pero tal vez por pisar esos terrenos artísticos peligrosos consigue algo verdaderamente auténtico. Obra mastodóntica, Season of the devil es tan interesante como difícil de digerir, y desgraciadamente no nos deja la marca que intuimos podría. En nuestra defensa (y de la película) diremos que proyectarla a las nueve de la mañana es prácticamente un acto de traición. En la sala apenas somos una veintena de personas, y a la salida nos hemos quedado a la mitad. Lo dicho, sólo para los valientes.

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Por diversas circunstancias, durante la jornada sólo veremos una película más. Así que aprovechamos para hacer un repaso a algunas cintas que no hemos podido cazar a lo largo de esta edición del festival, pero que consideramos destacadas. Las razones principales suelen ser los cuadrantes demoníacos que hacen a unas películas pisarse con otras, o los horarios intempestivos de las sesiones, que se hacen incompatibles con las franjas a las que nos abocan las condiciones del pase de prensa. Dicho lo cual, allá van nuestras propuestas adicionales:

  • In fabric, dirigida por Peter Strickland, de quien ya vimos Berberian Sound Studio (2012) y The Duke of Burgundy (2014)
  • Human, Space, Time and Human, porque a Kim Ki-duk hay que tenerlo siempre en cuenta
  • The house that Jack built, porque aunque evitamos a Lars von Trier voluntariamente tras sufrir Nymphomaniac (2013), parece que el consenso general señala su nueva película como obra maestra
  • Blue Velvet revisited, para los que sientan curiosidad sobre los entresijos de la icónica e imprescindible película de David Lynch
  • 10 Years Thailand, que contiene un segmento dirigido por Apichatpong Weerasethakul
  • Mirai, dirigida por Mamoru Hosoda, que no nos da más que alegrías con cosas como Los niños lobo (2012), El niño y la bestia (2015)…

Podríamos seguir, pero no es cuestión de apabullar. Ya habrá tiempo de más.

El caso es que para suavizar un poco la experiencia de la mañana acabamos metidos en The spy gone North, una de suspense ambientada en los años noventa, con una trama de espionaje y manipulación política entre las dos Coreas. Una interesante lección de historia, efectiva a nivel narrativo y emocional, tan solvente como lo suelen ser los thrillers coreanos de sus características. Dirige Yun Jong-bin, que ya nos trajo Nameless Gangster (2012), y nos hace recordar en cierta manera El hombre de las mil caras (A. Rodríguez, 2016). Pero mientras ésta se hacía reiterativa y falta de salsa, The spy gone North lleva la tensión en su mismo ADN, porque su protagonista está metido en la auténtica boca del lobo. La sensación de peligro es aquí casi constante, y además transpira trascendencia. Porque hablamos al fin y al cabo de una tensión verdadera entre dos países con una guerra reciente de por medio, armamento nuclear en su poder, y uno de ellos con uno de los regímenes más férreos e imprevisibles del planeta. Pero es que a la vez, se destapan aquí ciertos tejemanejes del poder que hacen replantearse algunas cuestiones geopolíticas, que demuestran una vez más que no hay límites a la hora de manipular a las masas, y que añaden más interés a la cinta, sorprendente por tocar un tema tan delicado. Si fuera poco, el final da incluso para soltar alguna lagrimilla. En definitiva, todo lo que se puede esperar de una buena cinta de entretenimiento.

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