Crónica Sitges 2021 (V): El poder de la carne

Vamos a optar por empezar a ahorrar rollo con respecto a las películas que nos han dejado fríos o fritos, y que empiezan a ser un puñado en esta segunda semana del festival. Por ejemplo, Bob Cuspe – Nós Não Gostamos de Gente, un nuevo stop-motion con buena técnica pero sólo apto para fans del autor de cómics al que homenajea, dado que adolece de falta de escenarios y personajes, lo que la hace caer en la monotonía, rematada por una trama bastante redundante. O Luzifer, un relato de dos personajes aislados en la montaña y en su cerrada espiritualidad, que cuenta con unas actuaciones contundentes en su fisicidad y en lo enfermizo de sus dinámicas, acompañadas de un entorno imponente, pero que está planteada como un auténtico reto para el espectador, para quien la verdadera prueba acaba siendo el simple hecho de aguantar la aridez del metraje hasta el final de la proyección. También vimos Knocking, una pieza minimalista bien ejecutada, pero que acaba siendo un artefacto para lanzar el eslógan ‘yo sí te creo, hermana’, y que nos despierta la inquietud sobre por qué no nos funcionan este tipo de propuestas; la respuesta, pensamos, es tal vez el hecho de que estén construídas con la misión principal de transmitir un mensaje político, ideológico, ético o moral, más que el de contar una historia de la cual el espectador pueda extraer ideas propias. Para acabar con esta batería, Seance, que pese a contar en la dirección con el guionista Simon Barrett (You’re next -2011-, The guest -2014-), resulta una propuesta formulaica, con protagonistas sin carisma y con perenne cara de asco, giros sin gracia, escenas que pierden la fuerza por la boca… Un intento de terror de internado, en cuyas instalaciones no apetece quedarse…

Momento para el revival. La retrospectiva de esta edición nos permite disfrutar en el cine Prado del clásico de la Universal El hombre lobo (George Waggner, 1941). Se mantiene como una película encantadora, que se afana en aunar en su relato superstición y ciencia, que fluye en todos los aspectos superando claramente a otras muestras de la productora como el Drácula de Tod Browning (1931), que también pudimos ver anteriormente en esta misma sala. Es en definitiva una historia de amor trágico, que demuestra interés en la psicología de sus personajes y que se lo hace pasar realmente mal al pobre de Lon Chaney. Mucho más moderna es El aullido del diablo, de Paul Naschy/Jacinto Molina (1987), ésta recuperada para la sección Seven Chances. Es una de esas proyecciones especiales, ya que la película apenas si se ha visto (un par de emisiones por TV y una proyección en la Filmoteca), con lo que se trata de una auténtica rareza, que viene a presentar el hijo del mismo Naschy, que además aparece en la cinta de niño. El aullido del diablo es la quintaesencia del cine con alma: hecho de forma familiar, con bajo presupuesto, pero transmitiendo el carácter de su autor. Se trata de un homenaje sentido a la pasión que alimentaba a Molina, encarnada en esos mismos monstruos de la Universal y el refugio que representan para el espectador, transpira resquemor por el nuevo statu quo del cine español (que por aquellos años renegaba el cine popular de género), pero también inquebrantable amor por el oficio. Una historia pequeña, llena de cameos, sexo y asesinatos, con sus momentos surrealistas, giros de guión, y que no teme a la transgresión y la mezcolanza. Cualquier aficionado la recibirá con los brazos abiertos porque, aún con sus deficiencias (que el presentador remarcó en un excesivo acto de prudencia), representa muchas de las cosas por las que amamos el cine fantástico y de terror.

Toca detenerse en Halloween Kills, película que, si bien no recibe muy buena acogida, es sin duda una de las que esperábamos con más ganas en esta edición tras las buenas sensaciones que nos dejó su antecesora. El director de este revival de la saga, David Gordon Green, continúa la historia donde la dejó en 2018, y sigue haciendo un esfuerzo encomiable por aportar algo que, en esta ocasión, no acaba de maridar del todo. El problema es seguramente que tiene que hacer malabares con demasiadas cosas: profundiza en las referencias al clásico de 1978 de John Carpenter, mientras que es secuela directa e inmediata temporalmente de la anterior entrega, está llamada a ser la parte intermedia de una trilogía, y a la vez necesita funcionar como slasher por sí solo, y se preocupa por aportar alguna idea nueva que justifique su existencia. El resultado es un pequeño monstruo de Frankenstein, no siempre acertado en su estructura y montaje, si bien brilla en momentos concretos, y evita caer en el desastre por el evidente amor que el guionista y director (que es bastante competente al fin y al cabo) siente por su material de base. Así pues, Halloween Kills resulta decepcionante tras Halloween (2018). Temas como la crítica a la América ‘trumpista’ quedan integradas de manera regular aunque engarcen bien con el nuevo giro conceptual que Green le da a su criatura, Laurie Strode está bastante fuera de juego, pero Michael Myers sigue siendo un monstruo magnético y la banda sonora del mismísimo Carpenter (asociado con su hijo) ameniza la velada. Es posible que esta secuela gane con los años, y da la sensación de que la conclusión a la saga, Halloween Ends, que se lanzará el año que viene, todavía puede enmendar el conjunto dejando el buen sabor de boca que sin duda merece.

Y tras la sesión nocturna de un lunes ‘cualquiera’, acabamos con la del martes. Sentamos las posaderas otra vez en el Auditori y disfrutamos de una de las sorpresas del festival, Barbaque, una sensacional comedia negra en la que un matrimonio de carniceros en crisis tiene la peregrina idea de aprovechar el tirón del veganismo… Lo mejor de Barbaque, del humorista francés Fabrice Eboué (que también co-escribe y protagoniza), es que no tiene miedo a lo políticamente incorrecto, y lanza chistes a diestro y siniestro sobre temas a veces sensibles, que seguramente ofenderán a diez colectivos diferentes, pero que debemos celebrar porque, por una vez, no toman al espectador por imbécil. La película es chispeante, de ritmo imparable, pareciera que venga a suplir la ausencia de Quentin Dupieux este año, pero pisando el acelerador y con un extra de mala leche. Es la versión cómica y cotidiana de Sweeny Todd y, por una noche, todo el mundo aplaude y sale sonriente del hotel Melià.

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