Nos encanta el olor a sordidez por la mañana. Así que no dudamos en acercarnos al Auditori para ver lo nuevo de Yorgos Lanthimos, una de nuestras películas más esperadas de esta edición. Para los que no conozcan al cineasta griego, les situaremos diciendo que la sordidez que maneja Lanthimos no es sucia sino aséptica, no es directa y evidente sino cocinada a fuego lento, por lo bajini. Y causa una gran incomodidad porque toca cuerdas casi invisibles de nuestro cerebro. Eso es lo que nos encontramos en The killing of a sacred deer, de nuevo protagonizada por Collin Farrell (tras la anterior Langosta -2015-), y subiendo al carro a la mismísima Nicole Kidman. Las señas de identidad que viene trabajando el director continúan presentes en su nueva historia, y el entorno hospitalario y de familia acomodada le sirve para remarcar algunas de sus filias a la hora de encuadrar, acercándose por momentos al cine de Kubrick (el extremo de esa tendencia lo encontramos en algunos pasajes en que parece que Kidman estuviera de nuevo dentro de Eyes Wide Shut -1999-). Los personajes siguen pareciendo cuasi autómatas con las emociones capadas, el ritmo es de sesión de hipnosis, y el fantástico se cuela por las rendijas sin apenas avisar ni notarse, pero con consecuencias contundentes dentro de la trama. Puede que The killing of a sacred deer no sea tan afinada como Langosta, pero va camino de convertirse en una de las propuestas más interesantes del festival y, desde luego, en una de las más personales.
Seguimos la mañana recuperando el Drácula de la Universal, el clásico de 1931 dirigido por Todd Browning (y que seguro debe ser el favorito de Del Toro). Como sorpresa, el historiador que viene a presentarla comenta que al parecer Browning prácticamente no tomó decisiones durante el rodaje, cuyo peso recayó sobre el director de fotografía (ni más ni menos que el mítico Karl Freund). El paso al cine sonoro le estaba jugando una mala pasada al futuro realizador de Freaks (1932). En cualquier caso, el resultado se convirtió en todo un hito y en la génesis de la panda de monstruos que llevó al éxito a su productora, y por ende al género fantástico. Vista a día de hoy, hay que reconocer que a Drácula le pesa el paso del tiempo. Ya no solo por unos efectos especiales lógicamente desfasados, sino porque exuda un aire excesivamente teatral y algo acartonado. Por otra parte, conserva un encanto innegable y no pocos elementos de interés, entre los que se cuenta esa eterna mirada ávida de sangre de Bela Lugosi. Qué duda cabe que el Nosferatu de Murnau (1922) y el posterior Drácula de Terence Fisher (1958) le dan veinte vueltas a esta versión del relato. Aún así, sigue siendo un imprescindible.
De vuelta al presente, nos dirigimos al Retiro para descubrir qué trae bajo el brazo el japonés Masaaki Yuasa, hombre de animación que nos despierta considerables expectativas después de conocerlo a través de la demencial Mind Game (2004) y el corto Kick-Heart (2013). Este año se presenta con dos producciones en el festival, y la de hoy es Night is short, walk on girl. Podemos decir con alegría que Yuasa lo ha vuelto a hacer. Su anime tiene el ritmo y la energía de una locomotora, arranca por todo lo alto y no te suelta hasta el final. Lleno de ideas locas, este periplo a través de una noche en Kyoto que parece no tener fin esconde, bajo su extravagancia y ligereza, un buen puñado de ideas muy interesantes. Es, de hecho, una de sus grandes bazas: parece una chorrada, pero no lo es en absoluto. Y no tiene problemas en ser rabiosamente divertida, exagerada y totalmente desvergonzada para con sus ocurrencias. Por poner un ejemplo, queda ya para el recuerdo lo que en la película se bautiza como la danza sofista. ¿Suena a chino? Esto es solo el principio.
Con un buen rollo que nos dura toda la tarde, se nos cae el mundo al suelo cuando llegada la noche nos plantifican delante The biggest thing that ever hit Broadway – Redux. No nos extenderemos con ella porque no merece la pena. Sólo decir que ya nos ponemos en alerta cuando el productor menciona en la presentación que si aguantamos la primera media hora iremos bien, que es como pretender que se trata de una experiencia desafiante para el público cuando en la práctica está avanzando que nos enfrentamos a un absoluto desastre cinematográfico. Este esperpento con ínfulas trata de colarnos basura bajo pretexto de cine underground y atrevido, que combina la estética del cine mudo con momentos musicales. Pero del underground solamente tiene la cutrez, y por lo demás es un despropósito narrativo, estético, y en definitiva un completo atentado contra las neuronas del personal. Lo de la media hora es una farsa, a partir de ahí es peor todavía por simple efecto acumulativo. Salimos de la sala antes del final.
Afortunadamente, nos decidimos en el último momento a asistir al evento nocturno del día. En celebración de sus 25 años, se proyecta a lo grande Terminator 2: el juicio final, y en 3D para más inri. No hay mucho que decir sobre la cinta que no se haya dicho ya, pero volveremos a afirmar que el tiempo no pasa por lo que es ya un clásico moderno con todas las de la ley, que es sorprendente la conversión a tres dimensiones que se han marcado, que es una de las cintas de terror -sí, terror- más efectivas de la historia, posiblemente la mejor de acción, y que ojalá James Cameron vuelva a rodar algún día algo tan redondo. Hasta la vista, baby. Mañana más.
Pingback: Crónica Sitges 2017 (VII): Día con fin | PlanoContraPlano
Pingback: Selección de estrenos: diciembre 2017 | PlanoContraPlano
Pingback: Top 5 de PlanoVsPlano: Lo mejor de 2017 | PlanoContraPlano
Pingback: Crónica Sitges 2019 (VIII): Más allá del tiempo y el espacio | PlanoContraPlano
Pingback: Los 10 directores más prometedores de 2020 | PlanoContraPlano
Pingback: Crónica Sitges 2021 (V): El poder de la carne | PlanoContraPlano
Pingback: Crónica Sitges 2022 (IX): Huída fantástica hacia delante | PlanoContraPlano