Crónica Sitges 2022 (VII): Vamos, Michael

Se nos echa encima un día un tanto irregular pero, como siempre, vamos a intentar extraer lo interesante incluso del material agridulce. La cinta que más difícil nos lo pone hoy es Vesper. Y eso que, de entrada, cuenta con los ingredientes para pasar el filtro: un survival post-apocalíptico que parece contar con un presupuesto holgado y unos diseños robóticos, de fauna y flora muy cuidados. Y sí, todo eso se cumple, pero el problema es que no pasa de esa línea base. Los directores Kristina Buozyte y Bruno Samper, que vienen a presentarla, apelan al acercamiento emocional a la cinta por encima de la intelectualización. Pero a la vez, entregan una película donde las emociones quedan enterradas bajo el peso de un desarrollo lánguido, demasiado preocupado por hacer valer su construcción del mundo y dirección artística, en vez de imprimir el ritmo adecuado para que haga acto de presencia el sentido de la maravilla que en teoría invoca. En vez de eso, acaba por aflorar el sopor.

Nos despiertan afortunadamente las palmas del público que acompañan al tema de apertura de Halloween Ends, esa clásica melodía monocorde de John Carpenter, que todavía hoy levanta pasiones. La última entrega de la trilogía dirigida por David Gordon Green va a generar una fuerte división de opiniones, y no son pocos los que se afanan en colgarle el sambenito de lo peor de la saga. Nos toca discrepar. En una cosa tienen razón: Halloween Ends desafía las expectativas y no es desde luego una película regular. Pero es esa subversión de ciertos códigos lo que la hace interesante. Se demora en su planteamiento, coloca a Michael Myers en una posición inesperada y hace de la historia de los personajes (algunos nuevos para esta entrega) el centro de gran parte de la narrativa. Si uno se para a pensarlo, en muchos sentidos no deja de ser tan lejana al planteamiento de la Halloween original. Y, a la vez, cuando finalmente encara ese tramo que ha de dar efectivamente la conclusión a la saga (al menos a la era Curtis), tenemos la sensación de haber visto dos películas en una. Y ese planteamiento se nos antoja bastante estimulante. Por más que podamos echar en falta algún que otro asesinato en el tramo inicial. Que padezca de algunas arritmias. Que a veces nos tense en nuestra relación con sus personajes. Pero no deja de ser, en última instancia, un slasher que intenta (y consigue) ir un poco más allá y que, sin llegar a la redondez de La noche de Halloween (2018), sí que mejora sensiblemente el paso en falso que fue Halloween Kills (2021). Y hace que salgamos de la sala pensando que, finalmente, esta vuelta extra que se ha marcado Laurie Strode en sus andanzas contra el hombre del saco ha valido la pena.

Hacemos ahora un cambio de marcha importante entrando a ver Demon Pond, del japonés Masahiro Shinoda (1979). Se trata de un director al que no conocíamos y que plantea, como ocurriera el primer día con El más allá, una historia donde los espíritus toman un papel clave y los protagonistas humanos se ven sujetos a los designios de las fuerzas de la naturaleza y sus criaturas fantásticas, debiendo enfrentarse a las consecuencias cuando se desafían sus reglas. A diferencia de la obra maestra de Kobayashi, en cualquier caso, Demon Pond peca de un exceso de teatralidad, de construir un andamiaje demasiado barroco para bastir una historia en el fondo sencilla. Y si bien ello da para lucir algunos decorados evocadores, descubrir elementos folclóricos encantadores o mostrar algunos efectos especiales que resultan sorprendentes para la época, hay que reconocer que cuesta mantener el interés a lo largo de sus dos horas de duración. Incluso así, nos pica la curiosidad por echarle un ojo a la versión teatralizada que en 2005 registró Takashi Miike. Pero lo nuestro es puro vicio.

Por último, nos damos otro baño de paciencia con Enys Men, de Mark Jenkin. Y hay que decir que también tiene su interés. Porque si bien la película, rodada en 16 mm y procesada manualmente, basa su idiosincrasia en la repetición de una rutina por parte de la botánica protagonista, que se dedica a la observación de unas flores en una isla de Cornualles, hay algo de hipnótico en esa secuencia ritual. Y, eventualmente, ocurren algunas cosas. Siempre dentro del minimalismo, claro. De la asunción de que el espectador ha conseguido entrar en el juego de la cinta. De que no espera fuegos artificiales. Pero vista en el momento adecuado y con el estado de ánimo preciso, Enys Men destila una fantasmagoría muy particular. No nos atreveríamos a lanzarla como recomendación, pero sí como prueba de experimentación. Y en ese estado de tránsito cercano al sueño nos vamos a la cama, a tan sólo dos jornadas ya del final del festival.

Anuncio publicitario

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.