Crónica Sitges 2014: Día 3

Un día más, me decido a madrugar y asistir a la sesión de las ocho en el Auditori. Un día más, el tiro me sale por la culata. «La distancia» de Sergio Caballero es, sin lugar a dudas, la peor película de todo el Festival. El inicio engancha, con un empaque atractivo a nivel visual y promesas de una atmósfera misteriosa. Pero la sinopsis que me ha traído emocionado hasta aquí, en la cual se atisbaba una pequeña aventura minimalista con toques sobrenaturales, se transforma en un sucedáneo de sí misma, en su peor versión posible. La película hace uso de un tempo pausado bastante propio de ciertas corrientes del cine independiente (hasta aquí, nada que objetar), pero a la vez presenta un humor surrealista cuyo tono se da de leches con las formas. Con esa cadencia, con esa práctica ausencia de trama, no sé si a alguien le hace gracia ver a un enano que hace telepatía tocándose los huevos y oliéndose después las manos (es así, literalmente). Todo responde a un ‘porque yo lo valgo’, respira pretenciosidad por todos y cada uno de los poros y contiene, en definitiva, el vacío más insondable. Leer la entrevista al director en el diario del festival no hace más que empeorar las cosas; sus declaraciones van desde valorar su película como cine comercial (gracias a Dios que contamos con estos artistas incomprendidos) a alabar, a su vez, «Kung Fu Panda» como referente de entretenimiento al que ya querrían aspirar muchos directores independientes (si acaso, que se aplique el cuento). Por lo que me explican, la rueda de prensa no hace sino confirmar una vez más la pedantería e incluso arbitrariedad con la que se ha gestado la película. Mientras tanto, salgo del cine cabreado con la organización por hacerme perder horas de sueño durante dos días consecutivos.

Afortunadamente, cualquier atisbo de energía negativa se desvanece ante la nueva película de Mike Cahill («Otra Tierra», 2011). «I Origins» acabará ganando el Premio a la Mejor película del Festival, y no sin razón. En pocas ocasiones puedo afirmar que la forma concreta en que está ideado un plano me ponga la piel de gallina, y en este segundo largo del realizador, ocurre en un par de ocasiones. Tal es el nivel de la cinta, tal es la autenticidad de sus emociones. «I Origins» es una historia de amor en toda regla, pero que consigue trascender sus propios límites y encajarse en una reflexión metafísica. No vale la pena desvelar más, es mejor no entrar en detalles. Hay en «I Origins» misticismo, pero también hay verdadera pasión por el descubrimiento científico. Hay, en definitiva, fascinación ante el misterio de la vida. Mike Cahill consigue extraer de mis entrañas los sentimientos que Terrence Malick, a pesar de su innegable virtuosismo, no ha sido capaz hasta el momento. Emocionante. Salgo, en fin, con los ojos aún humedecidos tras la proyección, profundamente agradecido por el regalo, y celebro por todo lo alto que la película se vaya a estrenar comercialmente (atentos a las futuras actualizaciones de la cartelera).

El centro de toda la historia. De toda la humanidad.

Cuando te topas con muestras de cine como la que acabamos de comentar, parece que cualquier cosa que venga después será de bajada. Pero aún así, el show debe continuar. A pesar de que normalmente me cuesta encontrar películas de este formato que me atrapen, me acerco a ver una proyección de cortos a competición en el Retiro, puesto que conozco a algunos de los artífices que este año aspiran a premio. El nivel de lo que veo es variado, con algunas propuestas sin ninguna enjundia, otras que se han equivocado de formato y serían más adecuadas para desarrollar en un largo, y algunas otras ciertamente interesantes. Recomiendo pues «Óscar desafinado«, una divertida comedia romántica con Julián López, «Una mujer sin precio (1961)«, un desconcertante ejercicio retro-paródico, y «Nada S.A.» una viñeta satírica para tiempos de crisis.

Como no puedo llegar a «The satellite girl and milk cow«, una película de animación coreana que tenía un aspecto excelente, y que de hecho ganará el premio de su categoría, hago la pausa para comer.

Y la mejor forma de completar la digestión es «Dead Snow 2: Red vs. Dead«. La secuela de aquella reversión de «Evil dead» (S. Raimi, 1981) que era «Dead Snow» (Tommy Wirkola, 2009) sigue a rajatabla el subtítulo acuñado en su momento para el salto al cine de «South Park»: más grande, más largo y sin cortes. Los zombis nazis vuelven de la tumba (si es que alguna vez se fueron) para una ración extra de vísceras, humor grueso, presupuesto de serie A y astracanadas de todos los tipos imaginables. Cojan la primera entrega y añádanle armamento pesado. Es posible que caiga en algún bache manido, es posible que raye la saturación en su tramo final. Pero, desde luego, es el mejor entretenimiento cafre que se va a poder ver en esta edición del festival. Salta a la vista por qué Wirkola ha tenido que volver a su Noruega natal para rodar la secuela de la película que lo hizo famoso tras «Hansel & Gretel: Cazadores de brujas» (2013): en Estados Unidos no le hubieran dejado filmar tal salvajada ni en pintura. La gente jalea eufórica.

Coge la original y súmale tanques.

Se presenta por aquí «Magical Girl» que, como el aficionado sabrá, viene con la Concha de Oro bajo el brazo. Dado que servidor ya la ha visto, espero a la proyección de lo nuevo de Adam Wingard, que me sorprendió muy agradablemente con su anterior película, la home invasion «You’re next» (2011). «The guest«, que participa en la competición oficial del certamen, no deja de ser una variación de aquella. Una variación planteada de forma distinta -esta vez, el intruso entra a la casa de forma amable- pero igual de efectiva. Sin duda, Wingard sabe lo que es la dirección. Conoce, por otro lado, los códigos del cine al cual es aficionado, y sabe actualizar las atmósferas de los ochenta al nuevo siglo sin despeinarse ni perder frescura. El resultado es absorvente y estiloso a partes iguales. La banda sonora engancha sin remedio. La iluminación, los momentos de acción, de giallo… Se trata de una trama muy sencilla, pero resuelta de forma ejemplar y con carisma.

Un tío de lo más fiable.

Es momento de cervezas y charlas cinéfilas, uno de los grandes placeres de los que gustamos los irredentos de Sitges cuando da la casualidad de que nos coinciden los espacios libres en la parrilla. El ambiente festivo me invita a probar suerte con una maratón de madrugada, uno de esos tipos de sesión que identifico inseparablemente con el festival, pero que resultan cada vez más insostenibles conforme uno se carga el horario.

Finalmente, sólo seré capaz de aguantar la primera de las películas (que, mágicamente, los programadores hacen siempre coincidir con la que menos interés me genera). Se trata en este caso de «Summer of blood«, una producción de bajo presupuesto que aborda la temática vampírica desde la comedia, situando en el centro de la acción a un oficinista fracasado con un carácter digno de una película de Woody Allen. Los diálogos tienen su chispa, y la cinta avanza sin hacerse pesada, pero a la vez da la sensación de que le falta algo, de que las limitaciones de producción le pasan factura, o que no explota a fondo todas las posibilidades de su argumento. Sin grandes quejas ni euforias, llega la segunda propuesta de la maratón. Pero aunque pinta interesante, antes de llegar a la mitad de «LFO» el cansancio puede conmigo, quizás movido por el tema central de la película, ni más ni menos que la hipnosis inducida por sonidos. El sonido que necesito a estas alturas es el de exterior noche.

3 Respuestas a “Crónica Sitges 2014: Día 3

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