Crónica Sitges 2012: Día 6

El madrugón es considerable, dado que la última película de Jennifer Lynch ha causado tanta expectación –una expectación cuasi estelar, junto con el otro privilegiado y prometedor ‘hijo de’, Brandon Cronenberg- que no ha habido forma de conseguir una entrada para la proyección de la noche, donde la presentará su directora (una mujer la mar de encantadora, según me han dicho tras el post-screening del documental “Despite the Gods” sobre su anterior y fracasado proyecto).

En este caso, con “Chained”, Lynch se introduce en una historia de secuestros maníacos, que no explora sobremanera terrenos en los que no nos hayamos metido ya, pero que lo hace con efectividad, y aportando el interesante elemento de la relación secuestrador-víctima, presentando incluso una suerte de síndrome de Estocolmo inverso. Las interpretaciones son soberbias -mención especial para Vincent d’Onofrio- y el ambiente opresivo (aunque la planificación da cierto espacio para respirar); abundan las situaciones bien resueltas. También aparecen, eso sí, momentos de duda con respecto al comportamiento del protagonista -detalles de guión-, pero la sangre no llega al río. Un giro final ciertamente prescindible cierra un relato por otro lado sólido y reflexionado.

Durante la primera parte del visionado de “The wall”, me dejo arrastrar momentáneamente al mundo de los sueños, fruto del madrugón y del ritmo de la cinta. No tiene nada que ver con la calidad de la misma, realmente notable, pero ciertamente la película resulta un ejercicio de introspección máximo. La apuesta es radical, con una sola línea argumental, un solo personaje principal (con pocos aderezos, al encontrarse éste en soledad absoluta) y su sempiterna voz, que narra en primera persona. De fondo, el magnífico paisaje de montaña austríaco se revela bucólico por momentos, opresivo cuando lo requiere el relato y, por el camino, quedan un puñado de reflexiones, debates internos, narraciones cotidianas, que conforman un collage inspirador en ocasiones, pero también agotador en otras. Como era de prever, los silbidos hacen acto de aparición a la vez que los créditos finales, parcialmente diluidos por los tímidos aplausos que regalamos otra parte de la sala.

Nuevo descanso, esta vez para comer y, previo a la próxima sesión, asistir a un encuentro con los directores Colin Trevorrow («Safety not guaranteed») y Pen-ek Ratanaruang («Headshot»), consultable aquí en breve. Julian Roman Polsler, director de “The wall”, también debía estar presente, pero finalmente no hace acto de aparición, no sabemos si por causas mayores o espantado por la pobre recepción de su propuesta. Así transcurre un interesante coloquio que finaliza cuando el tailandés decide marchar para no perderse la misma película que íbamos a ver nosotros, y poco después acabamos –desgraciadamente- con Trevorrow, al no disponer de más margen antes de que la proyección empiece.

Atacamos pues “Berberian Sound Studio”, una de las cintas más prometedoras del festival y, a la postre, sin duda una de las más interesantes y atrevidas (pudimos también mantener una extensa charla con su director tras su finalización, que colgaremos en los próximos días). Centrada en la mezcla de sonido de una película de terror italiana en los años setenta, Peter Strickland apuesta por un uso extensivo del mismo, complementando la atmósfera del film con gran cantidad de planos de detalle, que brindan una textura hipnótica al conjunto. Me encuentro con la segunda propuesta del día que aboga por un bajo nivel de narratividad, lo que provoca nuevamente un alud de silbidos, espoleados no solo por la cadencia del filme, sino por un último segmento ciertamente críptico. Guste más o menos, la calidad y mimo del conjunto están fuera de toda duda.

Las previsiones para “Lords of Salem” no pueden ser peores, no en vano absolutamente todo el mundo que la ha visto está echando pestes de ella, y en algunos casos calificándola como la peor película del festival (corriente que Ángel Sala combate desde su twitter, reivindicándola como obra maestra incomprendida). Me tengo que situar con la minoría (sin llegar a extremos de idolatría), ya que pasé media película intentando adivinar qué estaba tan mal en lo nuevo de Rob Zombie. Si uno consigue abstraerse del repelente look de su protagonista -esa mezcla de rastas, gafas de pasta, tatuajes rockeros y chaqueta de estrella del pop es difícilmente digerible-, encontrará una cinta perfectamente disfrutable, virtuosa por momentos, que supone una de las aportaciones más puramente fantásticas a un festival donde cada vez más reina el eclecticismo -tanto en la programación como en la mezcla de géneros que abordan las películas individuales-, lo que se recibe con agrado. La bajada de enteros más grave se produce por la falta de control sobre los personajes de las brujas, que previamente al clímax rozan el ridículo. El loco collage de imágenes que Zombie lanza al espectador salva la función, pero a un nivel más bajo del que podría. Me resulta chocante pensar que gran parte de los que la critican, adorarán los clásicos de la serie B, cuando al fin y al cabo “Lords of Salem” se alza precisamente como pura serie B moderna -aderezada con referentes que se remontan a la fundacional «Häxan» (B. Christensen, 1922).

El otro que decide atacar la serie B, aunque en su vertiente clásica, es Dario Argento, que presenta su incursión en la temática vampírica como colofón a la noche. Antes de empezar, se entrega la Màquina del Temps al productor Enrique Cerezo, que ha participado en la última aventura del italiano. Este señor de la vieja escuela se dirige al público de usted y da cierto respeto, solo roto en medio del discurso de agradecimiento por una sonora carcajada sin motivo claro -¿tal vez su vinculación al Atlético de Madrid?-, pero que me resulta altamente contagiosa.

Todo el mundo espera un petardo de «Drácula 3D«, lo que hace que la proyección empiece con buen humor e incluso cierto optimismo. Además del sudor, sangre y escotes que prometía su director, se suman la presencia de Rutger Hauer y el uso de un theremin en la banda sonora, con lo cual servidor piensa que nada puede salir demasiado mal. Esto es así durante la primera mitad de la película, en la cual se pueden pasar por alto aspectos deficientes como la lastimosa fotografía (hasta el extremo de que los planos bien filmados parecen conseguidos por casualidad) o las penosas actuaciones del grueso del elenco (incluyendo la venerada hija del director, Asia Argento). Los efectos especiales ya sabíamos que iban a ser una patata y no nos quejamos de ello; por otro lado el efecto tridimensional queda resultón. Lo que mata la cinta es su segunda mitad, al descubrir que la cosa se alarga sin remedio y que el guión, percibido como mediocre al inicio, es completamente desastroso. Parece mentira que el libreto se haya escrito a ocho manos, entre ellas las del mismo maestro (y, atención, también las de Cerezo). Asumámoslo: la única manera de hacer esto aguantable eran más tetas -a este respecto, cabe destacar la entrega de la escultural Miriam Giovanelli, que fue el centro de atención de la función. Finalmente, «Drácula 3D» opta con claridad al podio de lo peor de esta edición.

Acabo el día, mientras vuelvo al apartamento, con la siguiente pregunta morbosa en la cabeza: ¿No es profundamente perverso filmar a tu hija desnuda como reclamo erótico en tu propia película? Menudo es Dario.

5 Respuestas a “Crónica Sitges 2012: Día 6

  1. Vaya tordo de trailer el de Dracula. Es que hasta la tipografía es chunga. Y los efectos de sonido, no digamos. No tiene excusa, qué cosa más kitsch.

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