Crónica Sitges 2015: Noveno día

Ya está, ya se acaba. Enfilamos la recta final de este Festival de Sitges, y lo hacemos de forma relajada, descansando y preparándonos para la preceptiva fiesta nocturna que cerrará la jornada.

Es una alegría, a estas alturas, encontrarse con una de las joyas del certamen. Algo que era fácil de prever, pues se trata de la nueva película del (ya se puede decir) maestro de la animación Mamoru Hosoda. Con The boy and the beast, el japonés vuelve a dar en el clavo. Es incluso posible que esta sea la película más certera a nivel emocional de todo Sitges. La historia de maestro y aprendiz -con la peculiaridad de que el aprendiz es un humano y el maestro es una bestia antropomorfa, y que el humano acaba viviendo a caballo entre nuestro mundo y el de los animales parlanchines, y que…- es una de las más completas que recordamos dentro del arquetipo sobre el cual se sustenta. Hosoda aporta el punto shonen habitual, marca de la casa, y que lo diferencia de Ghibli y le da un carácter más ‘ligero’ que el de las películas del prestigioso estudio, pero no por ello renuncia a desarrollar una amplia gama de emociones y matices. El resultado es excelente: The boy and the beast es una de esas aventuras que te hacen abandonar la sala pletórico.

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Y la agradable sensación se va a prolongar, porque de cara al mediodía vemos otra muestra de animación excelsa, como colofón a la breve pero intensa sección de clásicos que nos regala el Festival cada año. Se proyecta en esta edición la última versión de trabajo disponible de The thief and the cobbler, subtitulada apropiadamente A moment in time, y datada en mayo de 1992. Lo que era uno de los proyectos más ambiciosos que se habían abordado en el terreno de la animación (su director Richard Williams lo planteaba como el más ambicioso), acabó siendo una versión recortada, modificada y completada a corre prisa por los productores, que aquí nos llegó al año siguiente como El ladrón de Bagdad. Sea como fuere, la versión que podemos disfrutar de forma casi exclusiva (los pases de esta copia se cuentan hasta ahora con los dedos de las manos) se trata de un cuento inspirado, cómo no, en Las mil y una noches, de una sencillez argumental aplastante (un ladrón que todo lo roba, y un zapatero que acabará metido en líos de rebote), narrada sin apenas diálogos, pero de una expresividad e ingenio apabullantes, repleta de ideas visuales, diseños encantadores y juegos de perspectivas. El hecho de que la copia proyectada se encuentre inacabada (con múltiples animaciones esbozadas e incluso algunos fotogramas fijos), no hace sino evidenciar aún más que se trata del definitivo canto del cisne del estilo de animación más tradicional. Una animación que de hecho bebe directamente del slapstick. Y es que The thief and the cobbler se construye sobre complejas coreografías, que son el alma absoluta de la película, y que culminan en un clímax inacabable, pura teoría del caos elevada a la máxima potencia. Cuando termina la proyección, todos salimos con dos palabras en la boca: obra maestra.

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Lo especial del evento casi nos hace olvidar un pequeño corto que ha precedido a la película, y que representa la segunda obra de Williams en más de 20 años. El anciano director (que ha estado previamente narrando la epopeya que fue la producción de The thief and the cobbler) la presenta también con mucho orgullo, y no es para menos, ya que se trata de una pequeña joya de artesanía, animada por él mismo. Se llama Prologue, y esperemos que sea en efecto el prólogo de una última etapa de su carrera tan brillante como la que hemos podido disfrutar hoy.

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El corto que acompaña la siguiente película, sin embargo, es de lo más olvidable. Soleá, els néts dels altres catalans, es una cinta de mensaje teóricamente conciliador de identidades, pero que falla en su propósito desde el mismo título. Su discurso es simplón y mal articulado, e intentamos olvidarlo en cuanto terminan los créditos.

Le sigue la clausura de la sección Noves Visions, Evolution de Lucile Hadzihalilovic, producción francesa rodada en las Canarias que plantea una especie de comunidad distópica que habita una isla en la cual sólo hay mujeres y niños (varones). Evidentemente, la cosa destila misterio, y la estética del filme acompaña con una pátina de ‘qualité’, salpicada de espacios semideshabitados y espectaculares fondos marinos que nos brindan algunos momentos y secuencias muy bien realizados. Sin embargo, ese envoltorio no consigue tapar un buen puñado de vacíos de guión. Y es que los mimbres de la ficción son muy difusos, me atrevería a decir que tramposos por momentos. Tanta pausa en la historia y tantos cabos sin atar acaban por convertir Evolution en una experiencia somnífera.

Así pues, salimos con el pálpito de que hay que dejarlo estar, de que la cosa se ha terminado y que forzar más la máquina es añadir pistas extra innecesarias. Nos quedamos con el recuerdo aún fresco de nuestras aventuras por la Ciudad Dorada de Williams, y los bañamos con unas cervezas de celebración. Todo lo que vendrá después, es mejor que quede off the record. Si los Dioses del Cine lo permiten, volveremos el año que viene con las mismas ganas de siempre.

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2 Respuestas a “Crónica Sitges 2015: Noveno día

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