Crónica Sitges 2022 (VIII): Del espacio exterior a la puerta de casa

Es ya el segundo viernes de festival, nos tomamos un descanso y no es hasta el mediodía que entramos al cine para ver una pequeña película de animación que nos ha llamado la atención por sus diseños surrealistas: La otra forma de Diego Felipe Guzman. Viene ni más ni menos que desde Colombia y nos presenta un mundo en el que todo el mundo lleva férulas y prensas en el cuerpo para convertirlo a una pieza geométrica concreta. Los elegidos que consiguen llevar esa forma a la perfección son enviados a la Luna -podría decirse que ‘ascienden’. Evidentemente, el protagonista va a tener problemas para adquirir ese estatus y toda esta construcción sirve como alegoría sobre la manera en que intentamos (o nos hacen) encajar en la sociedad, tomando distintos puntos de vista. El del que intenta hacerlo lo mejor que puede, el que es repudiado por un sistema que hasta hace poco lo ensalzaba o el que directamente vive en los márgenes porque no se ajusta al modelo establecido. Y funciona porque lo hace sin diálogos, con lo cual los detalles y conceptos se van presentando de manera más elegante y sutil. Pero también llega un momento en que -como en tantas otras cintas-, la idea acaba por sobreexplotarse y por más que las secuencias de animación son siempre elaboradas y los colores están puestos con muy buen gusto, La otra forma ya ha dicho todo lo que tenía que decir, y el final del viaje se hace desgraciadamente un tanto cuesta arriba…

Ya por la tarde, nos unimos a la masa de gente que lleva el día persiguiendo a Eva Green, invitada este año a Sitges, pero sólo para asistir al pase de Nocebo, la nueva película de Lorcan Finnegan (Vivarium, 2019). Por más que la delegación que han mandado para presentar la cinta es abultada, todo el interés del personal se centra en Green, aún si ya ha demostrado a lo largo del día que a ella estos saraos no le van. En su momento rechazó la posibilidad de recibir un premio, no ha dado rueda de prensa y apenas si se detiene en la alfombra roja de entrada a la proyección. Tampoco interviene frente a la audiencia del Auditori, con lo que el público se conforma con su presencia y pasamos a dedicarnos a lo que toca, que es ver la historia que protagoniza. En Nocebo interpreta a una diseñadora de moda infantil que comienza a tener fuertes trastornos psicológicos y cuya situación únicamente tendrá visos de cambiar con la aparición de una sirvienta filipina. Finnegan concita de nuevo la tensión en torno al paisaje doméstico y va generando un clima incómodo a la par que misterioso con gran efectividad. Más tradicional en este sentido que su anterior película, va alternando la historia con una serie de flashbacks que rompen algo el impecable ritmo de la trama principial, pero aún así consigue engancharnos de principio a fin ayudado por unos sólidos intérpretes, apuntes folclóricos (parece ser el tema estrella de este año y nosotros encantados) y notas de crítica social muy de agradecer por tocar temas que suelen quedar relegados a un segundo plano en el cine comercial.

Si ya hemos salido satisfechos, lo que viene es de traca, porque para incomodar sin pausa ya está Rodrigo Sorogoyen, que llega de San Sebastián con el Premio del Público bajo el brazo. Trae este año As bestas un drama rural que toma aires de suspense envenenado con tan sólo colocar a su pareja protagonista en una aldea gallega en la que las rencillas, la cerrazón y los traumas heredados se van amplificando hasta volver el ambiente irrespirable. La capacidad de Sorogoyen para electrificar el ambiente con una simple escena de diálogo, para revolver al personal en el asiento sin echar mano de muletillas ni introducir elementos clásicos de género, está al alcance de muy pocos. Pero es que es un maestro de la puesta en escena, de los tempos, de la relectura de aquello que tenemos a nuestro alrededor cada día y que puede llegar a ser aterrador. Por supuesto, nada de esto es posible sin el excelente libreto que co-escribe con Isabel Peña, ni del estado de gracia de unos actores que parecen estar viviendo dentro de los confines del plano: Denis Menochet y Marina Foïs están increíbles, pero lo de Luis Zahera interpretando a un ganadero reconcomido hasta la médula es de otro planeta. En definitiva, As bestas nos confirma dos cosas: que este está siendo un año de oro para el cine español y que nuestras predilectas de Sitges 2022 van a ser -manda huevos- dramas.

Y para cerrar la jornada, hacemos un giro de 180º. Nos ha dado por trasnochar nada más que para asistir a la proyección de Shin Ultraman. La razón es la implicación de Hideaki Anno, al que admiramos desde hace mucho por su trabajo en el popular anime Neon Genesis Evangelion (1995), y lo interesante que nos pareció su participación en Shin Godzilla hace unos años. Aunque esta vez deja la dirección exclusivamente en manos de su compañero en aquella película, Shinji Iguchi (Ataque a los Titanes, 2015), se mantiene en la producción y el guión, lo cual salta rápidamente a la vista: la escena de apertura, donde se presenta fugazmente la amenaza extraterrestre que se cierne sobre la Tierra, nos hace pensar que Shin Ultraman será lo más cercano que vamos a estar nunca de ver a un EVA en formato live action (más aún que con el reboot de Godzilla). Y así se va confirmando conforme avanza la película. No sólo porque esta vez podamos asistir a luchas de gigantes como las de las series de mechas, sino porque ello se combina con un estilo de dirección reminiscente de lo que habíamos visto en las obras de Anno, en que se hace uso extensivo de los planos extremados, que acentúan las relaciones de escala entre los objetos, que acuden a las angulaciones forzadas a la primera de cambio, y que se suceden de forma asincopada, con secuencias de montaje picado entre períodos de calma, con la intención de evocar esa sensación de evento de proporciones extraordinarias, que supera toda expectativa y que pone en jaque a la humanidad como nunca antes. Y todo ello en una historia que alterna lo solemne con lo petardo del tokusatsu sin pararse a pensar en ello, porque es la única manera de hacerlo. Aúna de forma inexplicable presente y pasado (con un respeto reverencial por la tradición de la cual bebe) y por el camino deja alternativamente momentos tensos, majestuosos, risibles y psicodélicos como si no pasara nada. Shin Ultraman es, pues, todo lo que debe ser y una excelente forma de pasar un buen rato para espectadores sin complejos.

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