El sábado amanece con la platea del Auditori riéndose del mismísimo Dios. La cosa viene a cuento de la nueva película de Jacob Van Dormael (Las vidas posibles de Mr. Nobody, 2009), una reescritura/ampliación de la mitología bíblica en la actualidad, titulada Le tout nouveau testament. Van Dormael combina una gran cantidad de ideas visuales ocurrentes, algunas de ellas realmente bellas (el plano de la bandada de estorninos es el mayor exponente de este grupo, y el director lo sabe), con ese a veces forzado tono de cuentacuentos que tanto parece gustar en latitudes francófonas. Todo acaba siendo wonderful, aunque con el toque ‘transgresor’ adecuado para ser reconocido como respetable cuento para adultos. Hay buenos personajes, y hay buenos elementos en la historia. Pero todo es algo disperso, y se abusa del calzador. Al final, es difícil definir hacia qué lado se decanta la balanza. Desde luego, los detractores de Amelie (entre los cuales no se encuentra un servidor) y similares, pueden mantenerse alejados. El resto, hagan según tengan el día.
En cierta forma, la mañana sigue yendo de cuentos, en esta ocasión ambientados en una galaxia muy, muy lejana. I am your father rescata la figura de David Prowse, el actor bajo el traje de Darth Vader, y recorre junto a él, y desde su perspectiva, la experiencia del rodaje de la trilogía clásica. La película es emocionante para el aficionado por su propio núcleo, y a pesar del exceso de presencia del director, erigido en co-protagonista, o de las habituales redundancias en el discurso emocional y la información clave. Hay también un aspecto de base que falla, y es el mismo y anticipado clímax del documental. No desvelaremos detalles del mismo, pero Toni Bestard lo anuncia desde el primer tramo, y resulta ser una elección dudosa como conflicto principal, o como mínimo en cuanto a la orientación del mismo, ya que se trata de un clímax que le va a ser negado al espectador en última instancia, generando en la audiencia un coitus interruptus en toda regla. Y, pese a todo, la magia de la mitología galáctica no queda eclipsada, el viaje vale la pena. Qué se le va a hacer, es Star Wars.
Desde hace un tiempo corre por la red la primera parte de la adaptación del exitoso manga Ataque a los titanes. Pero lo que resulta más difícil de encontrar es el cierre del díptico, que pudimos disfrutar en sesión especial: Ataque a los titanes 2. El fin del mundo. Continuación absolutamente lógica de la primera en todos los sentidos, esta entrega sigue siendo un buen entretenimiento. Quien escribe no puede juzgarlo en función del manga y anime originales, pero tal vez sea mejor, visto que un amplio sector de la audiencia no es capaz de valorar la obra sin centrarse de forma casi exclusiva en las fuentes de las que bebe. Para el más o menos profano, esto es un kaiju eiga post-apocalíptico con ideas interesantes, efectos resultones, barroco pero con músculo (aunque no sea un músculo titánico). La película tarda en arrancar y tiene menos que contar que la primera parte, pero por contra contiene algunas ideas más jugosas. Salgo satisfecho.
Tras una necesaria siesta, nos asomamos al Prado para saborear una sesión de Sitges Clàssics, un apartado al que siempre vale la pena reservar unas horas. Al fin y al cabo, la perspectiva del tiempo permite acertar el tiro con mayor seguridad. Viene a introducir la película el cineasta Nicolas Winding Refn, que presenta en el festival un libro sobre carteles de cine de serie B, mayormente exploitation. Y para acompañar tal eventualidad, ha escogido proyectar Adiós tío Tom (1971), una película italiana de Gualtiero Jacopetti y Franco Prosperi que no tiene desperdicio. Enfocada como shockumentary, los directores repasan el fenómeno de la esclavitud en los orígenes de los Estados Unidos. El resultado es un (efectivamente) chocante ensayo, en que la cámara es un personaje más de la historia, contada como un viaje al pasado que casi parecería de ciencia ficción. Descarnado, muy atrevido, la tesis final es demoledora. Para el que no está familiarizado con este tipo de cine, viene a la mente la muy posterior Holocausto caníbal (Ruggero Deodato, 1980). Con el ojo puesto en los últimos años, hace buena pareja con Django desencadenado (Quentin Tarantino, 2012). Desde luego, la copia proyectada, gastada a más no poder y con un escandaloso viraje al rojo, convierte el cine durante dos horas en una auténtica sala grindhouse.
Después de la intensa experiencia, cuesta volver a la ‘normalidad’, pese a que la vía sea la sección Noves Visions. La primera de las dos película con las que cierro la jornada es Ni le ciel ni la terre (The Wakhan Front según su título internacional), ópera prima de Clément Cogitore. Ambientada en Afganistán, se trata de un bélico con aromas a fantásico-místico. Viene a la cabeza la excelente Jarhead de Sam Mendes (2005), aunque difícilmente esta pequeña producción puede alcanzar aquel potente empaque visual (ni, por supuesto, cuenta con Jake Gyllenhaal en el reparto). Pese a todo, los actores son competentes, la factura es solvente, mantiene atento al espectador con un misterio a medio resolver y cuenta con el valor añadido de ser una película que no se esperaría venir de Francia.
Acabamos, ya a las once de la noche, con la última aportación del excéntrico Charlie Kaufman, co-dirigida por Duke Johnson y titulada Anomalisa. Stop motion ciertamente ‘anómalo’, construido sobre una historia de mínimos, donde prima el desarrollo de una situación -el protagonista asistiendo a un congreso en una ciudad desconocida- y las relaciones entre personajes -que se desarrollan principalmente en el hotel donde se aloja. Cuesta conectar completamente durante hora y media con el tono lánguido que gastan los protagonistas y el entorno, pero a la vez Anomalisa tiene una cualidad magnética, única, un diseño de marionetas perturbador, y se convierte en una de las cintas más interesantes vistas hasta el momento. La audiencia sale casi unánimemente encantada.
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