Crónica Sitges 2016: Octavo día

Nuevo punto de inflexión en el Festival. Llega nuestra película más esperada, y tenemos que plantificarnos a las 8 de la mañana en el Auditori del Melià para verla como se merece. Estamos hablando de The Neon Demon, lo nuevo de Nicolas Winding Refn, y vale cada minuto que dura. En la línea de lo que el danés está ofreciendo en los últimos tiempos (y muy en la onda de su anterior Only God Forgives, 2013), The Neon Demon es ante todo una película-experiencia, una sesión de inmersión subacuática en el universo personal del director. Desde los títulos de crédito se invita al espectador a la desconexión total de la realidad, y Winding Refn se vuelve a manifestar como un auténtico ‘destilador’. Coge un mundo, o un género, o un tema, y lo desnuda, sintetiza y estiliza al máximo, para ofrecer algo tremendamente personal y único. Donde antes era la mafia tailandesa ahora es el mundo de la moda, donde estaba el impávido Ryan Gosling ahora encontramos a la cristalina Elle Fanning. The Neon Demon es una joya en bruto sobre el poder subyugante y caníbal de la belleza, un delirio para ser disfrutado con todos los sentidos, donde cada cuadro tiene peso y está planificado con precisión milimétrica. En definitiva, la mejor película de esta edición.

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Salimos de la sala flotando en una nube, pero intentamos aclararnos la mente para tratar de asistir a lo que quede de la clase magistral que imparte Christopher Walken, la segunda Màquina del Temps del Festival de este año. La carpa donde tiene lugar el evento está cerrada a cal y canto, así que tenemos que renunciar a un combo rompedor y vamos a celebrar lo que hemos visto como se merece, con un buen desayuno y un whisky. Si no añadimos el puro es porque no lo tenemos a mano.

Muy conscientes de que a partir de aquí el día solo puede ir en sentido descendente, volvemos a nuestra ‘querida’ sala Tramuntana para ver dos propuestas provenientes de México. La primera es La región salvaje, que dirige Amat Escalante. Es un drama de familias y parejas con gotas de ciencia ficción, en que las pulsiones sexuales más profundas llevan al engaño, el adulterio, e incluso los encuentros lúbricos con seres de otro mundo. El planteamiento general de la película es interesante, aunque tiene problemas para integrar el elemento fantástico en la narración. Es una propuesta sugerente, aunque algo descompensada.

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Justo a continuación se proyecta Las tinieblas. Sin ningún tipo de base racional, sentimos curiosidad al ver que en ella aparece Brontis Jodorowsky (al que su padre usó como niño actor en El topo, 1970). Pero la curiosidad mató al gato. Las tinieblas es un relato de supervivencia post-apocalíptica sin ningún elemento novedoso, sin ningún aliciente añadido al de ver a un padre autoritario tratar de proteger a su familia frente a los peligros que esconde el bosque. En un par de ocasiones aparece, como un destello, algún elemento de imaginería propia, que hubiera sido una auténtica tabla de salvación para la película si se hubiera desarrollado. Pero nada. Concluye la hora y media de filme, y nosotros tenemos dificultades para  mantener los ojos abiertos.

Afortunadamente tenemos tiempo de comida y siesta antes del reencuentro con un habitual del certamen, el hongkonés Johnnie To. Él es siempre, como mínimo, solvente; aunque es cierto que, siendo sinceros, en Three no va mucho más allá de esa solvencia. No porque su genio no haga acto de presencia (es increíble lo que es capaz de llegar a narrar en un solo y complejo plano secuencia), sino porque la película es de base modesta y el presupuesto, precario. Three se resuelve en una gran escena de acción que tarda en llegar y que resulta ser la única pieza de este tipo en toda la película. Aún con un catálogo de personajes y situaciones interesantes, momentos de maestría diseminados por todo el metraje y unas cuantas rupturas de convenciones, la película sabe a poco.

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El señor Nicolas Winding Refn nos llama de nuevo, en este caso para visionar una restauración apadrinada por él mismo, la del clásico de ciencia ficción Terrore nello spazio, del italiano Mario Bava (1965). Presentada como obra maestra del cine pop, lo cierto es que tiene valores irrenunciables: un diseño de vestuario y de producción de insuperable encanto retro-kitsch y una excelente iluminación de colorido marciano. Además, cuenta con la curiosidad de ser precursora confesa de Alien, el octavo pasajero (1979). Pero no nos emocionemos en exceso, la película es un despropósito de principio a fin y las actuaciones son terribles. Uno puede pasárselo bien con las constantes salidas de tono o el velado machismo tan propio de la época, pero lo cierto es que el desarrollo es sincopado e irracional. Eso sí, para los amantes del pulp, es difícil encontrar algo que supere ésto.

Terminamos con una secuela inesperada. Hace seis años, aterrizó en Sitges una pequeña joya del cine postapocalíptico, Stake Land, del entonces aún desconocido Jim Mickle. Fue una película que, dentro de los parámetros del cine independiente, conseguía explotar sus recursos de manera sorprendente y que se ganó un estatus próximo al culto entre el aficionado. Este año, sin apenas avisar, ha aparecido The Stakelander. Puesto que el director no está ligado al proyecto, nuestra mayor esperanza es ver que las dos comparten guionista (que es además el colaborador habitual de Mickle). Pero no es lo mismo. Ni el libreto está a la misma altura (le cuesta encontrar un pretexto que justifique su existencia), ni la realización tiene el pedigrí de la anterior (que, todo hay que decirlo, a estas alturas se diluye en nuestra memoria). The Stakelander añade elementos próximos a la mitología de Mad Max pero, ya sea como road movie o como survival, le cuesta encontrar voz propia y evitar la repetición. Es entretenida y la combinación de elementos de su universo propio sigue siendo atractiva, pero le falta carisma y no trascenderá como lo hizo su predecesora.

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4 Respuestas a “Crónica Sitges 2016: Octavo día

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