Hoy es festivo nacional, así que debemos pensar que los organizadores de Sitges habrán intentado colocar algún plato especial en la programación, para una jornada en que se prevé un buen número de espectadores. Así pues, empezamos encarando Watcher con el interés de ver a Maika Monroe en un rol protagonista, unos cuantos años después del que fuera su momento de oro con It follows y The guest, allá por 2014. En la película de hoy, se muda con su novio a Rumanía y, mientras intenta adaptarse a ese nuevo entorno, empieza a notar que está siendo observada. El enfoque es más de suspense que de terror y la directora Chloe Okuno se centra en la creación de una atmósfera fría, desangelada, que se cierne sobre su personaje y que aprovecha luego para generar un clima de dudas y paranoia. El interés de Watcher gira entorno a los posibles equívocos, a la alerta constante y al replanteamiento de la relación entre el observador y el observado. Bien es cierto que acaba por topar con una pared invisible que parece impedirle profundizar más en esta línea y la película desemboca en lugares menos sugerentes que los de su planteamiento, pero aún así resulta un esfuerzo encomiable de ambientación que Monroe sostiene prácticamente en solitario.
Ya que una de las películas más esperadas de esta edición de Sitges es Pearl y su director, Ti West, ha sido invitado para recibir una Màquina del Temps (nunca dejará de sorprendernos la cantidad de premios que entrega cada año este festival), decidimos usar la sobremesa para asistir al encuentro que la organización ha preparado con él. El estadounidense, que a nosotros nos atrapó con La casa del diablo (2009), responde sobretodo a preguntas referentes a X (2022) y queda claro que, pese a la desmitificación con que trata su proceso creativo y la espontaneidad con que lo plantea, es también un director implicado en cada una de las fases de sus películas (no en vano suele escribirlas y montarlas él mismo) y que en última instancia está preocupado por marcarlas con un sello personal que las haga reconocibles. Es una suerte que esta temporada haya podido estrenar dos cintas (si bien su trabajo para televisión de los últimos años ha generado algunos de los mejores capítulos de series como Them -Little Marvin, 2021- o Tales from the Loop -Nathaniel Halpern, 2020-) y nos cuenta curiosidades como el hecho de que Pearl fuera escrita junto con la actriz Mia Goth en los quince días de cuarentena que tuvo que pasar a su llegada a Nueva Zelanda para rodar la propia X.
Tras la pequeña dosis de anecdotario, hacemos un paréntesis con nuestros queridos clásicos. Han montado una sesión la mar de simpática en Seven Chances, que incluye dos cortometrajes tan interesantes como inencontrables, Red (1976) y The jealous mirror (1982) únicas obras dirigidas por la actriz Astrid Frank -que se acerca a recibir un pequeño homenaje- y que giran alrededor de la sexualidad y la feminidad. La primera se permite incluso un pequeño número musical y la segunda juguetea con una reinterpretación moderna del espejo mágico de Blancanieves. Después llega el plato principal, The velvet vampire de Stephanie Rothman (1971). En una copia tan lustrosa como todas las reposiciones que estamos viendo este año y que ya de por sí son un regalo, este relato de una pareja que se deja invitar por una misteriosa mujer a su casa en el desierto está llena de color, desvergüenza y erotismo. Hija de una época psicodélica, contiene algunas imágenes sorprendentemente poéticas, a la vez que no rehuye el petardeo y el juego entre lo sugerido y lo explícito, y tampoco se preocupa por lo políticamente correcto o incorrecto. Se trata en definitiva de una suerte de exploitation con verdadero pedigrí estético y que se disfruta sin reservas de principio a fin.
Para rematar la jornada, volvemos a la sala grande para ver, ahora sí, Pearl. La precuela de X es a la vez perfectamente independiente de aquella, por más que explica la historia de la joven del título, que es la abuela de la anterior película de West. Pero no hay elementos que sean necesarios para comprender la una o la otra, puesto que Pearl no deja de ser el retrato de una personalidad quebrada por dentro y que nos hace testigos del momento en que finalmente salta en pedazos. Lo sorprendente de la propuesta, más que la propia historia -muy sencilla- o los detalles que pueda aportar sobre su protagonista a nivel de saga -como decíamos, en última instancia innecesarios-, es su propia construcción. Cómo ese contenido tan propio del thriller o el terror de las últimas décadas está presentado remitiendo a las películas clásicas en Technicolor (de las que reproduce la intensidad cromática y algunos movimientos de cámara, más que el estilo lumínico o la rigidez de los planos) y ambientada en los años 10 del siglo XX. Es realmente un choque estilístico que no recordamos haber visto nunca y ésto, unido al trabajo de Mia Goth en el papel protagonista (que añade la capa más interesante al díptico con X, puesto que interpreta a dos personajes distintos en películas que cohabitan en el mismo mundo), totalmente entregada y sin miedo al histrionismo, convierten a Pearl en una de las propuestas más peculiares y apreciables del género este año. La manera de cerrar la película es de verla para creerla y nos hace pensar que otro de sus puntos interesantes es que ni siquiera pretende representar una realidad objetiva dentro de su universo, sino tan solo una aproximación deformada. Pearl es puro artefacto fílmico y, si West consigue hacer una tercera parte igualmente diferenciada para la próxima entrega de la saga, MaXXXine, le puede quedar una de las trilogías de género más sugerentes de los últimos tiempos.
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