Sin apenas darnos cuenta, nos encontramos en el tramo final del verano. Un verano que ha olido todavía a anomalía pandémica y que, al menos por las latitudes del que escribe, ha sido sorprendentemente irregular a nivel climatológico. Mientras corre el aire fresco por la ventanta, pese a estar aún en agosto, pensamos en algunas cintas que permitan alargar el regusto estival, en preparación para un otoño que parece haber irrumpido ya en nuestras vidas:
Top Gun (Tony Scott, 1986)
Orgullo de piloto, aventura iniciática, locura de juventud, sueños aéreos, candidez ochentera… La cinta que debió catapultar a Tom Cruise al Olimpo de la carpeta colegial trae el viento en la cara, sin esa sobrecarga autoconsciente tan común en el cine actual. Con unas escenas aéreas sorprendentes aún hoy (incluso más espectaculares, porque prácticamente no hay trampa ni cartón), Top Gun es un disfrute sin ínfulas que estamos deseando continuar cuando se estrene Top Gun: Maverick. Y si esa escena de voleibol con sudorosos y musculados pilotos de la Armada no es el verano encarnado, ya me dirán…
Ponyo en el acantilado (Hayao Miyazaki, 2008)
Una película que respira mar, versión sui generis de La sirenita, y que iba a ser (y van…) la última de su director, el maestro Miyazaki. Para ésta volvió a la base tradicional de la animación, con una participación mucho más protagonística del dibujo y el pintado hechos a mano, en un relato menos barroco que sus anteriores producciones, pero con todo el encanto de un clásico Ghibli. Más apta para niños, igualmente disfrutable para el adulto que sepa apreciar el trabajo artesanal y la narración con alma.
Happy Togheter (Wong Kar-Wai, 1997)
Otra de esas muestras del peculiar director hongkonés en las que se percibe la humedad ambiental. Dos emigrados en Argentina, relaciones tormentosas, ritmos latinos, encuentros y desencuentros, extrañamiento en un lugar que es casa pero no hogar… El tiempo se alarga y encoge, las cosas se mueven pero a la vez permanecen iguales en este rifirrafe cinematográfico que confunde como un día de agosto.
Mal gusto (Peter Jackson, 1987)
Sólo apta para quienes sepan apreciar el ídem, Mal gusto es el epítome del cine amateur, (muy) imperfecto, sin ningún tipo de cortapisas y, en la encarnación que nos ocupa, lleno de gore casquillero serie Z, extravagancias made in Nueva Zelanda y, en definitiva, lanzadera de una carrera que llevaría a su director a lo más alto del mundo del blockbuster. Un experimento cutre y desagradable, apoyado por su gobierno -algo inexplicable por estos lares- y que huele a verano y libertad, porque está hecho entre amigos y usando cualquier resquicio de tiempo libre.
Recordad que si queréis más propuestas para esta estación, hemos hecho selecciones en varias ocasiones: aquí, aquí y aquí.