Subimos una marcha para aprovechar al máximo nuestro tiempo en el Festival, y una mañana de domingo empezamos en el Auditori con Lupin III: The First. Hemos dejado de sentirnos atraídos a priori por los intentos japoneses de pasarse a la animación 3D (las últimas razones para ello fueron Gantz: O –2016- y Human Lost -2019-), pero los avances de este nuevo Lupin, que mantienen el estilo cartoon con bastante gracia, nos hacen tener fe de nuevo. Y lo cierto es que al principio nos convence la propuesta, aún cuando algunos diseños parecen un tanto occidentalizados: hay buenas coreografías de acción, los personajes carismáticos de siempre, algún momento slapstick gracioso… Pero conforme avanza, aparece el problema habitual de fondo: se trata de un envoltorio de primera para un guión de segunda. Los giros comunes y clichés empiezan a acumularse a medida que la aventura prosigue, y acaban por cansar y empantanar la película, que por otra parte nunca deja de lucir despampanante. Y uno se para a pensar que tal vez con un modesto 2D, esa pobreza de la historia pasaría mejor… Un 600 tiene su encanto, y un Ferrari es una máquina deslumbrante; pero coloquemos el motor del primero dentro del segundo, y el coche resultante es un desastre. Sólo nos hace falta ver, mientras desayunamos al día siguiente, un clip con animaciones hechas por Hayao Miyazaki en sus inicios, entre las que se cuentan fragmentos de la serie de Lupin III, y acabamos de entender la diferencia: más allá de lo que cuenta la historia, se trata de cuántas ideas propias del medio animado es capaz de introducir en sus secuencias. Y hace falta genio para ello.

Hay veces que uno coloca películas de relleno en su parrilla personal, para qué negarlo. Algunas de esas veces se confirman las peores predicciones, y otras te llevas gratas sorpresas. No sabíamos qué esperar de Comrade Drakulich, pero sí la veíamos como una apuesta peligrosa. Y mira por dónde, esta historia de espionaje en la Hungría comunista acaba siendo la mar de resultona. Ya no es sólo el interés de introducir un vampiro en la trama de suspense (al final el elemento fantástico está administrado con cuentagotas). Tampoco los momentos de comedia, que salpican la narrativa pero no dominan el conjunto. O la ambientación setentera, de innegable encanto. Es simplemente la suma de todo ello, que acaba produciendo algo con personalidad propia. Y que se aguanta gracias a la sólida interpretación de Lili Walters, que encarna a la mujer de una pareja de espías que recibe órdenes de desenmascarar a un héroe comunista que puede darle la vida eterna al mandatario de turno… Es el magnetismo que ella aporta a cada momento de la película el que permite que se sobreponga a la pega que le ve mucha gente, y es que Comrade Drakulich no explote al máximo ninguno de sus frentes: no es del todo una comedia, ni un thriller, ni un fantástico… Pero a la vez es el batiburrillo bien hilado lo que le da un extraño encanto, y hace que salgamos contentos de la proyección.

Tenemos espacio para comer con toda la tranquilidad del mundo, hacer el café, y cualquier otra cosa que se nos pase por la cabeza, porque hasta bien entrada la tarde no volveremos a las salas. Por el camino se han proyectado Meandre, de Mathieu Turi, y Jumbo, de Zoé Wittock, que también han gustado más de lo esperado. Volvemos luego al cine Prado. Este año la sección Seven Chances viene bastante cargada de clásicos, y hoy ponen una restauración de El huerto del francés de Jacinto Molina (Paul Naschy para los amigos), su segundo largo y, por lo que cuentan, su favorito. Como no somos ningunos expertos en la época dorada del fantástico español, siempre agradecemos la oportunidad de hacer un nuevo descubrimiento. Y este es de calibre considerable. Episodio destacado de la crónica negra española, El huerto del francés (1977) relata una serie de asesinatos cometidos a finales del siglo XIX por un hombre que regenta una posada-prostíbulo en un villorrio de Sevilla. Al francés del título le da vida con convicción el mismo Naschy, y la película es de una crudeza sorprendente. Resulta tan agradecido seguir una narración en la que la estructura de tres actos no esté completamente a la vista, en que el costumbrismo se mezcla con lo más turbio de una sociedad podrida por dentro, en que no se colocan cortapisas en pos de lo políticamente correcto… Todo ello consigue que El huerto del francés nos remueva por dentro, nos ponga mal cuerpo, y nos recuerde una vez más que en ocasiones las mayores sorpresas del festival llegan del pasado…

Hace ya cuatro años que disfrutamos Train to Busan en el cine Retiro, y a él volvemos para ver lo nuevo de Yeon Sang-ho, Peninsula, una secuela narrativamente independiente de aquélla. Ya estábamos sobre aviso, y efectivamente lo nuevo del coreano tira más hacia la acción rocambolesca que su predecesora, amplía la escala al ambientarse en una ciudad de Incheon ahora en ruinas (han pasado cuatro años desde el brote zombi), y nos hace ser conscientes del terreno tan delicado sobre el cual se movía Train to Busan. Y es que a Peninsula se le va la mano en casi todos los terrenos. Sí, el inicio todavía mantiene los ingredientes que nos atraparon en la anterior película; se puede ir siguiendo el juego de acción loca cuando los protagonistas se adentran en la metrópolis arrasada. Pero al final puede el exceso y la descompensación. El uso del CGI es por momentos cargante, el equilibrio entre escenas calmadas y de acción es precario, con lo que resulta más difícil empatizar con los personajes, y cuando llegan los momentos dramáticos, el subrayado es casi risible. Sigue habiendo ideas visuales muy interesantes, sobretodo en lo que respecta al juego luz-oscuridad que es capaz de excitar o desorientar respectivamente a los muertos vivientes. Pero ello no hace que podamos colocar a Peninsula al lado de un Mad Max de George Miller o de un Rescate en… de John Carpenter, sus referentes más evidentes. Como decíamos, se descubre en perspectiva cómo Train to Busan caminaba por una fina y peligrosa línea en muchos aspectos. En Peninsula, Sang-ho acaba por tropezar en demasiados frentes. A ver qué ocurre mañana.
