Pensar en Estados Unidos es para muchos de nosotros enfrentarnos a un cúmulo de sensaciones encontradas: representa una cultura que nos fascina, cuya influencia en la nuestra es innegable, y a la vez nos sugiere fácilmente un rechazo, la intuición de que subyace a su carácter un infantilismo con el que no nos identificamos (o no queremos identificarnos). En ocasiones hay películas que retratan esas dualidades, de forma más o menos autoconsciente, y consiguen que nosotros hagamos el saludable ejercicio de preguntarnos al respecto cuando las vemos.
Una de las cintas más esperadas de esta edición del Americana era Certain Women, seguramente por agrupar en su reparto a Laura Dern, Michelle Williams y Kristen Stewart. Dirigida por Kelly Reichardt, una voz reconocida dentro del indie (de ahí seguramente que tres actrices de renombre se presten a participar), la película ofrece tres retratos separados de mujeres en la América profunda, ésa alejada de las grandes ciudades y el cosmopolitismo. Historias en la frontera, que podría decirse en términos de western. Todo está elegantemente coreografiado y fotografiado en Certain Women. Pero también se le ven demasiado las costuras. Las primeras, las ideológicas: el alegato feminista queda demasiado explicitado (y por tanto, restado de profundidad) en las dos primeras historias. Reichardt parece estarnos gritando «it’s a man’s world» de una forma demasiado evidente. Salvan la papeleta Dern y Williams, a las que siempre es un gusto ver en pantalla, y que compensan una falta de finura en el discurso que queda más en evidencia precisamente por la finura formal de la película. Por contra, la tercera historia, tal vez la más interesante a nivel dramático, adolece de un ritmo demasiado lento, con una estructura cíclica que tiene su sentido pero que acaba aburriendo. Salimos pues con una sensación agridulce de la proyección.
Más interesante nos parece Creative control. Tal vez, en parte, porque se agradece ver una contribución sólida de género en un festival de estas características. La película se ambienta en un futuro cercano, que no pretende avasallarnos con avances espectaculares sino representar una simple evolución del presente, con la tecnología cada vez más integrada en nuestras vidas y como centro de nuestras relaciones con el mundo que nos rodea. Llega así la ciencia ficción al Americana. Una ciencia ficción filmada en estilizado blanco y negro, una opción inteligente cuando acompaña al discurso y de paso permite suplir posibles carencias técnicas. El resto está en la línea: diálogos afilados, un marco argumental ingenioso y un inusitado erotismo que, por su peculiar relación con la tecnología, consigue mantener nuestra atención mientras la narración avanza con parsimonia. El único ‘pero’ es que el desenlace se va algo de madre y no sabe aprovechar lo construido a lo largo de la película. Por mucho que el tono general sea de comedia y que haya un buen puñado de personajes más o menos estereotipados, éstos están llevados de manera suficientemente inteligente como para esperar algo más de la conclusión. Con todo, Creative control es una agradable sorpresa, toda una disección de nuestro presente mediante su exageración vía vistas al futuro.
Llega nuestro título favorito de entre lo que hemos visto este año en el festival: Goat. Como nos ocurrió en la pasada edición con Yosemite (Gabrielle Demeestere, 2015) es una de las películas con acogida más tibia entre el público (aunque en este caso la aprueban) y, también como aquélla, es una producción apadrinada por James Franco. Su nombre y el de David Gordon Green a los lápices (Prince Avalanche, 2013) son los que nos arrastran a verla. Goat expone con precisión cuasi documental lo que significa meterse en un rito de iniciación para acceder a una hermandad universitaria. Algo que desde aquí puede sonarnos marciano, pero que es muy real en los EE.UU., y que el director Andrew Neel retrata con nervio ejemplar. Hay una autenticidad en la película que atrapa por completo, que resulta catártica. Está bien ligada a nivel dramático, está excelentemente actuada (¿es que tienen los americanos algún tipo de habilidad innata para la interpretación?), y tiene una capacidad de inmersión poco común. Goat es el reverso tenebroso de Todos queremos algo (Richard Linklater, 2016) y genera posibilidades de debate al acabar la proyección como ninguna otra de las que hemos visto este año. La joya escondida del festival.
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