Visitamos por segundo año el Festival Americana de Barcelona, donde se presenta una selección del cine norteamericano más invisible, ése que difícilmente veremos en las carteleras. La muestra sigue siendo muy abarcable, cosa de agradecer, y el éxito de público es rotundo, algo de lo que alegrarse. Os hablamos de lo que hemos podido ver durante su celebración.
Ha habido este año en el Americana diversas películas que cuentan en el centro con personajes extremados, extravagantes, al margen de los esquemas de seguridad construidos por el ciudadano medio. Es de esperar que, al poner a estos especímenes en contacto con los protagonistas, extraigan de ellos algo que permanecía escondido. El drama (o la comedia) está servido.
El primer experimento que sigue esta vía de conflicto que parece de moda es Donald cried, la película que, significativamente, inaugura el festival. Planteada como una clásica historia de retorno a casa, la particularidad es que los típicos reencuentros con amigos, las puestas al día entre risas y cervezas, la nostalgia agazapada detrás de cualquier esquina, se ven sustituidos por el extraño personaje que encabeza el título. Donald, el colega de juventud que ahora da más vergüenza ajena que otra cosa, que cualquiera con dos dedos de frente evitaría a no ser que no le quedara otro remedio, es el único referente al que Peter, el protagonista, puede acudir al verse en un aprieto. Lo que viene a continuación es una concatenación de momentos incómodos, situaciones violentas, de esas de ‘tierra, trágame’. Pero el teletransporte todavía no existe, y Peter debe ir tragando -por egoísmo, en el fondo- lo que le va cayendo con el mayor estoicismo posible, mientras sea capaz de ello. Muchas de las peripecias son divertidas, pero también es verdad que al final la película termina haciéndose algo repetitiva. Se hubiera agradecido una mayor concisión narrativa, brevedad que se revela posible con el seco final, que descoloca al personal y a la vez ‘recoloca’ dramáticamente al comparsa bufón, dejándonos desazonados.
Otro intento de montar una historia del tipo ‘amigos a la fuerza’ es Another evil. En este caso hay un intento de mezcla de géneros, lo cual es loable por su voluntad de romper clichés. Entra así en juego la comedia extravagante -similar a la de la anterior película-, pero también el terror sobrenatural y el suspense. En este caso el freak es Os, un exorcista que llega a la casa del protagonista para ahuyentar las visiones de espíritus que están atormentando a la familia. Cuestiones de logística, los dos se quedan solos en la casa durante unos días y la cosa empieza a echar chispas. Aunque el punto de partida sea bueno, y Os tenga su jugo como espécimen grimoso, lo cierto es que hay algo en Another evil que no termina de cuadrar. Únicamente al acabar nos damos cuenta de que probablemente el bajísimo presupuesto ha acabado pesándole a la cinta. Una factura underground sólo puede funcionar si las formas fílmicas son las del underground. Si uno intenta tirar del clasicismo, algo chirría. Y aquí hay alguna que otra psicofonía no deseada.
Igual podría chirriar (y mucho) Swiss Army Man. La ganadora del Festival de Sitges de este año no tiene ni pies ni cabeza; por poco que se intente analizar con la cabeza fría y siguiendo unas reglas básicas, se cae a trozos como el Daniel Radcliffe putrefacto que acompaña a Paul Dano en sus aventuras. Pero por algún tipo de milagro, no ocurre el desastre. Si bien el inicio divide al personal entre los que ríen a carcajadas al primer chiste de pedos y los que pensamos que la cosa empieza demasiado forzada y simplona, la verdad es que los Daniels (como se llaman a sí mismos los directores Dan Kwan y Daniel Scheinert) consiguen ir construyendo una atmósfera e idiosincrasia propias, que escapan a estudio, pero que mantienen una coherencia interna. Cuesta creer cómo pudieron convencer a dos actores de Hollywood -totalmente entregados- y a algún productor despistado para que participaran de esta locura, pero bienvenida sea. En el momento en que empieza a desarrollar su filosofía de mierda (y esto es así, literal), Swiss Army Man toma vuelo contra todo pronóstico. Cualquiera que viera un minuto suelto de la película saldría por patas con toda la razón del mundo, porque es de verla para creerla. Surrealista y escatológica, pero también emotiva y estética. No pasará a la historia, pero por ahora consigue hacerse con el Premio del Público del Americana y darnos el gusto de salir de la sala desubicados, sin entender bien lo que hemos visto.
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