Cuando algo funciona, para qué cambiarlo. Eso es lo que deben pensar los productores y directores de policíaco en Corea del Sur (y quien dice en Corea, dice en Hong Kong), y es lo que en muchas ocasiones nos sirve también a nosotros. Porque Veteran, igual que pasaba ayer con Assassination, es un producto perfectamente milimetrado. Que tal vez no aporte grandes innovaciones al arte de hacer películas, pero que funciona a las mil maravillas como respetable pieza de cinematografía. Lo cual ya es mucho. Con un villano de esos que da gusto odiar, las aventuras y desventuras de un policía a la caza de este magnate sin escrúpulos nos regalan dos horas de tensión, intrigas y diversión sin remordimiento. Empezamos la jornada con un buen chute de energía.
En Japón también tienen sus propios esquemas para la fabricación de blockbusters, ligados en sus detalles a la moda que se cueza en ese momento, pero con un sello bastante inconfundible. En Parasyte (la primera parte de dos), el adolescente de turno se despierta con un brazo poseído por un extraño parásito, que para más señas ha devorado por dentro a unos cuantos de nuestros congéneres, y que pretende establecerse como especie dominante en la Tierra. El bicho tiene voluntad propia y la capacidad para mutar de forma, así que las situaciones más o menos absurdas y las escenas de acción imposibles están a la orden del día durante todo el metraje. En algunos momentos el ritmo de Parasyte es moroso, y en general las motivaciones de la raza parasitaria son confusas (a la espera de lo que se desvele en el cierre del díptico), de forma que esta dispersa fusión de La invasión de los ladrones de cuerpos (D. Siegel, 1956) con la corriente de la Nueva Carne funciona a ratos, sin desagradar pero tampoco sin entusiasmar. El mayor aliciente para esperar la conclusión es descubrir que el villano supremo lo interpreta Tadanobu Asano.
Como no se me ocurre nada mejor que hacer, me acerco al Prado ver Lace Crater, con la máxima en mente de que Noves Visions siempre ofrece algún estímulo al espectador. Pero en esta ocasión hemos tocado hueso. La sensación general al terminar Lace Crater se sintetiza perfectamente describiendo el panorama en la sala: mientras aún corren los créditos por la pantalla y con el director entre el público, a la espera de un posterior coloquio, la platea desfila en el más absoluto de los silencios. Ni un silbido, ni un aplauso. Dura indiferencia ante una película que difícilmente se hace querer. A la caza del verismo en la narración de esta peculiar y cansina historia de fantasmas, el director dibuja a unos personajes repelentes, elabora un relato que parece buscar desesperadamente la complicidad cool de la audiencia, pero que se queda en una muestra de gafapastismo de la peor calaña.
Menos mal que para cerrar el día tenemos a un cineasta auténtico como pocos, Shinya Tsukamoto. A pesar de lo marciano de sus propuestas, el Festival le ha dedicado hoy la portada del diario, y es que su Fires on the plain es con toda probabilidad la verdadera joya escondida de la jornada. Inquebrantablemente fiel a sus principios, Tsukamoto se va a rodar a las Filipinas con cuatro duros, una estética digital feista sin complejos (incluso necesaria) y un enfoque crudelísimo sobre el cine bélico. Fires on the plain es el relato de una retirada en medio del hambre, el caos, la locura y el fango. Adaptación de una novela de los años cincuenta, que ya contó con una primera versión cinematográfica por parte de Kon Ichikawa, Tsukamoto se engancha a su protagonista (que en un ejercicio de absoluta implicación, es el mismo director) y nos hace recorrer con él la selva sin dejar un resquicio al humanismo, las moralejas, la redención o la esperanza. Por su carácter, nos hace recordar a Caterpillar de Kôji Wakamatsu, que pudimos ver en Sitges 2012. Mientras aquel relato atacaba las secuelas del conflicto bélico, con Tsukamoto saboreamos la guerra como pocas veces, y salimos con la sensación de haber visto una pieza única e imprescindible aunque, eso sí, no apta para todos los paladares.
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