Ya que no tengo posibilidad de entrar a «The midnight after» de Fruit Chan (que, según me dicen después, es toda una decepción) y que infravaloro «One on one» de Kim Ki-duk (que más adelante me venden como una de las más potentes del festival), no es hasta prácticamente mediodía que me animo a acercarme al cine Prado para volver sobre el género documental. En esta ocasión, me lanzo a por «Manshin«, un biopic sobre una de las grandes chamanes de Corea del Sur. La propuesta es muy interesante para quien tenga curiosidad por ver cómo se vive el misticismo en países sobre los que raramente oímos hablar, y su protagonista, Kim Keum-hwa, es desde luego enigmática. Eso sí, a pesar de contar con momentos intensos -visiones mediúmnicas mediante-, la película se acaba haciendo algo reiterativa y se extiende más allá de lo necesario. Las líneas de reflexión que abre siguen siendo, en cualquier caso, estimulantes.
La curiosidad me puede y me acerco con un colega a la Sala Tramuntana para asistir a la clase magistral de Pablo Helman. Es difícil no sentir curiosidad ante el currículum de este maestro de los efectos especiales digitales, que ha trabajado con Steven Spielberg y ha sido el principal supervisor de películas como «El ataque de los clones» (G. Lucas, 2002). Pero, para nuestra desilusión, Helman toma como base para su charla su último trabajo, «Las tortugas ninja» (J. Liebesman, 2014), una película de la que lo único que llama la atención es precisamente el trabajo de su equipo -y eso sin contar el encanto que pierde con respecto a la versión noventera. Aunque hacemos la prueba, acabamos un poco cansados de este making of extendido, que redunda en la técnica y no abunda en lo creativo. Algo desencantados, no esperamos a ver si al final habla de «La guerra de las galaxias» como promete al inicio de su intervención, y nos dirigimos de nuevo al cine. Kill your idols, que dicen.
«Honeymoon«, del americano Leigh Janiak, está hecha, precisamente, con pocos efectos digitales. Al menos que se noten. Es en cualquier caso una película que trabaja más en el terreno de la atmósfera, cosa que hace con bastante tino. Para qué negarlo, la primera parte de la cinta se hace dura. A pesar de estar bien filmada, la pareja protagonista resulta insufrible y conforma una de esas relaciones amorosas escritas con empalago indie (que no deja de ser empalago igual). Se entiende que el director quiere construir a partir de ahí lo que será el deterioro de la convivencia en la segunda parte, pero ello no quita que los actores principales se hagan odiosos. La cosa mejora sustancialmente cuando hace acto de presencia el misterio, cuando las relaciones de los personajes se empiezan a enrarecer. Pero al final todo queda en un ‘quiero y no puedo’, a medio gas, con secuencias que se hacen repetitivas a nivel dramático, mientras que el hueso duro de la película se queda sin roer. Honorable esfuerzo, pero decepcionante en su conjunto.
Tras esta segunda película del día, tengo el gusto de asistir a un evento conmemorativo de los 10 años de Jurat Carnet Jove del festival, que en cada edición otorga su propio premio a la mejor película de la sección oficial y señala lo más granado de la sección Midnight X-Treme (este año se ha añadido alguna mención adicional). Junto con otros antiguos miembros, varios de los cuales son ahora amigos, y quién sabe si eventuales compañeros de proyectos, asistimos a una mesa redonda de esas orientadas a levantar la moral del personal, recordamos los buenísimos momentos que pasamos en nuestras respectivas ediciones y peleamos por quién escogió mejor sus premios (para corroborar la evidencia de que la de un servidor fue la promoción con mejor gusto, solamente hay que ver el palmarés correspondiente). La verdad, se agradece el detallito por parte de la organización, y que de paso me solucionen la cena gracias al pica pica de rigor.
Las celebraciones no nos apartan de nuestros deberes como cronistas (si acaso, nos empujan a hacerlo mejor aún) así que, una vez apurado el cava, vuelvo a la carga viendo «That demon within«, del especialista en thrillers Dante Lam. Sinceramente, me esperaba más (aún recuerdo la estupenda «Fire of conscience», de 2010). Tal vez ayudado por el cansancio, esta nueva entrega del hongkonés se me acaba haciendo algo pesada. Aún dándole la vuelta al juego del policía y el ladrón, y de contar con algunas secuencias excelentes, me parece una propuesta alargada, y me quedo con la sensación de que es una versión barroca de su efectivo compatriota Johnnie To. Pese a ello, hay que reconocerle una creatividad notable a nivel visual.
En vista de que no lo aprovecharé, y aunque tenía marcada en la agenda la cara más cachonda del Takashi Miike de este año, «The Mole Song: Undercover Agent Reiji«, opto por retirarme. Es ya la una y, sin ninguna duda, mañana podré resarcirme de la tibia tanda de cine de hoy.