Aunque la llamada época dorada del cine japonés pasara hace mucho tiempo, el país del Sol Naciente sigue proporcionando material para calmar la sed de quienes buscan propuestas alejadas de las fórmulas estándares imperantes en occidente. Para quien no conozca su filmografía, el cine proveniente de Japón puede resultar algo chocante o generar alguna reticencia inicial, pero tales trabas se vienen abajo rápidamente al introducirse en el mundo propio y la variedad que ofrece.
A pesar de que el arranque de milenio fue más fructífero en cuanto a películas interesantes que la época actual (en que el foco de atención parece traspasado a Corea del Sur), hay un buen puñado de obras que resultan de ineludible visionado. Así pues, a continuación presentamos diez películas imprescindibles para percibir toda la riqueza de la cinematografía japonesa actual, y que sirven como un muestrario de la amplitud temática y tonal de sus propuestas. Vamos allá:
«Battle Royale» de Kinji Fukasaku (2000)
Una de las contadas películas que consiguió repercusión en nuestro país, probablemente por su trama y tratamiento de la violencia cercanos al anime y el manga que nos habían acercado a la cultura japonesa quince años atrás. La premisa demencial (un grupo de estudiantes que deben exterminarse entre ellos), el original tratamiento, la buena conjugación de su historia coral, apariciones estelares como la de Takeshi Kitano… la hacen una pieza imprescindible. Hasta hace unos años, la película favorita de Tarantino desde sus inicios en esto del cine. A ver quién le rechista.
«Metrópolis de Osamu Tezuka» de Rintaro (2001)
Tomando como base la ambientación (que no el argumento) del clásico de Fritz Lang y el cómic del llamado ‘padre del manga’, surge esta pieza de orfebrería animada. Una suerte de spin off de la obra maestra del cine mudo, que hipnotiza con sus imágenes y su estupenda banda sonora jazzística, hasta llegar a un clímax memorable. Aún tratándose de un fracaso de taquilla en su estreno, demuestra a los no iniciados que hay vida más allá de «Akira» y Miyazaki. Y de qué manera.
«Todo sobre Lily» de Sunji Iwai (2001)
Una obra personalísima, una de las pocas elegidas que genera un efecto catatónico en el espectador cuando la ve por primera vez. Radiografía de la juventud nipona en su vertiente más cruda, ‘Lily Chou Chou’ es un relato complejo, lleno de capas, rico en formas y que no deja indiferente a nadie. Con la marca indudable del estilo de estas tierras, es a la vez un drama duro y único.
«El viaje de Chihiro» de Hayao Miyazaki (2001)
Obra maestra indiscutible del indiscutido maestro de la animación, que no en vano se llevó el primer Oso de Oro de Berlín para una película animada. Esta reinterpretación de «Alicia en el País de las Maravillas» es un relato fascinante sobre la madurez y bebe intensamente del rico folclore japonés al ambientar la acción en un centro de aguas termales para deidades. La película desborda con su sentido de la maravilla y su canto al amor y a la identidad, convirtiéndose por méritos propios en la obra imprescindible de la animación del nuevo siglo.
«Ichi the killer» de Takashi Miike (2001)
Es imposible dar un repaso al cine japonés de las últimas décadas sin que aparezca uno de sus artífices más prolíficos, Takashi Miike, un cineasta capaz de entregar cuatro o cinco obras en un año sin despeinarse, y que se erige a la vez como una de las figuras más personales de su panorama. Sin problemas para tocar todos los palos genéricos, suele dejar una impronta de desinhibición en todas sus películas, muchas de las cuales son de una extrema radicalidad temática y gráfica. En este patrón se enmarca «Ichi the killer», en la cual Miike no se corta a la hora de mostrar gore, sadomasoquismo y demás perversiones. Resulta imprescindible para comprender la cara más retorcida del cine nipón, y se encuentra más de actualidad que nunca ante su próxima visita al Festival de Sitges.
«Shara» de Naomi Kawase (2003)
Magnífico representante del drama japonés, en la que los tiempos lentos habituales en esta clase de películas se elongan en forma de extensas secuencias en las que la acción pasa a un segundo plano. «Shara» es más una colección de estados de ánimo, el retrato de un instante concreto de la vida de sus personajes, con uno de sus momentos cumbre en el largo plano-secuencia del festival, en el cual el baile y la música se repiten y fusionan en un bucle sinfín, creando un efecto catártico en los personajes y el espectador.
«Zatoichi» de Takeshi Kitano (2003)
Kitano, bajo su pseudónimo de Beat Takeshi, no sólo protagoniza esta película sobre un samurai ciego (una suerte de reboot alrededor de un personaje que ya había protagonizado durante el siglo pasado 26 filmes), sino que también dirige, culminando así el ciclo de películas que lo encumbraron como uno de los nuevos maestros del cine nipón. En «Zatoichi», el fascinante fresco histórico se mezcla con el drama, el suspense, la acción y las gotas de humor marca de la casa.
«El sabor del té» de Katsuhito Ishii (2004)
El cine japonés más bizarro y surrealista tiene su mejor exponente en esta peculiar historia costumbrista, en la que tan pronto puede aparecer un ‘yo’ gigante como unos personajes disfrazados de robot, a la vez que narra una bonita historia de amor o trata con delicadeza el tema de la muerte. Una película adictiva y única, y la tercera de la lista en contar entre su elenco con el gran Tadanobu Asano, actor carismático, camaleónico y fetiche del cine japonés actual.
«Caminando» de Hirokazu Koreeda (2008)
Para completar el panorama dramático de esta cinematografía, no puede faltar una historia puramente familiar, y ésta es la estampa que disecciona Koreeda, uno de los directores actuales más interesantes de Japón. La pérdida de un hijo, nunca superada y enquistada, permite desnudar a los personajes y hablar de una cultura basada en la tradición y en las rígidas normas sociales.
«Love Exposure» de Sion Sono (2008)
Máximo exponente de lo que a algunos gustará llamar post-cine, una obra mastodóntica, de cuatro horas de duración, y que a pesar de su bajo presupuesto consigue alcanzar unas cotas de epicidad sorprendentes, en una mezcolanza de géneros y referencias a los más diversos clichés del moderno cine japonés, una batidora cultural y fílmica con un atrevido leit motiv en que amor y sexo se fusionan de forma inédita. Tras la digestión del brillante filme de Sion Sono, las puertas están sin duda abiertas para poder desgranar cualquier obra del cine contemporáneo japonés.
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