Ya hace tres años desde que lanzamos nuestra pequeña guía personal encaminada a introducir al espectador en el mundo del cine japonés actual. No contentos con ello, más tarde añadimos un pequeño apéndice con cuatro propuestas nuevas, pensadas especialmente para el período estival.
Pero llegados a este punto, y sabiendo que a día de hoy aquella entrada original sigue siendo la más visitada de esta página con mucha diferencia, no hemos podido evitar la tentación de proponer un nuevo recorrido por la filmografía nipona de los primeros 2000. Porque además, el año pasado representó un nuevo pico en la cinematografía de este país, que ya hemos ido comentando aquí, y que nos invita a revisar de dónde venimos.
Así pues, os presentamos una vía de entrada alternativa, o mejor aún, complementaria, a aquella que propusimos inicialmente. Atacamos esta nueva selección, donde hemos intentado reseñar un puñado de nuevos directores que se quedaron fuera en su momento. Éste es el resultado:
Dolls de Takeshi Kitano (2002)
Es difícil describir Dolls a alguien que no esté familiarizado con el cine de su director. Y, según cómo, incluso al que sí. Este personalísimo acercamiento de Kitano al teatro bunraku es una muestra de cine esencialmente contemplativo, que demanda la plena implicación del espectador. Y que, precisamente por ello, es una de las experiencias más especiales que se pueden tener viendo una película. No apta para todos los paladares, quien sepa apreciarla la contará sin duda entre sus favoritas.
Ghost in the Shell 2: Innocence de Mamoru Oshii (2004)
Tras engendrar un clásico consagrado del anime en 1995, Mamoru Oshii se lanzó a la realización de esta secuela nueve años más tarde. Lejos de desmerecer a su predecesora, Innocence suponía una nueva vuelta de tuerca al argumento y el discurso de la primera entrega, además de contar con un apartado visual (otra vez) apabullante. Para el eterno escéptico de la animación, apuntaremos que fue nominada a la Palma de Oro en Cannes. Ciencia ficción hipnótica.
Nadie sabe de Hirokazu Koreeda (2004)
Un dramón de tomo y lomo, pero de los que valen la pena el esfuerzo. La historia de cuatro niños que tienen que arreglárselas solos narrada desde la más absoluta cotidianidad y la mínima sensiblería. Lo que Koreeda consiguió aquí con sus actores solamente puede definirse con una palabra: milagro (y no, no es por parafrasear otra de sus películas). Nada más que por admirar las interpretaciones de los pequeños, ya merece su puesto en esta lista.
Paprika de Satoshi Kon (2006)
Seguramente nadie, con perdón de David Lynch, ha conseguido plasmar el mundo de los sueños de una manera tan auténtica como el malogrado Satoshi Kon. Verdadero maestro de la animación y de la narración cinematográfica, Paprika fue el último largo de su breve filmografía. Un festival para los sentidos, con un final apoteósico. La imaginación que llena cada minuto de metraje hace que pueda verse y reverse sin ningún problema.
Crows Zero de Takashi Miike (2007)
Seguramente la locura más acertada de Miike en los últimos diez años. Crows Zero fue toda una inyección de adrenalina, que sabía combinar a la perfección acción contundente y a raudales con la comedia más descacharrante y un romanticismo tan naif como simpático. Sin ningún tipo de vergüenza para encasquetar a media película un número musical sin mucho sentido. El encaje de bolillo que es la película se aprecia mejor cuando se compara con su secuela, entretenida pero sin el eufórico resultado de ésta.
Cinco centímetros por segundo de Makoto Shinkai (2007)
Romance sin tapujos. En el filo de lo cursi, podría decir alguno. Pero Shinkai consigue trascender todo eso con sus tres historias, que suman apenas una hora de duración. Y es que la forma es tan sugerente, el convencimiento tan profundo, que atrapa sin remedio. Exquisitez para aquellos capaces de abrirse a unos dramas eminentemente adolescentes.
Despedidas de Yojiro Takita (2008)
Si no lo han hecho ya antes, aquí van a tener que echar mano del kleenex. El enfoque que da Despedidas a la muerte es tan reconfortante como acongojante. La reconciliación con uno mismo y con el más allá dan como resultado una película casi redonda, que avanza de forma suave y deja su poso. Incluso los estadounidenses se rindieron a sus encantos otorgándole un Oscar. En este caso, bien merecido.
Tokyo Gore Police de Yoshihiro Nishimura (2008)
Entendamos de lo que estamos hablando. Esto es pura serie Z, carne de directo a DVD grabada con los medios digitales más rupestres. ¿Qué pinta aquí entonces? Pues se trata del mayor y mejor exponente del nuevo gore japonés (que lleva un par de años algo apagado), y que sorprende no solo por su exagerado uso de la casquería, sino por contar con una estética muy interesante pese a las evidentes limitaciones. Para redondearlo, la saltean unos falsos anuncios que remiten al Verhoeven más corrosivo.
Symbol de Hitoshi Matsumoto (2009)
Puestos a entrar en terrenos surrealistas, el nombre de Hitoshi Matsumoto resulta imprescindible para entender el panorama de los últimos años. Humorista de éxito en su país, esta fue su segunda incursión en el cine y todo un experimento de histrionismo que se justifica a sí mismo en el último cuarto de hora de película. Para amantes de lo diferente, y para dejar a los amigos patidifusos.
Redline de Takeshi Koike (2010)
Una de carreras de coches futuristas. La animación llevada al extremo. Colores saturados, diseños hiperdefinidos, acción máxima y argumento mínimo, ritmo frenético, estilización absoluta. Surgida de la mente de Katsuhito Ishii (El sabor del té, 2004), Redline es pura animación del siglo XXI, un chute de energía sin pretensiones y en vena, demostración de la maestría técnica del atrevido estudio Madhouse. Toda una montaña rusa, ideal para cerrar nuestro recorrido.
Qué peñazo Dolls y qué buena Symbol.
Dolls es una maravilla, pero no es una película que le pondría a todo el mundo. De hecho, tal vez tampoco le pondría Symbol a todo el mundo… Ya que tienes los deberes avanzados, si aún no lo has hecho, mírate R100, que alucinarás.