Antes del anochecer

“Antes del anochecer” comienza con toda una declaración de intenciones por parte de su director, Richard Linklater: tras una breve introducción, en la que podemos comprobar como Ethan Hawke mantiene todo su talento para la interpretación -hablar de actuación parece casi ofensivo en este caso-, asistimos a un plano secuencia que dura probablemente alrededor de un cuarto de hora (solamente interrumpido por un breve inserto). Lo magnífico de éste es que se trata de un cuadro fijo en el que los dos protagonistas de la película hablan, simple y llanamente. Jesse y Celine (Julie Delpy) retoman las conversaciones a las que nos acostumbraron en las anteriores partes de la serie, “Antes del amanecer” (1995) y “Antes del atardecer” (2004); pero a la vez que la familiaridad nos inunda (ya no solo por la repetición de esquemas formales, sino por la brillante naturalidad con la que los dos actores se desenvuelven y son capaces de aguantar una escena de tal magnitud), la percepción de que hay algo diferente también se hace patente. La percepción, a fin de cuentas, de que el tiempo no pasa en balde.

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No es necesario haber seguido las pasadas entregas de este viaje vital para apreciar “Antes del anochecer”, pero sin duda la experiencia es más satisfactoria en caso de haberlo hecho. Así, cabe destacar como, durante el siguiente segmento de la película, con Jesse y Celine alojados en casa de un amigo, parece romperse la dinámica habitual en el relato de la pareja: la conversación tiene lugar entre más personajes, y no únicamente ellos. Personajes que ayudan a ampliar el contexto, a ejercer de reflejo de lo que Jesse y Celine fueron, pueden ser, podrían haber sido, o tal vez serán, pero que en la práctica (y a excepción de algunos fragmentos muy interesantes), no se sienten tan cercanos, tan reales, tan naturales, en definitiva, como los diálogos que intercambian normalmente los protagonistas, los que nos enamoran de ellos y su historia. Tal vez, en el fondo, lo más decepcionante de esta parte sea observar cómo Jesse y Celine se han hecho mayores y, en cierta manera, han envejecido, en tanto que han perdido parte de su frescura, que ya no parecen tan ‘interesantes’ al ojo externo. Un golpe duro y real, con significación –pretendida o no-, pero que parece ensombrecer la cinta con respecto a sus predecesoras.

Maravilla, pues, cuando la pareja vuelve a encontrar la soledad para esta vez no abandonarla hasta el final de la película y estas imperfecciones quedan totalmente olvidadas. Vuelve la espontaneidad del encuentro, el gozo de la charla íntima y -¡ay!- se revela un aspecto totalmente nuevo en la serie, y que es finalmente el eje sobre el que todo basculará: la crisis amorosa.

Esta nueva dimensión añade una gravedad inusitada al conjunto, una dureza, pero también una verdad, que se acentúan para el conocedor de las entregas previas (el sentido global que de ello se desprende queda muy bien expresado en la brillante crítica de Gerard Fossas). El duelo interpretativo de Hawke y Delpy –más afinado en el caso del primero, en parte porque su personaje se encuentra más redondeado, se siente más evolucionado- se extiende para deleite del espectador, y lo sarcástico se hace punzante, lo dramático real. Las formas de Richard Linklater siguen siendo claras y diáfanas, de una sencillez extrema, y a la vez de una efectividad aplastante. Muestra lo que tiene que mostrar y cuando lo tiene que mostrar. Juega con sus dos actores, los mima, los retrata sin aspavientos. Nos deja, en definitiva, saborear lo que nos cuenta, accede a nuestra intimidad sin que apenas nos enteremos y consigue, en última instancia, tocarnos el alma.

“Antes del anochecer”, pues, contiene, completa y amplía lo que Linklater, Hawke y Delpy empezaron a mostrarnos hace ya dieciocho años: refleja, en una de las formas más perfectas posibles, lo más bello y lo más amargo del amor.

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