Si ayer nos dejábamos seducir por la mirada de un poeta, hoy lo intentamos con la de un psicólogo, algo que nos produce aún más curiosidad. El húngaro Péter Bergendy presenta en Sección Oficial su historia de fantasmas Post Mortem. Está ambientada tras la Primera Guerra Mundial, y sigue a un fotógrafo de cadáveres que, guiado por una visión cercana a la muerte, llega a un pueblo donde los espíritus parecen negarse a descansar. Post Mortem tiene una atmósfera muy conseguida, se respira el frío y el aislamiento de la aldea donde se instala el protagonista; también un buen punto de partida, con el juego que da su peculiar profesión. Sin embargo -y van…- tampoco llega a generar momentos de gran tensión. Y cuando la cosa se anima en cuanto a actividad ectoplásmica se refiere, el cambio de tono es notable, pasando a beber más de la serie B gamberra sin, todo hay que decirlo, ningún atisbo de vergüenza. Los efectos, desde luego, están muy bien conseguidos, y ejecutados de manera ingeniosa para conseguir los mayores resultados con los mínimos recursos. Quien sea capaz de adaptarse a esos cambios en la escala de afinación, encontrará Post Mortem la mar de estimulante; a nosotros nos pilla un poco con el paso cambiado…

Otra de la Sección Oficial que promete es Come True. La dirige Anthony Scott Burns, apadrinado por Vicenzo Natali, que en su dedicatoria a distancia -hemos visto unas cuantas de estas a lo largo del festival, dada la imposibilidad de traer invitados extranjeros (franceses aparte)- nos lo presenta como un auténtico hombre-orquesta. En su película, una estudiante huída de casa se somete a un estudio del sueño prácticamente como refugio ante su precaria situación. Como es de esperar, la monitorización de su espacio subconsciente no estará exenta de consecuencias. Come True es un logro a múltiples niveles. Tiene una estética cuidada, una banda sonora inmersiva y funciona durante la mayor parte del tiempo como un reloj suizo. Las secuencias oníricas tienen un tratamiento personal y alejado del que acostumbran las cintas de terror. El montaje de la cinta está en perfecta sintonía con la actuación de la protagonista, Julia Sarah Stone: lánguida pero solidísima. En definitiva, se trata de una experiencia envolvente como pocas, que tan solo presenta signos de debilidad en su último tramo, cuando pierde un poco ese equilibrio en el ritmo, para terminar en una conclusión que es percibida de manera generalizada como un pinchazo. La idea es válida y sorprendente, pero presentada de forma que rompe demasiado bruscamente con el resto de la cinta, y deja unos cuantos cabos sin atar. Estos defectos no impiden, aún así, que sea recibida como una de las propuestas más interesantes y consistentes del Festival, opinión que compartimos sin lugar a dudas.

¡Es la hora de la retrospectiva! De nuevo dentro de la sección Seven Chances -y empezamos a preguntarnos en qué se diferencia de Sitges Clàssics- se nos presenta el clásico El Viyi, de Georgi Kropachyov y Konstantin Yershov (1967). Hacía bastante tiempo que teníamos curiosidad por esta adaptación de un relato de Nikolái Gogol que, según nos indican, está considerada la primera muestra de cine de terror soviético. Se trata más bien de un cuento a la vieja usanza, con bruja, espectros y otros bichos, que equivaldría al gótico de la Hammer con los elementos folclóricos propios de la Europa del Este. El Viyi es sorprendentemente pictórica, ligera de tono y sencilla en su desarrollo: un seminarista bastante díscolo (como todos sus compañeros) se enfrenta a una fuerza de ultratumba, muy a su pesar -esto es, por pura y dura obligación. Su viaje da para algunas bellas vistas campestres, aldeanos y señores de otra época, y efectos y criaturas resueltos de una forma encantadoramente artesanal. Por no mencionar la aparición de algunos travellings que sorprenden todavía hoy. Los ritmos son de otra época, los colores y la imaginería enamoran. En definitiva, una historia ideal para irse a la cama.

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