La realidad es poliédrica, desde luego, pero el cine puede llevar la experiencia subjetiva hasta límites insospechados, alterando las reglas por las que se rige nuestro mundo a su antojo, o bien mostrándonos personajes que viven dentro de un microcosmos particular. Por ahí van los tiros de la última tanda de películas que comentaremos tras nuestro paso por el Americana. Y para abrir boca en este terreno, querríamos recomendar Swallow, de Carlo Mirabella-Davis, una historia sobre obsesiones cotidianas, malsanas e incontrolables magníficamente interpretada por Haley Bennet, que ya habíamos visto con anterioridad y que el Jurado Joven coronó con buen criterio como mejor película de la sección Next. Si tenéis la oportunidad de verla, no la dejéis pasar.
Dentro de la misma sección también se proyectaba The sound of silence de Michael Tyburski. En ella, un experto en sonido se dedica a ‘sintonizar’ hogares, descubrir lo que está alterando a sus inquilinos por falta de afinación. La película sorprende por su desarrollo tranquilo, libre de estridencias o de conflictos exacerbados. El experto en sonido que interpreta Peter Sarsgaard es introvertido y profesional, casi obsesivo en su trabajo. Y por ahí, evidentemente, van a llegar eventualmente los problemas. Sin embargo, como ya hemos dicho, ello no impide que las vibraciones se alteren demasiado. Es en la última parte, cuando se intenta exaltar algo más el conflicto, que The sound of silence pierde un tanto su equilibrio, y aparecen ciertas notas disonantes. No es algo que se prolongue demasiado en el tiempo, ni tampoco que altere en demasía el resultado global de la cinta. Pero sí pone de manifiesto cómo su mayor acierto es también, por momentos, su mayor debilidad: el conjunto termina por quedar algo soso. Sin embargo, nos sorprende agradablemente asistir a una historia que se permite ser tan sosegada, con un trabajo de sonido encomiable, personajes agradables… pero si tal vez hubieran trabajado de manera distinta la fotografía, tan gris, plana, que acaba por impregnar los demás aspectos de la película…
Tras esta muestra de personaje que modela su propio mundo, lo siguiente va a ir en dirección contraria: hipérboles ruidosas de la realidad, llenas de sinsentidos, coloristas. La primera de ellas, Sorry to bother you. Dirigida por el debutante Boots Riley, la película juega desde el primer momento al micro gag y la introducción incansable de elementos absurdos. El protagonista entra a trabajar en una empresa de telemarketing que contiene su propio mundo, y la realidad que va descubriendo tras las paredes no hace sino crecer en escala y sinsentido. Lo de Sorry to bother you es una distopía ambientada en el presente que lanza descaradamente su discurso político-social entre chiste y chiste, que rehúye constantemente el verismo, pero que a la vez puede resultar sorprendentemente certera en su sencillo diagnóstico de la realidad. Parece que busque una magia similar a la de aquella maravillosa locura que fue Lo que esconde Silver Lake (D. R. Mitchell, 2018) y, aunque dista de su maestría, consigue engancharnos a su universo alternativo. Si acaso, al final le ocurre lo contrario que a nuestra anterior película, The sound of silence: en vez de no ser capaz de elevar el conflicto lo suficiente de manera efectiva, se convierte en tal bola de nieve que llega a aturullar. Sorry to bother you no necesitaba un clímax de consecuencias mundiales, pero se tira a la piscina sin miramientos. Y si bien resulta admirable su ambición, también acaba por girarse en su contra. No llega a decir mucho más en este último tramo, y se vuelve en todo caso más ramplona por excesiva. Por en medio, eso sí, tenemos un montón de ideas divertidas y las apariciones de Tessa Thompson o Armie Hammer, muy en su salsa. Y al protagonista, Keith Stanfield, puede que también lo recuerde alguien por haber gritado aquello de ‘Get out!‘ en otro lado. Lo de aquí, al fin y al cabo, va un poco de lo mismo.
Siguiendo con la exageración, nos alegra encontrar entre la programación una película que nos perdimos en Sitges, Greener Grass. En esta ocasión, la acción se traslada a un barrio residencial que bien podría ser el del inicio de Terciopelo azul (D. Lynch, 1986). La vida en él está llena de luz, colores estridentes y filtros de gasa. Pero a la vez, la realidad que subyace esa estética es bastante turbia. Sobre todo porque está naturalizada. Para que se entienda: nada más comenzar la película, la protagonista regala su bebé a la vecina, como si fuera la cosa más natural del mundo. Esto, por otro lado, va a ir desencadenando diversos acontecimientos, si no absurdos, incómodos, si no las dos cosas, que nos llevarán a recorrer un vecindario verdareramente tarado. La propuesta de Greener Grass, que dirigen, escriben y protagonizan Jocelyn DeBoer y Dawn Luebbe, transita por una zona muy particular, en que el humor está muchas veces cogido por los pelos, en que los personajes se ponen en evidencia los unos a los otros sin piedad y en que el ritmo no siempre responde al del gag clásico. Es así que crea su ambiente propio; seguramente no agrade a todo el mundo, pero resulta verdaderamente único. La risa es entrecortada, el disfrute incómodo y la creatividad está a la orden del día. De esta forma, Greener Grass consigue aguantar sorprendentemente bien a lo largo de todo su metraje, llevando a buen puerto un experimento que muy fácilmente podría haberse gastado a la primera media hora, pero que queda como una de las apuestas más originales que veremos este año. Se la han jugado y les ha salido.
Por último, para despedirnos, queremos proponer algunos cortos más surgidos de la selección de esta edición, y que exploran a su manera la creación de mundos propios. Hay para elegir: están las divertidas piezas breves elaboradas por el afamado Bill Plympton como miniserie, Trump Bites; los efectivos cortos de terror In sound, we live forever de Joshua Giuliano, y sobre todo Other side of the box de Caleb J. Phillips; el documental sobre la investigación de armas criminales de Guns found here de David Freid (atención, esto es verídico, this is America); el sencillo pero inquietante corto sobre teletransporte Liminal de Collin Davis y Matt Litwiller; y la sugerente e intensa animación (también de ciencia ficción) de Eli, de Nate Milton. Con todo esto, que no es poco, nos despedimos hasta el próximo año.
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