Puede que no alcanzara las cotas de prestigio de 2001: Una odisea del espacio, pero tal mes como hoy, el 3 de abril de 1968, se estrenaba simultáneamente con la obra de Kubrick otro clásico del cine de ciencia ficción: El planeta de los simios, de Franklin J. Schaffner. No es necesario ponerse a comparar el nivel artístico de las dos obras. Por más que El planeta de los simios fuera más modesta a todos los niveles, trataba cuestiones de calado, conseguía crear una estética propia (divergente de la novela de origen, de Pierre Boulle), y ofrecía a los espectadores una buena dosis de aventuras, coronadas por uno de los finales más impactantes de la Historia del cine.
La película fue sorprendentemente bien recibida por la crítica, y el público acompañó. El maquillaje de John Chambers, tan alejado del trabajo hiperrealista de Stuart Freeborn para su competidora en la cartelera, se convirtió en icónico al instante, y su excelencia le fue reconocida con un Oscar honorífico cuando todavía no existía una categoría que premiara tal especialidad. La historia derivó en franquicia, generando cuatro películas y dos series de televisión a lo largo de los siguientes siete años. Mucho más tarde (casualmente en 2001) Tim Burton se aventuraría con un remake no del todo acertado, y en 2011 surgiría de la nada un reboot que nadie esperaba ni pedía, pero que dio la campanada tanto en calidad como en éxito comercial, derivando en una nueva trilogía.
En medio de estos días de tintes apocalípticos, El planeta de los simios encaja bastante bien sin necesidad de recurrir al tema de las pandemias, virus y demás cuestiones microbianas. Nos permite zambullirnos en un mundo carismático, tan cercano y tan lejano a la vez, sonreir cuando vemos a Charlton Heston armado, y sobrecogernos cuando llega su inolvidable «¡Yo os maldigo a todos!».