El segundo día en el festival se nos presenta como el más cargado en cuanto a número de proyecciones, y comenzamos de buena mañana en Prado con una dosis de cine coreano. Nos trae aquí el nombre de Ma Dong-seok, carismático actor de físico imponente que ha alcanzado gran popularidad durante la última década, y que se metió al público en el bolsillo hace un par de años con su papel en Tren a Busan. Ahora protagoniza Unstoppable, una cinta que aparenta ser de acción casi sin descanso, pero que en la práctica tiene mucho más de thriller. Pese a la siempre agradable presencia de Dong-seok, nos encontramos ante la enésima historia de secuestro y rescate que obliga al protagonista a entrar en contacto con los bajos fondos. Y aunque está bien rodada, es de ritmo algo moroso. Pero sobretodo, le faltan tortas. Las pocas que hay, todo sea dicho, son de las de romper mobiliario.
Lo que viene a continuación es deporte de alto riesgo. Nos lanzamos de cabeza a ver Verotika, el debut en la dirección de Glenn Danzig, vocalista de Misfits. Y no porque esperemos encontrar algo de calidad, sino todo lo contrario. Su paso por anteriores festivales ha sido catastrófico, y esperamos que el visionado en grupo dé para unas buenas risas. Toda previsión se queda corta. Danzig despliega una ineptitud sin precedentes tras la cámara, desafía los límites de lo que puede llamarse cine. Resulta absolutamente sorprendente ver cómo los tres relatos que componen esta sinfonía de los horrores no dejan tras de sí ni un solo plano salvable. Y es curioso que alguien que se dedica a la música se muestre tan incapaz de aplicar ni que sea algún principio de ritmo en su película. Actuaciones surrealistas, historias raquíticas, dirección de arte de los veinte duros, movimientos de cámara esperpénticos… Verotika es una auténtico festival en las condiciones adecuadas, que se disfruta desde la perplejidad, con algunos momentos apoteósicos. Eso sí, quien no sea capaz de apreciar los subproductos desde la ironía, debería mantenerse lo más alejado que pueda de este engendro, en el que ni siquiera hace acto de presencia el erotismo que clama el título. A su manera, resulta un evento memorable.
Como nos van las combinaciones locas, sin tiempo a recuperarnos de esta lobotomía cinematográfica, aprovechamos la ocasión que nos brinda el festival para revivir Tetsuo: The iron man. El clásico de culto de Shinya Tsukamoto sigue siendo igual de inexplicable ahora como lo debió ser en su lanzamiento, allá por 1989. Auténtica referencia del cine experimental, es una hora en la que se mezclan texturas, técnicas, carne y metal. La proyección hubiera ganado con unos cuantos vatios más que ayudaran a imbuirse de su sonido industrial y ambiente malsano, pero aún así, Tetsuo sigue siendo toda una experiencia, una muestra de cine vibrante, libérrimo, supurante y pesadillesco. Es sin duda lo más apocalíptico que se podrá ver en esta edición de Sitges, teniendo en cuenta que Mad Max no va a hacer acto de presencia. Quien no la haya visto, debería ponerse inmediatamente a prueba.
Otro de los nombres que nos ha atraído de manera automática a las salas durante los últimos años ha sido el de Sion Sono. El prolífico japonés parece que ha bajado algo de ritmo últimamente, pero este año trae al festival The forest of love. Tras el chasco que nos llevamos con su anterior producción, la serie de TV Tokyo Vampire Hotel (2017), es un alivio comprobar que el talento de Sono sigue ahí, que no era un producto de nuestra imaginación. Fiel a sus habituales filias, construye una película de tonos cambiantes, personajes mutantes, sexo, histeria… La estrella de la función es sin duda Jo Murata, un estafador de poca monta y menos límites morales que es un absoluto descubrimiento. Interpretado por Kippei Shiina, es uno de los personajes más extraños y estimulantes que hayamos visto en mucho tiempo, y justifica por sí solo la película. Lo que no quita que ésta acabe alargándose demasiado cuando llega el segmento más desquiciado y se añaden las sucesivas vueltas de tuerca. Cuesta imaginar qué partes de esta historia de pasiones y engaños que se van de las manos son verdad y cuáles son mentira, teniendo en cuenta que está basada en hechos reales según el título inicial. Lo que sí es cierto es que Sion Sono vuelve a transitar, como es costumbre en su cine, por el límite. Y ahí radican tanto sus mayores virtudes como sus defectos.
Bajamos bastante las revoluciones con El psicópata: Crónica de un caso sin resolver. Documental costarricense sobre el primer asesino en serie que padeció el país entre 1985 y 1995, retrata un caso interesante con un formato cercano al periodístico. Estructurado de manera transparente y exhaustiva, resulta también un tanto extendido para el grado de concreción al que consigue llegar en última instancia (no en vano, la autoría de los crímenes nunca llegó a esclarecerse). Con esa falta de concisión también acaba por diluirse la tensión inicial, y en definitiva el interés por el misterio que plantea. Pese a su buen hacer, el paralelismo que han querido plantearnos durante la presentación de la proyección con el Memories of murder de Bong Joon-ho (2003) le queda grande a todas luces.
El chasco del día nos va a llegar tras horas de espera. No es hasta pasadas las once de la noche que volvemos a la sala Tramuntana para ver Little monsters, comedia zombi con la presencia estelar de Lupita Nyong’o. Con una premisa bastante graciosa, según la cual los infectados de turno van a complicarle la vida a una profesora en medio de una excursión escolar, Little monsters goza de una primera parte notable, con un buen puñado de chistes ocurrentes, pero se estanca a la mitad y se despeña en su conclusión. Uno esperaría que surgiera algo realmente gamberro de los ingredientes que maneja la película, pero en el momento en que la amenaza zombi se concreta, también se rebaja la mala leche. Ya no es que se evite mostrar a los niños como víctimas de los muertos vivientes, es que en rara ocasión llegan a estar en verdadero peligro. Súmesele al excesivo pudor un arco del co-protagonista (Alexander England) que es de rojez y unas dosis exageradas de Taylor Swift a ritmo de ukelele, y huímos hacia nuestras camas como si de una horda se tratara al correr los créditos.
Pingback: Los 10 directores más prometedores de 2020 | PlanoContraPlano