Americana 2019 (II): La vida era ésto

La siguiente parada en nuestro recorrido por el Americana es la del documental. Ése que, aún sin el suntuoso envoltorio visual de la ficción (o sí), nos abre las puertas a paisajes y personajes que cuentan con la insustituible atracción de lo que nos es cercano a un nivel íntimo, ocurra al lado de casa o en los Estados Unidos que centran la muestra.

La primera pieza del género que vemos en el festival es Hale County this morning, this evening. En ella, el debutante RaMell Ross muestra sus impresiones sobre el condado del título, pero desgraciadamente falla de manera estrepitosa a la hora de construir algo significativo con su material de estudio. Porque quiere ser a la vez (o eso parece) crónica de un espacio, retrato familiar y cuerpo poético, y al final no consigue redondear ninguno de los aspectos. Por más que se haya destacado que Apichatpong Weerasethakul es consultor creativo de la película, ésta se encuentra en las antípodas de su referente, entregándose al montaje caótico y falto de pulso narrativo o emocional. Algunas ideas de plano son muy interesantes, pero no quedan envueltas de algo que dé cuerpo al conjunto y sea capaz de realzarlas. La cinta es nerviosa, como si Ross tuviera prisa, y el director y operador tiene una fijación por el plano cerrado que, en vez de extraer verdad de la realidad que muestra, parece más bien limitar nuestra percepción además de evidenciar, con ese foco que va a la de Dios sin ningún tipo de control, su falta de técnica con la cámara.

En las antípodas, en cambio, encontramos Minding the gap, que tiene muy claro que su objetivo es el retrato, y lo cumple con creces. Bing Liu, el director, es skater desde niño, y ha crecido con sus colegas de afición. Siempre ha sido el encargado de grabar los vídeos de sus hazañas y, al cabo de unos años, decide expandir su trabajo para convertirse en un auténtico creador audiovisual. Siguiendo de forma regular a dos de sus amigos, la pareja de uno de ellos, y con ocasionales apariciones suyas, Liu va construyendo el mundo de estas personas, va revelando sus múltiples capas y complejos bagajes, aportando nuevos significados a sus personalidades y circunstancias. Resulta sorprendente la capacidad que ha tenido el director para ir dosificando el componente emocional, los pequeños giros que varían nuestra percepción de las cosas, los matices de su evolución a lo largo de los años que dura la realización de la película. Van intercalándose estos momentos con tal precisión y acierto, que parece mentira que estén ocurriendo ante nuestros ojos, y dicen mucho de las habilidades de Liu tanto como montador, como documentalista de campo. Pero su mayor mérito, en primera instancia, es el de haber sido capaz de reconocer que tenía al alcance de la mano el material para hacer una gran película. El trabajo continuado y la pericia han hecho el resto, y Minding the gap llega sin aparente esfuerzo a todos los sitios que podríamos esperar de un documental eminentemente personal. Si la de Hale County… era inexplicable, la nominación de Minding the gap al Oscar queda plenamente justificada por su potencia y relevancia emocional.

Intuímos rápidamente que Minding the gap va a terminar siendo nuestra predilecta de este festival, pero eso no nos impide mantener las buenas costumbres. Y es de rigor ir a ver el nuevo trabajo de Frederick Wiseman, que se entrena a fondo para sacar películas a un ritmo encomiable. La leyenda del documental ha tomado por costumbre escoger un lugar distinto para retratar en cada una de sus películas, y si en la anterior se quedaba en Nueva York (con Ex Libris, 2017), ahora se dirige a Monrovia, Indiana. Y, como viene siendo su modus operandi, Wiseman llega, planta la cámara y graba material y material. Cubre todos los aspectos de la vida cotidiana de esta comunidad rural, los muestra con una objetividad absoluta y se va por donde ha venido. A nosotros nos deja con un montaje de prácticamente dos horas y media, algo alargado como viene siendo costumbre, pero con un valor etnográfico notabilísimo. Parece como si, a sus 89 años, Wiseman no quisiera irse sin decir «así era mi mundo». Y uno puede imaginarse su obra como referencia para generaciones venideras de lo que era la sociedad occidental en estos tiempos. Monrovia, Indiana responde a la necesidad de satisfacer una curiosidad minuciosa y rigurosa. Y tal es la voluntad del cineasta de no condicionar al espectador, que ni siquiera menciona la razón por la cuál ha escogido ese lugar para hacer su película: Monrovia es una de las poblaciones de Estados Unidos en la que Donald Trump obtuvo mayor proporción de votos en 2016. Pero el quid mismo de la cuestión es que cuando uno se acerca lo que ve son personas que, con todas las objeciones que se le quiera poner, intentan esencialmente vivir su vida. La reflexión, así, viene sola.

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