La vida es extraña a veces, y desde siempre hay cineastas que se dedican a explorar esa vertiente con muy diversos ánimos y reglas, ya sea desde el resalte de lo peculiar hasta la más absoluta anarquía. En este segundo grupo encontramos The golden boat, una película del cineasta chileno Raúl Ruiz, que ha desarrollado su prolífica carrera a lo largo y ancho del mundo, pero del que poca cosa nos ha llegado. The golden boat data de 1990, y por lo visto ha estado prácticamente fuera de circulación desde su estreno. Siempre resulta interesante acceder a estas proyecciones retrospectivas, sobretodo cuando ofrecen la posibilidad de contemplar copias restauradas de películas que, como norma general, han sido ya juzgadas por el paso del tiempo. Sin embargo, en esta ocasión nuestro juicio no coincide con el de los archivistas del MoMa, impulsores de su relanzamiento. La cinta de Ruiz opta por la concatenación de secuencias e ideas entregadas al absurdo, y aunque ello da lugar a algunos momentos genuinamente divertidos, carecen del magnetismo que requieren estas construcciones para llegar a buen puerto. Uno ve la galería de personajes tarados, bruscas entradas y salidas en escena, y desafíos a las leyes de la causa-efecto con progresiva sensación de tedio, porque la dirección de Ruiz resulta muy poco atractiva, repleta de primeros planos que no contribuyen en demasía a la comicidad de la película, y el montaje es tirando a poco sugerente. A lo largo de la proyección se asoman a la mente Godard, Buñuel o Lynch. Pero los maestros consiguen no sólo ser raros, sino ante todo seductores; y Ruiz parece más bien un aprendiz dando palos de ciego.
Con un posicionamiento mucho menos radical, pero también más efectivo a todos los efectos, presentan su nueva película los hermanos David y Nathan Zellner. El Americana les dedica una retrospectiva en colaboración con la Filmoteca, pero dentro del menú principal del festival proyectan Damsel, su particular aproximación al western. A base de explorar pequeños gestos en sus personajes, detalles de la realidad cotidiana que se suelen obviar en el género (véanse los baños públicos, o la posibilidad de que un arma se encasquille), y giros de guión que esperaríamos encontrar en una localización más moderna que la del salvaje Oeste, los Zellner construyen una road movie a caballo que destila frescura y una comicidad semi-contenida. Conocedores del bagaje del cine de vaqueros e indios, consiguen que incluso el solemne formato panorámico que tanto marcó la etapa moderna del western se revele un aliado del gag. La comedia es muy física, y explota el tempo y el contraste con el entorno de manera personal. Robert Pattinson, que ha sabido redirigir su carrera post-Crepúsculo con admirable criterio, está aquí acertadísimo, y Mia Wasikowska funciona sin esfuerzo aparente. Es una lástima que la organización haya colocado un coloquio con los directores cuando la película acaba, un jueves a las once y media de la noche… El grueso del público trabaja, el transporte es limitado, y la sala huye en desbandada perdiendo la posibilidad de entablar una charla bastante interesante.
El invitado que todos querríamos pero que difícilmente obtendremos es Bill Murray. El cómico y actor se ha adaptado perfectamente a la era de Internet como personaje, y desde hace años es toda una celebridad por sus apariciones sorpresivas en la vida cotidiana y fiestas de muy diversa gente de a pie. El director Tommy Avallone, atraído por esas historias, explora este fenómeno viral en The Bill Murray Stories: Life lessons learned from a mythical man. El tema es goloso, así que Avallone no precisa de una gran pericia como cineasta para meterse en el bolsillo a un público que viene bien predispuesto. Las anécdotas que los protagonistas de estos breves encuentros relatan a lo largo del documental despiertan la sonrisa con gran facilidad, y no hacen sino contribuir al halo mítico que envuelve a Murray. Su figura despierta pasiones, inspira al personal, y nos hace pensar en el valor artístico que está otorgando el actor a su propia vida, que adquiere toques de gran performance. Curiosamente este aspecto no se explora en la cinta, al igual que el hecho de que Murray sea esencialmente una figura solitaria, por más que entable conexión asiduamente con aquellos que encuentra a lo largo de su camino. The Bill Murray Stories decide focalizar sus energías en la parte más positivista de este juego de improvisación permanente que practica el actor, y acaba incluso dando alguna vuelta de más sobre las mismas ideas, algo bastante común en este tipo de documentales. Al final, la anécdota da para lo que da, pero ello no impide que todo el mundo salga de la sala de buen humor y soñando con cruzarse a su protagonista de vuelta a casa, quién sabe, tal vez al girar la esquina.
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