Crónica Sitges 2017 (X): Remates agridulces

Todo lo bueno se acaba, y este año no es distinto. Sin apenas darnos cuenta ya hemos llegado al último sábado de festival y, de buena mañana, como para hacernos bien conscientes de ello, se realiza la proyección orientada a prensa de la película de clausura. Se llama The lodgers, y es una de esas de fantasmas victorianos. El ‘una de esas’ en este caso quiere decir ‘otra más’, porque The lodgers no aporta nada nuevo al subgénero. Si bien la ambientación es resultona, con buen gusto, y atrae a los que estamos predispuestos, la película cuenta con un desarrollo plano y sobretodo parte de una base muy inconsistente. Uno no llega a entender muy bien por qué los hermanos protagonistas no pueden simplemente huir de la casa en la que habitan los habituales fantasmas acosadores -aquí tematizados alrededor del agua por intentar darles un toque propio. Y entre eso y que a cada paso cae más en las situaciones terroríficas ya vistas, mientras los personajes (especialmente el hermano retraído/desequilibrado de turno) se van haciendo más anodinos, hacen que al final no encontremos grandes razones para justificar la existencia de la cinta. Una lástima, teniendo en cuenta que su director, Brian O’Malley, firmó una ópera prima bastante estimulante con Let us prey (2014). Demasiado rápido ha caído en una producción del montón.

Nos quedamos en el Auditori porque nos gusta usar la sala grande en el día de despedida, y probamos suerte con otro anime tras la decepción de Fireworks el jueves. Vuelta al drama adolescente del que los japoneses no se cansan nunca, A silent voice es sin embargo más ambiciosa que la media en su planteamiento, ya que pone el acento en la cuestión del acoso escolar. Y lo hace colocando en el centro de la historia a una chica sorda y al niño que le intenta hacer la vida imposible. A partir de ahí, Naoko Yamada hace crecer a los personajes (en todos los sentidos), los enfrenta entre sí, y nos habla de secuelas, relaciones conflictivas y, muy especialmente, se pregunta sobre las posibilidades del perdón. A silent voice es demasiado embarullada y deslavazada a nivel narrativo como para erigirse en gran película, pero ataca temas importantes y se resiste a ser dirigista o quedarse con la primera solución posible. Por eso, aunque tenga un último acto demasiado saturado, es una obra a valorar, que consigue conmover por momentos y trascender la simple historieta melodramática de instituto.

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Salimos y tenemos tiempo de curiosear en la rueda de prensa donde se anuncian los ganadores de esta edición. Se trata de un palmarés que nos deja un tanto fríos (nos cuesta entender que se queden fuera joyas como las de Lanthimos o Cattet y Forzani), pero ya se sabe que nunca llueve a gusto de todos. Como pasaba por allí, la rueda cuenta con una pequeña adenda al presentarse el director que ha salido mejor parado en los premios de este año, Kornél Mundruczó. En una sala casi vacía (los medios se marchan corriendo cuando tienen la pieza que creen que les dará el titular), el húngaro desgrana un poco más sus intenciones con Jupiter’s Moon y responde a algunas curiosidades sobre los impresionantes efectos de la cinta.

Para rematar, nuestra última película este festival es What happened to Monday?. Está dirigida por Tommy Wirkola, que nos divirtió sobremanera con sus dos entregas de Zombis nazis (en 2009 y 2014 respectivamente), y que ahora se va al Reino Unido para que le produzcan un thriller de ciencia ficción con Noomi Rapace, Glenn Close y Willem Dafoe. ¿Qué puede salir mal? Pues todo. What happened to Monday? es un manual sobre cómo coger una premisa interesante (la superpoblación acaba por hacer necesario el control de natalidad incluso en los países desarrollados, un padre tiene siete hijas exactamente iguales y las entrena para hacerse pasar por una sola persona, permitiéndoles salir a cada una un día distinto de la semana) y hacerla fosfatina. Vale que lo de Rapace interpretando a siete personas distintas pueda tener su gracia, pero cuando la caracterización incluye rasgos tan cliché como que la inteligente/informática es la que va con gafas, camisa de cuadros y gorrito, estás plantando las semillas de un directo a DVD. Conforme avanza, la cinta va derivando cada vez más hacia la acción pura y dura. Y aunque algunas escenas tienen gracia, en su mayoría son terreno abonado para las situaciones inverosímiles y pasadas de vueltas en pos de un efectismo ya manido. El problema es que, paralelamente, la película se las da de profunda, de reflexión ético-social. Un tono grave que se da de leches con lo explicado anteriormente, y que llega a su máxima expresión en una conclusión de vergüenza ajena que nos hace preguntarnos si a Glenn Close (en el papel de villana) le hacía tanta falta el dinero que le hayan pagado por ésto. Mientras tanto decidimos que sí, que la intuición no nos ha fallado durante la última hora y media y que teníamos razones para el cabreo. Y que maldita la hora en que se acabaron las entradas para JoJo’s Bizarre Adventure: Diamond is Unbreakable de Miike. Eso sí que hubiera sido acabar Sitges como Dios manda, independientemente de la calidad -previsiblemente justa- de la película.

Ya no nos queda nada que hacer aquí. Cae la noche y es el momento de la gala de clausura en el Auditori. Nosotros nos acercamos a curiosear otro evento que se organiza en el paseo marítimo con motivo del 50 aniversario del Festival. Más allá del gorila gigante que se ha traído La Fura dels Baus (que cada vez parece confundir más cantidad con calidad), el montaje tiene un punto de gala de fin de curso que da un poco de grima. Aguantamos hasta el final, pero no sin cierta desazón. Afortunadamente, la noche es joven y hay perspectivas de fiesta. Nos zambullimos en ella como si no hubiera un mañana. Es la única manera de evitar que sigamos lamentándonos de que Sitges -con sus más y sus menos el mejor festival al que hayamos asistido- no vuelva hasta el año que viene. Nos vemos las caras en 2018.

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