No hace falta andarse con rodeos: X-Men: Apocalipsis es una película muy irregular. Algo más o menos sorprendente teniendo en cuenta que tras las cámaras se encuentra Bryan Singer, un director (su artífice, al fin y al cabo) que siempre le ha sentado muy bien a la saga y que es por lo general un efectivo narrador. Pero esta nueva entrega intenta ser un recopilatorio de todos esos elementos que han hechos buenas anteriores películas de la Patrulla X sin conseguir que las partes suelden como es debido.
En el ojo del huracán se encuentra el antagonista, Apocalipsis, un villano tan poderoso que acaba por volverse poco manejable. Todo tiene que desembocar en un evento de tal escala que se convierte en una rémora para la historia, que se resiste a avanzar para no transformar todo el metraje en una de catástrofes a lo Roland Emmerich. Apocalipsis vaga por la película en una eterna preparación para el caos final sin capacidad para activar una trama que integre de forma satisfactoria a los héroes, que provoque una escalada adecuada en pos del clímax.
Hay otras cuestiones, como la perpetua necesidad de dedicar metraje a la presentación de personajes, o la repetición de temas como la difícil aceptación de los mutantes por parte de la sociedad. Respecto a la primera, es cierto que nos regala muchos de los mejores momentos del filme, con un Erik Lehnsherr que mantiene todo su magnetismo -perdón por el chiste-, o las agradables presentaciones de unos rejuvenecidos Cíclope y Jean Grey, por poner solamente un par de ejemplos. Pero a estas alturas de la saga dichos segmentos no pueden suponer el grueso de la enjundia argumental de la película. Sobre la segunda, se trata por supuesto de un conflicto integrado en el mismísimo ADN de los X-Men, pero no tiene demasiado sentido explotar el filón en todas las entregas a no ser que haya un aspecto significativo del mismo en el cual ahondar.
Singer corre el peligro, pues, de resultar cansino pese a contar con unos buenos personajes, un gran elenco de actores, secuencias muy bien ensambladas, e incluso una batalla final que da al espectador lo que ha entrado a ver. A X-Men: Apocalipsis le ha faltado quizás encontrar una identidad propia. Las dos primeras entregas del director (en 2000 y 2003) presentaron un mundo nuevo, el mutante, que se abría con posibilidades aparentemente infinitas, incluso antes de -o más bien provocando- que explotara la primera tongada del cine moderno de superhéroes (el Spider-Man de Sam Raimi llegó dos años después de la primera incursión de la Patrulla X). Si Brett Ratner no pudo continuar por esa senda en 2006 fue porque era un narrador mediocre que no dispuso de una historia lo suficientemente buena como para suplir sus carencias. En cambio X-Men: Primera generación (2011) lo conseguía precisamente porque renovaba el universo mutante y se atrevía a introducir elementos jamesbondianos en su historia, ya en manos de un hábil Matthew Vaughn. Y Días del futuro pasado (2014) se convertía en punto culminante de la saga al saber continuar con esa veta y crear un excitante mix entre las dos líneas temporales abiertas, explotando todo lo que de bueno puede dar la franquicia (que es mucho). Ahora, el simple reprise no ha bastado.