Vamos con un repaso a las ocho películas que pudimos ver entre la selección principal del festival. Lo cual representa algo menos de la mitad de cintas que la componen (a día de hoy aún no sabemos cuáles fueron finalmente las galardonadas), pero nos da una idea bastante aceptable de lo que fue la sección:
Nos enfrentamos como aperitivo a King of Mahjong, una comedia de familia que traspasa en demasiadas ocasiones la fina línea entre la tontería graciosa y la tontada estúpida. Como mínimo, resulta entretenida, aún sin tener ni idea de mahjong, lo cual limita bastante las posibilidades de seguir la competición mundial en la cual se embarcan los protagonistas. Eso sí, el diseño sonoro, digno de los teletubbies, es por momentos insultante.
La camboyana The last reel tiene bastante más gracia aunque sea un drama. La cosa va de una jovencita que escapa del hogar paterno al negarse a acceder al matrimonio concertado de turno, y que por el camino descubre el pasado secreto de su madre como actriz. Además de lo romántico de la idea, la forma en que la historia del país, con la entrada del ejército rojo en el centro, se imbrica en la trama, resulta bastante interesante para el ojo occidental. La película tiene sus limitaciones y es embarullada a veces, pero también cuenta con encanto y emoción, más allá de que en ocasiones sea algo naif.
En el otro extremo, la sequedad de Pereezd (The move). Servidor no había visto hasta el momento ninguna cinta procedente de Kirguistán, y por cosas como esta tiende a sentirse agradecido hacia los festivales que las acercan. Más si se trata de una propuesta con la contundencia de la que nos ocupa. Pereezd dura casi tres horas. Tres horas sin ninguna concesión al espectador, con un ritmo lentísimo, pero que consigue trasladarnos casi físicamente a los duros entornos de un país absolutamente mísero. Pocos serán capaces de entrar en la película, y la tercera hora acaba suponiendo un reto incluso para el más entregado. Sin embargo, hay algo hipnótico, una verdad incuestionable en las imágenes del director Marat Sarulu. De lo mejor del festival.
Intentando seguir la remontada de las dos últimas películas, no podemos resistirnos a volver a ver Miss Hokusai. Ya hablamos de ella tras su proyección en el Festival de Sitges, y no diremos mucho más a parte de constatar que en un segundo visionado sigue resultando igual de buena. La forma en que Keiichi Hara integra el folclore y lo sobrenatural en un entorno por lo general realista es uno de los mayores placeres que nos proporciona este revisionado.
La noche del viernes, que pese a ser 13 nos deparó los mejores momentos del certamen, se cerró con la coreana Madonna, un drama con toques de suspense y cine negro que se mueve entre los entornos hospitalarios y el callejeo sórdido. La historia es pesimista con avaricia, siguiendo el pasado de una mujer maltratada por la vida y por ella misma. Pero el buen hacer de Shin Su-Won consigue encontrar el equilibrio necesario para que no nos cortemos las venas y nos mantengamos enganchados a la pantalla durante dos horas.
Ya entrados en el fin de semana, una de las cintas más esperadas era la china Poet on a business trip, un experimento con fuerte regusto underground, que acaba por confiar todas sus fuerzas al hecho de que es un experimento con fuerte regusto underground. El director Ju AnQi realiza una road movie que sirve para la escritura de dieciséis poemas que se van proyectando de forma intercalada. Pero parece que aquel aprendizaje intangible que se busca en cualquier viaje del género nunca llegó a aparecer en este. Y, ya que se habían tomado la molestia, el artífice decidió tirar millas y parir su película, aunque se trate de un periplo que no lleva a ninguna parte.
Y si uno sale algo cabreado de experiencias como la anterior, encontrarse con otras como Night shift no ayudan a mejorar el estado de ánimo. La premisa podría funcionar a la perfección en manos de un director con maña: una mujer sospecha que su marido, asfixiado por las deudas, se plantea un suicidio familiar colectivo. Pero el iraní Niké Karimi no tiene la gracia necesaria para articular sus imágenes, todo tiene un regusto culebronero, y el rol de la mujer que se desprende del conjunto del relato da un poco de vergüenza ajena.
Tiramos nuestra última carta y salvamos la papeleta con una de cine japonés, que acierta más que falla. En su ópera prima, Sharing, Makoto Shinozaki trata el tsunami de 2011 desde una perspectiva dramática pero con un trasfondo fantástico. Algo así como Mike Cahill en Otra Tierra (2011). Aunque los medios son justos y provocan algunos fallos técnicos a lo largo de la película, el planteamiento es valiente e interesante. Si acaso, acaba queriendo rizar demasiado el rizo, pero aún así salimos del cine mirando a lado y lado por si nos sigue un inquietante doppelgänger.
Con esto concluimos nuestro repaso al Casa Asia Film Week, un festival con mejores intenciones que resultados. La organización ha tenido múltiples debilidades, algunas de ellas achacables a las limitaciones de presupuesto, otras de ellas a la simple falta de previsión. La selección de películas, como ya dijimos al inicio, ha dejado que desear en demasiadas ocasiones (al punto de que no tuvimos ánimos para cubrir el último día del certamen). Uno no puede evitar sentir nostalgia por el desaparecido BAFF, o incluso por la primera edición de este mismo festival, con un empaque mucho más sólido que el que nos hemos encontrado este año. Y, aún así, no perdemos la esperanza de que la cosa mejore de cara al año que viene, y que podamos disfrutar de una semana de cine asiático com cal.
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