Crónica Sitges 2015: Quinto día

Agárrense que vienen curvas. En contraste con ayer, hoy es el día en que batimos el récord de películas vistas. Y es que a primera hora de la mañana ya estamos en el cine para ver lo último de Mamoru Oshii, ese director que todo el mundo conoce por la grandiosa Ghost in the shell (1995), pero que cuenta en su haber con 25 largometrajes más que casi nadie ha visto. El de hoy se titula Nowhere girl, y parece haber pasado algo desapercibido dentro de la parrilla del festival. Craso error, puesto que esta presunta historia de institutos tiene más jugo del que parece, además de contar con una muy interesante planificación. Nowhere girl conecta con Avalon (2001) y las obsesiones propias de Oshii, fascinado por los recovecos de la mente y aficionado a los conflictos bélicos distópicos, que le ayudan a desarrollar unos discursos esencialmente introspectivos. Su última obra, de ritmo calmado y planteamiento elegante no hace sino reafirmar la maestría del autor.

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Tras el buen despertar, nos adentramos en una nueva propuesta fantasmagórica, de las que están abundando en Sitges. En este caso se titula The dead room. El punto de partida es bueno, con un grupo de investigadores paranormales llegando a la casa encantada que va a centrar la película. Sin introducciones que ya tenemos vistas, directos al grano. Los ‘peros’, desgraciadamente, llegan rápido: los personajes están escritos incoherentemente, el giro más interesante de la película, el que podía proporcionarle más chicha, ocurre a cinco minutos del desenlace, la falta de imaginación en la construcción de los fenómenos paranormales es notable, y el plano final es sencillamente insultante (sí, una aparición dirigiéndose agresivamente hacia la cámara, comiéndose al espectador y su buena predisposición). Toda una oportunidad perdida, teniendo en cuenta que había algunos puntos graciosos dentro del chiste que acaba siendo la película.

No era difícil, pues, subir el nivel, pero lo que viene después es como ascender diez plantas de golpe. Sion Sono presenta su segunda película del festival, Tag, que es además la escogida para competir en la Sección Oficial. Una nueva maravilla por parte de Sono, Tag es una película equilibrada, rodada con elegancia e incluso sobriedad para los estándares del director (a pesar de la sangre que salpica todo su desarrollo). En el centro de la trama, una joven estudiante en perpetua huida ante distintas amenazas que no buscan sino la aniquilación de ella y las que le rodean. Tag es como una road movie a pie, una alegoría feminista de múltiples interpretaciones posibles, y ninguna fórmula clara para desentrañarla. Imaginativa, siempre navegando hacia derroteros inesperados, estéticamente sugerente gracias a las continuas carreras de la protagonista, por alguna razón que desconozco una significativa parte de la audiencia se exaspera o queda indiferente. Pero en ellas se encuentra el corazón de la película y el margen para que el espectador vaya reflexionando sobre lo que ve conforme avanza ante sus ojos. Tag se sitúa en la liga de las cintas más conseguidas de Sion Sono y es a la vez diferente del resto, pero sin perder un ápice de su personalidad.

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Con el buen regusto que nos está dejando la animación hasta el momento, nos lanzamos a ver la coreana The crimson whale, un cuento post-apocalíptico. Como lo oyen. Los diseños son salados, aunque la animación se ve perjudicada por la falta de presupuesto. Eso no sería un mayor problema si no fuera porque la mezcla de elementos infantiles (el niño que habla con las ballenas, la propia aventura que se plantea) con otros más adultos (con referencias a las drogas y la prostitución incluidas) no acaban de casar, y la historia no adquiere la profundidad necesaria a pesar del curioso machihembrado de elementos y la notable solidez del mundo que plantea.

La boca se nos queda esta vez agridulce, y caminamos un rato para volver a refugiarnos en la grandiosidad del Auditori. Entra en liza Endorphine, un interesante ejercicio en el cual se mezclan tiempos pasados, presentes y futuros con realidades soñadas y un asesinato. El onírico inicio es magnífico, y abre la puerta a un puñado de imágenes interesantes, un ambiente cerrado y una atmósfera a la vez surrealista y coherente. Si acaso, la protagonista resulta algo incomprensible, pero la propuesta es sólida a nivel artístico.

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Llega una de las proyecciones más anticipadas del Festival. La película que Ángel Sala califica de la mejor del año con permiso de Mad Max. Se trata ni más ni menos que de The assassin, del taiwanés Hou Hsiao-Hsien. La cosa vendría a ser una deconstrucción del cine de artes marciales, con la atención puesta más en los interludios que en las escenas de acción. Durante la primera hora uno queda atrapado por su potente arte y la transpiración de la naturaleza en cada uno de los planos. Pero tras esa hora, empiezo a sentirme culpable por no ser capaz de mantener la atención sobre la película, cual paciente con TDA. Y es que The assassin es insuperablemente bella, pero peligrosamente carente de emoción. Lo que le ocurra a Shu Qi, o a cualquiera de los demás personajes que nadie entiende muy bien qué papel juegan en la trama, es irrelevante. Es como tragarse un inmenso museo de una sola sentada: llega un momento en que tanta belleza pasa de disfrutarse a saturar. Quien esto escribe se queda con el lirismo de Yimou, también esteticista, pero con mucha más pasión y sentido cinemático.

Mientras veo The assassin me planteo por qué, si esa se me hace tan pesada, soy capaz de disfrutar en cambio del cine de Apichatpong Wheerasethakul, que presenta la siguiente y última parada del día. Tras pocos minutos de Cemetery of splendour entiendo que las formas de hacer de uno y otro no tienen prácticamente nada en común, más allá de ese pausadísimo ritmo -inaguantable para muchos- al que yo me había aferrado para debatir conmigo mismo. La belleza de Wheerasethakul es mundana, sus planos contienen las más veces una sutil acción, y todo guarda un cierto misterio. En su nueva película, como de costumbre, el director, más que desarrollar argumentos, presenta una situación que se ramifica a través de sus personajes, de nuevas circunstancias, de elementos que estaban inicialmente escondidos… y a la vez, antes de marcharse, siempre deja la puerta abierta. Es posible que en esta ocasión al tailandés se le escape la criatura un poco de las manos, teniendo en cuenta la cuerda floja en la que siempre se mueve, pero la película está llena de situaciones y diálogos sugerentes. Pese a no encontrarse entre sus mejores creaciones, sí tiene el sello inconfundible del autor, y el valor inconmensurable de plantear una visión del fantástico que no tiene ningún referente cercano o lejano en el panorama cinematográfico.

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3 Respuestas a “Crónica Sitges 2015: Quinto día

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