Empecemos por el principio: este artículo nace de la idea de recopilar a los 10 directores más prometedores de la actualidad. Pero, a la hora de elaborar la lista, surgió una duda: ¿Serían esos directores los mismos que servidor hubiera escogido hace cinco años? ¿Y hace diez? ¿Se puede, pues, hablar de ellos como los directores más interesantes de lo que llevamos de siglo? ¿Cómo de voluble es nuestra percepción sobre ello, o a qué velocidad surgen nuevos nombres sugerentes? Creyendo que estas cuestiones serían tanto o más interesantes que el recopilatorio único y realizado en función de las sensaciones actuales, nos disponemos a hacer un ejercicio de crítica ficción.
Antes de comenzar, cabe tener en cuenta dos aspectos adicionales: no se puede asegurar con total certeza que hace diez años escogiera a los diez directores que aquí enumeraré, por la simple razón de que la lista está basada en un ejercicio de memoria. Por otro lado, tampoco era el mismo bagaje cinematográfico el de entonces que el de ahora; tal vez, si volviera a ser 2005, tendría conocimientos sobre otras figuras o simplemente sensaciones diferentes a las que me llevan a destacar a estos diez cineastas. De cualquier forma, la selección es la mejor posible teniendo en cuenta las circunstancias, tiene un alto grado de fiabilidad, y sirve para nuestros propósitos. Allá va pues, en riguroso orden alfabético:
Ang Lee (Pingtun, Taiwán, 1954)
Cineasta casi siempre interesante, sobretodo cuando trabaja en su país, Lee comenzó fuerte los 2000 con Tigre y dragón, película que abrió los ojos de mucha gente al cine de artes marciales, y encandiló a propios y extraños con su elegancia y sus preciosas coreografías. Aún se recuerda como una de las cintas más destacables de esos años, y le siguió la adaptación al cine de Hulk (2003), una obra con menos éxito en todos los aspectos, pero que sabía sacar el jugo al origen comiquero de su personaje de formas a las que no estábamos habituados. A finales del mismo 2005, lanzaría la estupenda y amarga Brokeback mountain. Sobran las palabras para explicar las expectativas que generaba Lee.
Hayao Miyazaki (Tokio, Japón, 1941)
El viaje de Chihiro fue sin duda toda una revelación. El maestro nipón llevaba muchos años creando magia desde su mesa de trabajo y, a partir de 2001, todo el mundo fue definitivamente consciente de ello, y recibió el reconocimiento internacional que merecía desde hacía mucho. Tras Osos de Oro y Oscars, tuvo tiempo para regalarnos otra obra magna, El castillo ambulante (2004). Resultaba imposible no esperar impacientes el siguiente regalo de alguien que alumbra el corazón de sus espectadores de esa forma.
M. Night Shyamalan (Puducherry, India, 1970)
Shyamalan nunca consiguió satisfacer siquiera a un segmento entero de su público después del súper éxito de El sexto sentido, allá por 1999. Las expectativas siempre han jugado en su contra, y los avances que se hacían de sus películas no conseguían más que agravar ese particular, vendiéndolas como algo que no eran. Pero sólo hay que repasar El protegido (2000), Señales (2002) y El bosque (2004) para descubrir una obra rica e interesante que ampliaba los límites del thriller, incorporando elementos del fantástico, la ciencia ficción y el drama con maestría, y creando un impacto emocional que pocos logran alcanzar. Cada propuesta suya se convertía en una de las más estimulantes del año.
Peter Jackson (Porirua, Nueva Zelanda, 1961)
Jackson entró por las puertas de Hollywood a lo grande, como si fueran las de Jurassic Park (ahí está su King Kong de 2005 para ponerlo en imágenes). La trilogía del Anillo fue casi un milagro: nunca antes alguien había realizado una superproducción de tal calibre, con su rodaje de 14 meses consecutivos -que no era sino una evidencia de la ambición y magnitud del proyecto-, había conseguido llevar al cine a tanta gente para ver una fantasía épica -sobretodo en una época en que tales historias no gozaban precisamente de prestigio-, y además se había metido a todos en el bolsillo, incluyendo entre la masa a los fans más recalcitrantes del original literario. La comunidad del anillo (2001), Las dos torres (2002) y El retorno del rey (2oo3) son, por derecho propio, clásicos instantáneos del cine, y uno no podía por más que esperar con interés lo que vendría después.
Quentin Tarantino (Knoxville, EE.UU., 1963)
Hacía ya seis años desde su última película, Jackie Brown, y Tarantino nos hizo amar a la guerrera Uma Thurman con su espectacular díptico Kill Bill (2003-2004). Volvía, era distinto, pero seguía en forma. Y queríamos más de su energético cine. Como demostración de sus encantos, un actor como Josep Maria Pou, que muchos hubiéramos juzgado más clásico, aseguraría cinco años más tarde que las aventuras de La Novia eran lo mejor que había dado el cine entre el 2000 y el 2010. Todos cruzábamos los dedos para que no nos volviera a hacer esperar tanto.
Sam Mendes (Reading, Reino Unido, 1965)
American Beauty (1999) fue un bombazo que asentó definitivamente al genial Kevin Spacey, pero que también nos descubrió a un director prometedor, Sam Mendes. Camino a la perdición (2002) corroboró que nos hallábamos ante uno de los cineastas más interesantes del momento. Y, a finales del 2005, Mendes lanzaría su película menos vista y tal vez la más interesante, Jarhead, el infierno espera, un drama bélico que hipnotizaba y que todavía no ha sido reivindicado en su justa medida. En cualquier caso, su carrera se antojaba impecable.
Soffia Coppola (Nueva York, EE.UU., 1971)
Con el inevitable sambenito de ‘la hija de’ (más difícil aún de descolgar cuando su padre Francis está tras sus producciones), Coppola ya había demostrado en su ópera prima, Las vírgenes suicidas (1999), que contaba con voz propia. Pero lo de Lost in translation, en 2003, estuvo a otro nivel. Nunca la languidez ha tenido tanta fuerza emocional, pocas veces hemos redescubierto a un actor como redescubrimos a Bill Murray, y nos hemos enamorado de una actriz como nos enamoramos de Scarlett Johansson. Nos dejó con el corazón en un puño, y la cosa prometía de verdad.
Steven Spielberg (Cincinnati, EE.UU., 1946)
Spielberg no necesita presentación, y ha venido marcando el cine desde 1975 con su Tiburón, aportando películas icónicas a cada década. Inauguró el nuevo siglo ni más ni menos que con tres obras maestras en dos años, que se dice pronto: A.I. Inteligencia artificial (2001), Atrápame si puedes (2002) y Minority report (2002). El rey Midas seguía atreviéndose con todo y, aún con irregularidades como la entretenida La terminal (2004), su capacidad para hacer cine seguía hablando por sí sola y encandilando al personal. El lado más oscuro de su cinematografía se asentaría en su obra, si aún no lo había hecho de forma definitiva, en 2005, con la infravalorada La guerra de los mundos y la incontestable Munich.
Takeshi Kitano (Tokio, Japón, 1947)
Para los que no conocíamos la primera etapa de Takeshi Kitano como director, y únicamente sabíamos de él (inconscientemente) por la autoría del desfase televisivo que era Humor amarillo, el descubrimiento de Dolls (2002), una película tan inclasificable como bella, fue de los que te abren nuevos horizontes. Tras ella, vino la magistral -y también minimalista- cinta de samuráis Zatoichi (2003). Solo hacía falta recuperar sus anteriores El verano de Kikujiro (1999) y Brother (2000) para convertirlo en un objeto de culto instantáneo.
Tim Burton (Burbank, EE.UU., 1958)
Aunque su entrada en el nuevo milenio fue discreta, con su versión de El planeta de los simios (2001), lo cierto es que seguíamos pendientes de un realizador que nos había dado una alegría tras otra desde finales de los ochenta. Con Big fish (2003) volvía a recuperar inmediatamente la magia, aún con una estética algo suavizada. 2005 nos depararía dos excelentes cintas por su parte, la personal y a la vez fidelísima al original Charlie y la fábrica de chocolate, y el fugaz stop motion de La novia cadáver. Burton seguía siendo nuestro outsider insider favorito.
Bonus: Wong Kar-Wai (Shanghái, China, 1958)
El hecho de que el cineasta chino no esté dentro de la selección principal de esta lista se debe simplemente a que en el 2005 aún no teníamos conocimiento de su trayectoria. La poética apasionada de Kar-Wai se encontraba entonces en lo más alto, con el clásico moderno Deseando amar (2000), su pseudo-secuela 2046 (2004) y el magnífico mediometraje La mano (2004). Su maestría era incontestable.
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