Crónica Sitges 2014: Punto final

Llego al día de la clausura con el cuerpo hecho polvo, pero madrugando como un campeón, aún a sabiendas de que no es esa forma de apreciar el (buen o mal) cine. Quién me iba a decir que me encontraría con una delicia del calibre de «The kingdom of dreams and madness«, y que sería capaz de disfrutarla tanto. Tenía claro que quería ver este documental sobre el insuperable estudio Ghibli, pero no esperaba que su artífice, Mami Sunada, supiera ahondar tanto en los sentimientos del espectador y de una forma tan sutil. Llevado a cabo durante la realización de «Se levanta el viento» (H. Miyazaki, 2013) y «The tale of Princess Kaguya» (I. Takahata, 2013), esta es la crónica del fin de una era y el mejor documental sobre cine que un servidor ha podido presenciar. Me emociona ya de entrada la simple idea de que haya gente que se dedique a traer al mundo obras de arte como las que salen de las mesas de estos japoneses. Por delante, un viaje único que nos acerca al misterio (tan mundano y casi místico a la vez) del nacimiento de esa magia. La película podría entenderse -aunque traspasa sin duda sus límites- como un making of que, más que centrarse en la forma en que se hace una cinta de animación, muestra la manera en que sus artífices la sienten, cómo la cambian y cómo les cambia. «The kingdom of dreams and madness» es un viaje a la mente de Hayao Miyazaki (Takahata rehúye las cámaras de manera sistemática), que acaba hablando ya no solo de cine, sino del arte, del mundo y de la vida misma. Un documento punzante y doloroso en el fondo y, a pesar de todo, delicado, a ratos entusiasmante, apasionado y profundamente melancólico. Como las películas del maestro.

Miyazaki, luz y sombra.

Después de este ejercicio de alquimia cinematográfica, lo cierto es que la siguiente película lo tiene complicado, y efectivamente «La maniobra de Heimlich» resulta -más allá de las comparaciones- un tanto descafeinada. La cinta trata de seguir los esquemas del falso documental, pero no logra la desenvoltura necesaria para llevar sus objetivos a buen puerto, ya sea porque las actuaciones dejan en varios casos bastante que desear o porque las incongruencias a nivel de planificación son notables. Aunque cuenta con algunas situaciones graciosas (Marta Torné y Jordi Vilches tienen su punto), este relato de un escritor pagado de sí mismo que intenta adaptar al cine su propia obra sin tener puñetera idea de lo que está haciendo se siente casi tan impostada como el deseo de su protagonista. Aunque intuyo que esa no es exactamente su intención, constato que «La maniobra de Heimlich» es en más ocasiones graciosilla que graciosa, casi hecha a medida como sátira amable de la Barcelona autocomplaciente. Cuestión de naturalidad.

Tras un receso, in extremis, y gracias a una invitación descolgada, tengo la oportunidad de continuar con la catarsis animada de primera hora de la mañana y entro a ver «The tale of Princess Kaguya«, la última película de Isao Takahata, el más veterano maestro de Ghibli. Adaptando el clásico cuento japonés de la princesa nacida de una caña de bambú, Takahata utiliza un estilo de animación no muy habitual en el estudio, que remite a anteriores obras suyas como «Mis vecinos los Yamada» (1999) o los flashbacks de la inolvidable «Recuerdos del ayer» (1991). El director se centra en cómo la joven protagonista del relato va creciendo y encarando los obstáculos que se le presentan como consecuencia de la predestinación propia de su noble (y mágica) condición; y lo hace con la suavidad propia del papel washi que parecen querer imitar los animadores, con una calidez y delicadeza en el dibujo que, a pesar de alejarlo de los parámetros comerciales, hacen de la obra algo más singular si cabe. La historia de la princesa Kaguya tiene un halo trágico, tal y como corresponde a este tipo de tradiciones, pero es también bella en la misma medida, y capaz de arrancar alguna que otra lágrima. Puede que el avance sea algo moroso en algunos pasajes, pero las perlas con las que está regado el metraje hacen de esta penúltima entrega un digno colofón para el legado de un estudio único e irrepetible.

Un momento profundamente Ghibli.

Salgo con la inequívoca impresión de que esta es la película perfecta para echar el cierre del certamen. Así que de esta forma termina nuestro paseo por Sitges. Sí, después viene la fiesta de rigor, de la que es mejor no hacer trascender detalles. Sí, domingo, el último día, está reservado a la comida y las despedidas. También para alguna otra película, pero que si algo demuestra es que no vale la pena forzar más. Ya hemos dado suficiente cuenta de este Festival, ya hemos vivido el cine intensa y peligrosamente de nuevo. Ya volvemos a sentir la melancolía habitual. Ya estamos atentos a las fechas de Sitges 2015. Espero que se hayan divertido. Espero que vean mucho cine. Seguiremos informando. Cambio y corto.

2 Respuestas a “Crónica Sitges 2014: Punto final

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