Desde que en 1992 Clint Eastwood dirigiera Sin perdón, el western ha ido llegando a las carteleras con cuentagotas, pero con una curiosa particularidad: la calidad media de las cintas, sobretodo de los 2000 a esta parte, ha sido peculiarmente alta. Como si la energía de las películas ausentes se acumulara para aportar sustancia a las que finalmente se ruedan. No quiere esto decir, por supuesto, que se trate de un género infalible; pero sí es cierto que cuando aparece una de vaqueros en la cartelera hay grandes posibilidades de acertar. En los últimos meses, sin ir más lejos, ya hemos podido disfrutar de La balada de Buster Scruggs de los Hermanos Coen (sólo en vídeo bajo demanda) y de Damsel, de los Zellner. Si de aquellas resaltaba el tono irónico y la vuelta de tuerca a los tópicos, de Los hermanos Sisters lo primero que llama la atención, antes de adentrarse en ella, es la nacionalidad. Porque a pesar de contar con un reparto normativamente estadounidense, dirige el francés Jacques Audiard, y la co-producción incluye más países europeos que americanos. ¿Es ésto algo que transpire al resultado final de forma palpable? Puede que de una forma sutil.
Los hermanos Sisters es un western al que cuesta ponerle demasiados reproches. No ahonda en la gran épica, pero capta la esencia del género y crea atmósfera. Aquí, los temas clásicos de la frontera y lo salvaje quedan reflejados no ya tanto en el paisaje, sino en los mismos personajes. Charlie Sisters (Joaquin Phoenix) es impulsivo, violento, incontrolable, exuda peligro, mientras que su hermano Eli (John C. Reilly) anhela tranquilidad, es receptivo a los avances de la civilización, tiene ánimo dialogante… y va a la caza de recompensas más por un sentimiento de protección hacia su hermano pequeño que por vocación. Es en este enfoque donde reside el mayor encanto de la película. Y mientras que la trama sería de manera esquemática una persecución en la que los protagonistas se dirigen de A a B, para poder volver a A, conforme vamos conociendo a los personajes descubrimos que hay otros As y Bs interiores y cuya capacidad de cambio desconocemos.
Así consigue Audiard adornar su historia, llena de paradas en detalles más o menos cotidianos, de lugares sombríos que apenas dejan ver los rostros de los personajes y de reyertas que quedan medio ocultas a nuestros ojos (sin perjuicio de que la parte vislumbrada y su resultado sean todo lo gráficos que acostumbra el cine contemporáneo). Los viajes sin retorno, la transición a un mundo civilizado, las nuevas ideas que se ciernen sobre un oeste todavía salvaje, adornan un fresco en el que, de nuevo, todo pasa a través mismo de los personajes y su psique. Puede que ello tenga algo de marca europea, puede que no. A estas alturas resulta difícil de dilucidar, cuando ciertos códigos del cine clásico hollywoodiense se han diluido también entre los realizadores de aquel lado del charco. Lo que sí está claro es que estamos ante un nuevo western que refrenda nuestra fe en el género y que asienta la solidez de Audiard tras las cámaras.
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