Zhang Yimou es un nombre familiar para los aficionados al cine asiático. Desde el inicio de su carrera con Sorgo rojo (1988) se hizo un hueco entre el público occidental mediante la presencia en festivales, labrada a raíz de la sensibilidad y delicadeza estética de sus películas. Y, a pesar de los altibajos que ha sufrido su filmografía a lo largo de los últimos años, ha conseguido mantener el renombre y las expectativas alrededor de cada nueva obra que estrena. En estas llega Sombra, un relato de esencias clásicas y marcada personalidad estética que, como ese diálogo que se establece entre el blanco y negro del yin y el yang, bascula entre las mayores virtudes y puntos débiles de su cine.
El planteamiento de Sombra trae inevitables reminiscencias teatrales: las localizaciones son limitadas; los espacios, con toda su escala, e incluso cuando están poblados de figurantes, transmiten una sensación de vacío y desazón, y nunca pierden de vista al pequeño elenco de personajes principales; el tratamiento visual en forma de ‘blanco y negro en color’ es de una estilización que rehuye sin paliativos el realismo… Y es de esta forma que Yimou desarrolla su historia de intrigas palaciegas, honor, traición, pasión y gloria.
Hay que pagar un peaje: el ritmo no es siempre ágil, principalmente en su primera mitad, que puede incluso confundir a más de uno; la elección cromática es tan llamativa y consecuente como carente de sutileza (la confrontación del yin y el yang está también representada de forma explícita en decorados, diálogos, situaciones e incluso nombres); el segmento final es alargado y hasta cierto punto anticlimático para nuestros estándares. Pero por otro lado, permite asomarse a una estructura narrativa diferente de la que acostumbramos, está dirigida con una rigurosidad encomiable, contiene algunas escenas (principalmente las de acción) de gran belleza, y sus personajes son bastante más interesantes de lo que podría parecer a primera vista. Así, la película se eleva por encima de la más discursiva historia de época de Yimou hasta la fecha, la sobrecargada La maldición de la flor dorada (2006), aunque sin atrapar con la energía arrolladora y la acción sin pausa de Hero (2002) o La casa de las dagas voladoras (2004).
Sombra atesora, sin embargo, un aire muy particular y en su forma -tan propiamente china- de alambicar capa tras capa y acto tras acto una base argumental mínima, combina de forma personal la leyenda épica con la historia de cámara. Su imagen desaturada la distancia del sentimiento arrebatado que suele practicar el director, pero consigue que al final sintamos esa energía que mueve a unos personajes castigados por el destino pero determinados a hacerle frente hasta sus últimas consecuencias. Y que, como el yin y el yang, atesoran el blanco y el negro, lo masculino y lo femenino, la luz y la oscuridad, predominando el uno o el otro pero sin llegar nunca a engullirse, en un constante equilibrio, aunque a veces éste sea inevitablemente convulso y cruel.