Tal mes como hoy, en abril de 1952, Elia Kazan testificaba ante el Comité de Actividades Antiamericanas, acción que marcaría para siempre su vida y carrera, y posiblemente tendría también sus repercusiones en el ambiente que se respiraba por Hollywood. El director y co-fundador del Actors Studio, que había pertenecido durante su juventud un año y medio al Partido Comunista, cedió finalmente a las presiones del Comité, y dio los nombres de ocho miembros del Group Theater del cual había formado parte (una experiencia clave para su desarrollo artístico), y que habían estado afiliados también al Partido. Aquello le permitió continuar cómodamente su carrera en la industria del cine, pero contribuyó también al hundimiento de algunas otras, y a que se granjeara numerosas enemistades.
El clima era complejo: la paranoia anticomunista se había instalado en Estados Unidos, y las simpatías de cierto sector del mundo artístico hacia la némesis ideológica del país causaba auténtico pavor entre las esferas de poder. Estaba por comenzar lo que se conocería popularmente como la ‘caza de brujas’ de Hollywood, episodio que ha hecho correr auténticos ríos de tinta. Kazan, por su parte, había salido hacía años descontento del Partido Comunista a causa de sus tendencias dirigistas, y llegado a cierto punto se le planteó una diatriba: callar y limitar su carrera a Broadway, donde tenía el pan y el éxito asegurados, o confirmar unos nombres que no eran ajenos al Comité y conseguir la libertad que ansiaba para explotar su auténtica pasión, el cine. Su carrera pasó finalmente por encima de unos principios morales de los cuales renegaría más de una vez. Ese mismo año se estrenaba su Viva Zapata!, y todavía le seguirían auténticos clásicos como La ley del silencio (1954) -su película justificativa por excelencia-, Al Este del Edén (1955), Un rostro en la multitud (1957), Esplendor en la hierba (1961)…
Pocas veces ha sido tan difícil disociar la obra de la persona, y ello quedó plasmado en la ceremonia de los Oscars de 1999, cuando Martin Scorsese le entregó el Oscar Honorífico. Hubo quien se levantó y aplaudió, quien no se atrevió a ser tan efusivo y se mantuvo en el asiento dando las palmas de rigor, y quien ni tan siquiera dio muestras de celebrar el premio, todo acompañado de un debate paralelo sobre su pertinencia. El valor de la obra artística del director era innegable, pero el hecho y consecuencias de su delación aún escocía a muchos, y empañaba unos méritos conseguidos a costa de otros compañeros. El caso de Elia Kazan, que murió en 2003 a los 94 años, transita por una línea tan delicada que resulta difícil sacar nada en claro. Para bien o para mal, lo único que queda ahora de todo este embrollo son las películas que hizo.