Lo que se cuenta y cómo se cuenta: «Custodia compartida»

Hace unas semanas llegó a las carteleras Custodia compartida, la ópera prima en largo de Xavier Legrand, que destacábamos en nuestro repaso mensual de estrenos y que venía con premios en los festivales de Venecia y San Sebastián bajo el brazo. A la vez, las críticas la han alabado de manera casi unánime, valorándola como uno de esos debuts que obligan a estar atentos ante la incipiente carrera de su realizador. Una vez vista la película, se puede afirmar que Legrand dirige con elegancia y firmeza, si bien con un pulso ‘de autor’ que parece un tanto calculado. Pero sobretodo, lo que sorprende es observar tantos elogios dirigidos hacia una cinta que comienza con un planteamiento muy interesante, pero que escoge el camino menos estimulante conforme avanza su desarrollo. El guión, y los derroteros por los que lo lleva el director (que han de ser previstos de antemano, pues él mismo firma el libreto), hacen que la película acabe teniendo en realidad un interés muy limitado, y definitivamente por debajo de sus posibilidades. Lo cual nos lleva a reflexionar sobre aquello que eleva una determinada historia, sobre la importancia de las decisiones que se toman desde el guión y los planteamientos de base sobre los que se cimenta la obra cinematográfica. Profundizar en esta valoración va a requerir desvelar detalles de la trama; avisado queda el lector.

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Resulta necesario comenzar haciendo una pequeña sinopsis de la película: todo se inicia con la vista entre Miriam y Antoine, que se hayan en proceso de divorcio con dos hijos de por medio. La mayor de los niños está a punto de cumplir los dieciocho, pero el menor, Julien, se encuentra en el centro del conflicto, puesto que el padre solicita la custodia compartida. Parece ser que la relación de Antoine con sus hijos es complicada, y el niño alega en sus declaraciones que no quiere saber nada de su padre. Ante la ambigüedad de la situación y de la falta de testimonios fehacientes de que haya un comportamiento violento por parte de Antoine, la juez establece un régimen de visitas para Julien. A partir de aquí, asistimos a diversos encuentros de Antoine con su hijo, y vemos cómo la situación se va tensando a raíz de las evasivas de la madre y de los intentos de Julien por alejarlos lo máximo posible. Antoine se comporta además con una frialdad sospechosa, que en ocasiones deriva en actitudes violentas. Finalmente, la situación estallará al descubrir éste el cambio de domicilio de su antigua familia, y revelarse definitivamente como una persona inestable y peligrosa, que llega al extremo de asaltar la casa de su ex-mujer escopeta en mano.

Como apuntábamos al principio, la primera parte de la cinta resulta interesante: la forma en que está planteada la vista entre la ex-pareja genera una ambigüedad que, si acaso, hace que el espectador tienda a decantarse del lado del padre. Conforme continúa la narración percibimos que el ambiente está profundamente enrarecido, pero sigue sin quedar claro lo que ocurre, sigue habiendo una sensación de descubrimiento y de incertidumbre frente a los acontecimientos por venir. Pero hay un momento de inflexión. Llegados a cierto punto, Antoine se planta en el nuevo piso de Miriam, y tras una situación de lo más tensa, pronuncia la frase mágica: «He cambiado».

Ahí queda todo dicho, todo explicitado. Porque a estas alturas, el público es muy consciente de las segundas capas de lectura que tiene esa frase. Se hace entonces evidente que el padre es, en efecto, un agresor. Y la película se desmorona, porque no tiene nada más que contar. Legrand está diciendo «sí, es otro caso más de violencia doméstica», o «incluso si habíamos estado jugando con la duda en esta historia, es lo que esperabais: al final el hombre resulta ser el maltratador». Y todo ese misterio y ambigüedad que parecía estar trabajando se revelan de repente huecos, porque lo potencialmente nuevo y sugerente que apuntaba ha derivado en lo de siempre. Ha ido de lo inusual a lo conocido, de la duda con aires de misterio a la certeza. Así que surge la inevitable pregunta: ¿no había otras maneras de enfrentar la historia? ¿De contar algo distinto? ¿O de contar lo mismo pero desde un nuevo punto de vista? No es nuestra intención llevar a cabo aquí una clase magistral de guión, pero por poco que nos pongamos a pensar, surgen distintas ideas sobre cómo podría haberse orientado la trama y sus personajes.

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Demos por supuesto que el director tiene interés en mantener el esquema básico de la historia, dar relevancia a un tema candente y explorar un caso de violencia doméstica con el hombre como agresor. ¿Por qué no profundizar algo más en el perfil del maltratador? Tal como está planteada Custodia compartida, durante la primera parte de la película seguimos a Antoine, vamos descubriendo poco a poco cómo maneja la situación, cómo se lleva con su hijo y con sus propios padres, mientras que apenas se nos muestra el hogar de Miriam, la madre, que está prácticamente ausente de la pantalla. Pero una vez visto por dónde van a ir los tiros, Antoine queda reducido a ese «He cambiado» y a un posterior «Tienes que tratarte» que le espeta Miriam tras un nuevo estallido de violencia. Luego es una persona con un posible desequilibrio mental. Sin embargo, el que hasta ahora era el protagonista queda de aquí en adelante fuera del foco, y pasamos a seguir el calvario al que se van a enfrentar Miriam y Julien una vez Antoine comienza a perder el control. ¿No hubiera sido más interesante, ya que estábamos, seguir explorando a Antoine? ¿No apartarlo de la trama transformándolo en un simple espantajo justo cuando empezamos a saber más y más sobre él?, ¿cuando tenemos una oportunidad de explorar qué le pasa por la cabeza a ese maltratador?

Digamos que queremos mantener la película divida en dos bloques, cada uno focalizado en uno de los padres. ¿No hubiera sido más interesante comenzar con Miriam, viéndola sufrir al no poder tomar el control de la situación?, ¿sabiendo que las cosas con Antoine se pueden poner feas, con su visión limitada -al igual que la del espectador- porque no puede saber realmente qué está ocurriendo durante las visitas de Julien? ¿Y pasar luego a Antoine, en la fase en que empieza a perder los estribos? ¿Y ver el proceso por el cual crece y crece en él la locura? ¿Experimentando -de nuevo por tener limitada nuestra visión como espectadores- la tensión de saber que la otra parte de la familia no es consciente de la que se le viene encima?

U, optando aún por mantener la cadena de acontecimientos y los puntos de vista, ¿no añadiría una mayor tensión y un mayor interés dramático el alterar la línea temporal (a la Irreversible de Gaspar Noé -2002-), y comenzar con el tenso asalto a la casa para después ver, marcha atrás, cómo pese a la tragedia todo va a derivar en que a Antoine se le concede la custodia compartida? ¿Empezar con los hechos consabidos e ir impregnando el desarrollo de la historia de una fatalidad anunciada?

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O pongamos que, por una vez, decidimos que vamos a tomar un derrotero algo distinto al habitual. Que este no va a ser el ‘caso tipo’ de violencia doméstica, igual que Elle de Paul Verhoeven (2016) no era el caso tipo de violación, y seguimos la línea abierta por el mismo Xavier Legrand en su película: mantener la incertidumbre. ¿No sería más interesante que Custodia compartida se mantuviera en los grises de su primera mitad, en el que no están claras las actuaciones ni motivaciones de nadie, en que todos ocultan algo, y presenciáramos un auténtico embrollo generado por unos personajes que tienen un lado turbio?

O puestos a desvelar un claro ‘culpable’, ¿no sería más interesante descubrir, tras muchos avatares, que es Miriam, la madre, quien contra todo pronóstico ha estado manipulando hábilmente a sus hijos? ¿Que Antoine tenga que luchar frente a una situación que le viene a la contra precisamente porque todo el mundo da por hecho -la sociedad, los personajes, el mismo espectador- que él debe haber hecho algo horrible?

¿O incluso que fuera el pequeño Julien -que durante buena parte de la cinta tiene un comportamiento algo extraño-, quien se revela como alguien retorcido pese a su corta edad, que ha estado emponzoñando la relación entre sus padres hasta derivar en una situación sin retorno?

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Cada uno de estos simples planteamientos generales podrían desembocar, mediante una reescritura más o menos profunda del guión y un replanteamiento de la dirección y el montaje, en películas muy diferentes. Podrá haber quien vea claramente que no, que ninguna de estas vías atesora un especial valor, y que el planteamiento escogido por Legrand en Custodia compartida es el mejor posible. Que ya está bien así. En cualquier caso, lo que hemos expuesto aquí no hace sino evidenciar el hecho de que el arte de narrar consiste en gran medida en decidir qué se queda dentro y qué se queda fuera, y en escoger el punto de vista de la historia, que influirá de manera decisiva en cómo la percibe el espectador. No parece que Legrand haya sido capaz en su largo de explotar al máximo el material que tenía entre manos, ya sea por limitaciones creativas, cuestiones ideológicas o convicciones morales. Poco importa. La pregunta que nos viene a la cabeza al final (y sobretodo conociendo las posibilidades de otros enfoques como los mencionados de Verhoeven o Noé) es: ¿valía la pena realmente hacer Custodia compartida, si era de esta manera?

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