El Americana, festival de cine independiente norteamericano de Barcelona, se celebró la semana pasada cumpliendo con ésta su quinta edición y consolidándose así (o eso esperamos) como una de las citas ineludibles de la agenda cinematográfica de la ciudad. Nos acercamos pues a los Cines Girona para ver una selección de su programa, y encontramos una vez más propuestas de variados colores y pelajes.
Para comenzar nuestra crónica, hablaremos de un conjunto de películas que consiguen transmitir su mensaje con particular expresividad, valiéndose de un empaque visual especialmente cuidado a nivel estético.
El primer día ‘hábil’ del festival -tras la inauguración del martes con Gook, de Justin Chon-, nos decantamos por Dayveon, una propuesta que nos había entrado precisamente por los ojos al repasar la programación. La ópera prima de Amman Abbasi hace alarde, en efecto, de un dominio muy notable del encuadre -en un formato cuadrado que se va recuperando poco a poco- y con una paleta de colores y texturas que ejercen un efecto ciertamente envolvente. Dayveon no cuenta nada nuevo (es el verano de un joven de 13 años que perdió a su hermano en una trifulca, y que vive en una barriada humilde de mayoría negra), e incluso cae en lo trillado por momentos. Pero la fuerza visual del conjunto y las escenas más introspectivas, con una cualidad etérea muy bien conseguida, elevan la película hasta convertirla en una propuesta a la que vale la pena echar un vistazo.
Lo mismo pasa con The strange ones que, como Dayveon, no tuvo una gran acogida entre el público. Podría argumentarse que aquí también la forma pasa por encima del fondo. Pero puede que en este caso, aún más, todo dependa de si uno es capaz de sumergirse en la atmósfera enrarecida, de calma tensa y belleza ominosa, que le otorga identidad propia a este thriller dramático. El desarrollo es lento y los protagonistas (unos hermanos en plena huida a través de un Estado frondoso y remoto), apáticos; las imágenes, impecables. La historia se construye a golpe de sensación y termina por generar una buscada confusión, en una sucesión de momentos e informaciones que se contradicen, que niegan lo que hemos visto, que desdibujan la barrera entre lo que es real y lo que no. De nuevo, quien entre en el juego se sentirá estimulado; quien haya desconectado al principio, simplemente se reafirmará en su parecer.
En esa línea, aunque más accesible, se encuentra Gemini, que nos presentan antes de comenzar la proyección como un compendio de toda la Historia del thriller (una declaración a todas luces excesiva). Dirigida por Aaron Katz, cineasta con cierto nombre en la escena indie americana, Gemini es un elegante suspense ambientado en Los Ángeles, que sigue a la asistente de una joven estrella en el intento de clarificar un extraño crimen. El conjunto se enmarca en lo que se ha dado en llamar neo-noir; pero a estas alturas, y vistas las tendencias de los últimos años, tal vez sería más adecuado declinarlo en neon-noire. Gemini no es, sin embargo, The neon demon, ni Spring Breakers, ni Brian De Palma. Pero resulta en definitiva efectiva y absorvente, visualmente interesante y con las dosis suficientes de personalidad propia. Tal vez la conclusión flaquea un poco, pero el camino vale la pena.
Para rematar, Frederick Wiseman. Puede que lo nuevo del veterano documentalista choque con las cintas que hemos comentado hasta ahora, y ni siquiera se puede hablar de que la estética de su cine sea especialmente lustrosa. Pero la metodología que usa a nivel formal está sin duda sedimentada por años y años de práctica sistemática, y de sus películas se puede extraer una belleza abstracta que deriva del contenido, de la realidad que transpiran. En Ex Libris: The New York Public Library, Wiseman continúa haciendo activismo de lo público (y aún están recientes At Berkeley -2013- o National Gallery -2014-) y se recrea, durante tres horas largas, en la actividad que bulle en las entrañas de la famosa institución cultural. Un recorrido que abarca reuniones de junta, actos oficiales, consultas cotidianas, actividades en sedes repartidas por toda la ciudad de Nueva York… Con la habitual falta de florituras, el director tiene como único objetivo mostrar la vida, y que de alguna forma todo ese movimiento, ese dinamismo, resulte al público inspirador y transformador. Una vez más, el metraje se le va algo de las manos, pero la viveza de lo que retrata consigue finalmente su propósito. Salimos con ganas de hacer cosas, como decía aquél. Optimistas y esperanzados, porque existe en el mundo una corriente de energía orientada a la construcción y el progreso que queremos creer imparable.
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