Errementari

Comienza a quedar ya lejos aquel día en el que, precisamente inaugurando esta página, hablábamos del ascenso del nuevo cine fantástico español, a raíz de [REC]3 Génesis de Paco Plaza. Seis años después, pareciera que la cosa no cuaja del todo, y pocos más -a parte del mismo Plaza, que el año pasado nos deleitó con Verónica-, continúan al pie del cañón en defensa de un género que nunca ha sido muy del gusto del ente público. Por ello, siempre es una buena noticia que alguien apoye proyectos como el que nos ocupa. Es, ni más ni menos que quien empezó a remar en esa dirección, el que ahora coloca su nombre al frente de este Errementari (o El herrero y el diablo) con uno de esos grandilocuentes encabezados que reza ‘Álex de la Iglesia presenta’. Por eso, y por el cariño que se percibe tras la cinta, resulta doloroso comprobar, acto seguido y conforme avanza el metraje, que ésta no acaba de tomar vuelo.

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Errementari tiene lugar en Euskadi, tras la primera Guerra Carlista, y explora el misterio de un herrero ermitaño del cual se cuentan extrañas historias que implican al mismísimo diablo. La película intenta evocar un aire de leyenda muy poco habitual en nuestro cine y no sólo eso, sino que lo hace desde una identidad decididamente vasca. Algo que, por otro lado, resulta absolutamente imprescindible: ¿cómo apelar al relato mítico, a las raíces del folclore y la tradición, sin ser profundamente localista? Aquí radica uno de los principales méritos de Errementari, que enraiza con la tierra, la lengua y el relato popular de una forma cuasi activista. La dirección de arte es también reseñable, y el diseño de las criaturas abunda en el cariño por los efectos de maquillaje, buscando una sensación física, de misterio y maravilla, y consiguiendo por momentos que recordemos la eterna Häxan (Benjamin Christensen, 1922).

¿Cuál es el problema, pues? Que todas las buenas intenciones de Errementari, todo el poderío de su imaginería, topan con una narrativa por momentos torpe y unas actuaciones decididamente modestas. El director, Paul Urkijo, se embarra en un montaje abigarrado, un planteamiento visual que no llega a explotar las posibilidades de su relato, un buen puñado de diálogos y escenas simplonas que contribuyen, en definitiva, a que la película avance a trompicones y de forma embarullada. Súmesele, como decíamos antes, un conjunto de actores sin la necesaria solvencia, o faltos de una guía suficientemente sólida y, a pesar de un tramo final notablemente impactante, el resultado es una película con un acabado más que decente pero un regusto amateur, en el mal sentido del término. Errementari no transmite la intensidad que debería porque cae en un forzado efectismo, y no termina por ende de resultar convincente. Pese a sus loables pretensiones, no supondrá pues el revulsivo que podría para el panorama de género patrio. Habrá que seguir esperando; habrá que seguir intentándolo.

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