Sofia Coppola es una cineasta que se toma su tiempo entre película y película. Cada uno de sus largos está separado del anterior por tres o cuatro años. Y eso es algo que suele transpirar en sus filmes, de ritmo pausado, por momentos contemplativos, buscando siempre una dimensión interior. Lo cual es cierto en su totalidad para La seducción, su último trabajo.
Ambientada durante la Guerra Civil Americana en un internado para chicas, en La seducción lo íntimo se impone al marco histórico, los pequeños acontecimientos cobran mayor importancia que el conflicto que ocurre de puertas para afuera. Nunca llegamos a ver la guerra en La seducción sino a través de lo que comentan entre ellas las protagonistas (que, a su vez, hablan de oídas) y, mucho más evidentemente, del elemento disruptor en la vida de esas mujeres, la aparición de un soldado herido del bando enemigo (Colin Farrell), que se convertirá en absoluto revulsivo de su mundo particular.
Resulta tremendamente bella la visión de Coppola sobre cada mujer de su elenco (que brilla al completo, desde las aportaciones infantiles hasta la habitual de la directora, Kirsten Dunst, Nicole Kidman, o esa nueva estrella que se llama Elle Fanning), los matices que extrae de unas y otras, los momentos de comicidad que adornan un ambiente de creciente tensión en calma. El quid de la cuestión, en cualquier caso, es que tal vez la seducción del título es algo que flota en el ambiente de forma natural e incontrolable, y que afecta a más actores de los que parecería, que se presenta en ocasiones de manera suave y otras veces de forma impetuosa e incluso inesperada.
Porque si una cosa queda clara en La seducción, es nuestro afán desesperado por conectar con otros, por abrirnos puertas, por respirar más fuerte, vivir siempre más y más allá de los límites que nos han sido impuestos. Y, pasada la tormenta, una de las cosas más interesantes que nos deja la cinta es esa noción difusa de punto de no retorno, del momento en que es imposible que las cosas vuelvan a ser como fueron. Un punto que, en perspectiva, nos hace preguntarnos cómo demonios se ha alcanzado, si podría haberse en todo caso retrasado, o ocurrido de otra manera, o en otro tiempo y otro espacio. Pero que al final, como la misma seducción, puede que fuera inevitable.
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