Volver sobre Fast & Furious cada par de años es como hacer una visita periódica al parque de atracciones de turno: uno sabe que no va a encontrar grandes novedades, pero hay una cierta sensación de familiaridad y de diversión en crudo que son difíciles de despreciar. Y es que no hay actualmente mucho donde escoger en el terreno de la acción pura y dura, a la vieja escuela (entendiendo por vieja escuela los años noventa), así que entregas como ésta siempre despiertan una sonrisa en el personal que sabe dejarse llevar por su espíritu naif y absoluta falta de pretensiones.
A estas alturas, Fast & Furious se ha convertido en algo tan auto-referencial como la otra gran explotadora de esa parcela del cine que fue Los mercenarios (‘fue’ porque parece que la cuarta entrega de la saga está en la cuerda floja, y de la versión femenina hace tiempo que no se sabe nada nuevo). Pero con la diferencia de que ésta se alimenta solamente de sí misma. Y es que la saga, con sus dieciséis años de historia, ya ha tenido tiempo de aupar a estrellas de cuño propio como Vin Diesel, Michelle Rodríguez o el malogrado Paul Walker, ha invitado a la fiesta a otras contemporáneas como Dwayne Johnson o Jason Statham, e incluso se permite engrosar su casting con celebridades que están de paso o llegan para quedarse, como es Kurt Russell y en esta ocasión Charlize Theron y Hellen Mirren. Una auténtica ensaladilla que consigue que ese santurrón e involuntariamente petardo aire familiar que se ha encargado de insuflar Vin Diesel entrega tras entrega se haya ganado un hueco, contra todo pronóstico, en nuestro imaginario cinéfilo.
Dicho lo cual, Fast & Furious 8 funciona, efectivamente, como un tiro, y consigue mantener el tipo tras el capítulo mejor recibido de la serie, el Furious 7 de James Wan (2015). Hay que pasar, como siempre, por el preceptivo prólogo de situación y diálogos chuscos, con salteado de culazos a cámara lenta incluído (algo que el cerebro recibe a medio camino entre la vergüenza ajena y una sensación de liberadora transgresión vistos los tiempos de hipercorrección que corren). Pero una vez pasado el trámite -que, siendo generosos, da para unas risas-, empieza la aventura de verdad y el alargado metraje de la película se pasa como si nada. Como es de esperar, el argumento no tiene ni pies ni cabeza, y Diesel queda eclipsado por sus compañeros de reparto, que le superan en minutaje y magnetismo. Pero la cinta va sobrada de intensas secuencias de acción, gloriosas frases lapidarias, sobre-explotación de carisma… todo lo que uno podría y debería esperar a estas alturas de una película como ésta. Como ya es costumbre, Fast & Furious 8 bien podría ser el resultado de dejar a un niño a solas con un puñado de cochecitos de juguete y colocado a base de Coca-Cola. ¡Pim! ¡Pam! ¡Pum! ¡Brrrum! ¡Ñiiii! ¡Crash! Es simple, infantil e intrascendente… y, justo por eso, dichosamente disfrutable.
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