Aviso para navegantes: a quien madruga, no siempre Dios le ayuda. Que nos lo digan a los pobres diablos que nos presentamos a las ocho y media de la mañana en el centro de Sitges para ver Inner demon, película de la sección Panorama Fantàstic, posiblemente la más resbaladiza de la programación. Porque vaya panorama el de esta producción australiana. Inner demon es un home invasion derivado en survival que cuenta lo que hemos visto ya veinte veces, y veinte veces mejor contado. El elemento argumental original/interesante aparece tarde y mal planteado, reviste una falsa profundidad, las situaciones a lo largo de toda la película son absurdas, la técnica es justa… Se incluía ésta dentro de ese grupo de cintas cada vez mayor dirigido por mujeres, de las cuales el festival (y los espectadores) nos congratulamos. Pero lo único que se demuestra en este caso es que ellas pueden hacerlo igual de mal que ellos. Un castañazo monumental.
Y no es que la cosa mejore demasiado. Ya de vuelta a la sala grande y a la competición oficial, nos topamos con Baskin, una producción de terror turca que se adentra en los terrenos de las sectas y el satanismo sin demasiado orden ni concierto. El director Can Evrenol parece obviar todo sentido del ritmo, haciendo del relleno la razón de ser de su película (cosa que tal vez se explique por sus orígenes como cortometraje). La sucesión de acciones y set pieces acaba siendo exasperante, el machihembrado visual y genérico no funciona y, principal problema, los personajes no actúan, tan solo padecen los acontecimientos. Veneno para cualquier guión cinematográfico. Al final solamente queda un envoltorio (eso sí) bonito, y unos aplausos inexplicables entre la audiencia, que la convierten seguramente en la cinta más sobrevalorada del festival.
Afortunadamente, a mediodía los vientos cambian y aparece en la sala Sion Sono, el prolífico y alabado director japonés, que presenta en esta edición ni más ni menos que tres películas. Sono resulta mucho más simpático de lo que uno esperaría viendo sus fotos y algún making of, y se muestra agradecido y dispuesto de cara a los fans («Si me encontráis por la calle, paradme, por favor»). Cuando se apagan las luces y se proyecta su Love and peace, el día comienza a tener algo de sentido. Lo cual resulta paradójico, puesto que lo de Sono sigue siendo el pastiche puro y duro. A una historia de ascenso casual al estrellato se le suma otra al más puro estilo Toy Story (con marionetas incluidas) y la verdad es que, durante mucho rato, la situación resulta más chocante que satisfactoria. Mientras tanto, van desfilando ante nuestros ojos multitud de ideas locas y muy originales, salteando esquemas y situaciones que responden a los clichés de los géneros mezclados. Y finalmente, las dos líneas de trabajo, que parecen darse de leches, acaban convergiendo mágicamente en un mensaje unitario para la película, que deja a todo el mundo con una sonrisa pletórica. Sono lo ha conseguido una vez más, en esta ocasión con una historia escrita hace veinticinco años.
Ángel Sala destacaba que en esta edición de Sitges abundaban las películas de terror y, si acaso, The hallow es una de las resultonas muestras de ello. Una familia se ve acosada por unas criaturas del bosque en el corazón de Irlanda. La persecución en la cual deriva la noche en que todo salta por los aires consigue ser realmente tensa y, hasta muy avanzada la película, los personajes parecen funcionar con la lógica de un humano razonable. Es lo que hace que The hallow se vea con tanto agrado. Pero por desgracia, en el último tramo, la cosa se le va un poco de las manos al director Corin Hardy. Sus protagonistas comienzan a tomar decisiones dudosas, y da la sensación de que las propias reglas que se ha impuesto la fantasía no acaban de respetarse, o son demasiado difusas. Una lástima, ya que tenía números para convertirse en el mejor terror del festival. Aún así, supera a la americana We are still here del primer día, posiblemente la cinta más cercana a The hallow hasta el momento.
Hacía tiempo que había descubierto por Internet el trailer de The visit de Michael Madsen (no confundir con la película de Shyamalan) y me había llamado poderosamente la atención, de manera que sacrifico otras opciones para asistir a su proyección. La fórmula es muy atractiva: se mezclan documental y ficción para testear cómo actuaría el mundo ante un contacto (que no invasión) extraterrestre. Con entrevistas a trabajadores de la ONU incluidas. Con profesores de universidad lanzados a lo desconocido. Hay quien se siente decepcionado con el resultado, tal vez porque la ficción ya ha ilustrado de forma sorprendentemente plausible múltiples escenarios ante tal contingencia. Pero, aunque no haya planteamientos conceptuales muy novedosos, la presentación me parece atractiva, genera curiosidad y, sobretodo, resulta estimulante ver cómo, al querer extraer información a unos marcianos sobre ellos mismos, finalmente terminamos reflexionando sobre cómo somos nosotros. Es conforme se va dibujando este enfoque que el documental se vuelve más absorbente, y el elegante envoltorio visual de Madsen hace el resto. Aunque más de uno abandona la sala, yo salgo satisfecho.
Para terminar el día, me atrevo con The dead lands, una película modesta de la sección Panorama que deja un buen sabor de boca. El simple hecho de que alguien haya apostado por realizar una película de aventuras y acción con maoríes ya merece un aplauso. Y eso es The dead lands, ni más ni menos, una propuesta de transparencia ejemplar, que no necesita de accesorias historias de amor o de superfluas ramificaciones de la trama para desarrollar su propuesta. Se dejan sentir reminiscencias a Conan, el bárbaro (John Milius, 1982), a Rapa Nui (Kevin Reynolds, 1994)… y mientras tanto, los personajes corren, sudan, pelean en una sucesión de escenas con fuerza, beneficiadas de la original estética escogida, y que sacan el máximo jugo del escaso presupuesto de la cinta. Como en otras ocasiones, la función se alarga más de la cuenta, pero no se puede negar que es muy resultona. Se trata del tipo de cosas con las que agrada toparse en Sitges. Y es tan extraño encontrarlas que, a pesar de su clasicismo formal, tal vez deberían estar en la sección Noves Visions.
Lo de Baskin solo se salva por su final bizarro, que me recordó mucho a Encarnaçao do Demonio.
En mi opinión no tiene salvación posible. De verdad que se me hizo insoportable, no podía evitar resoplar. Y no me suele pasar.