Al igual que hicimos el año pasado (aunque esta vez de forma más breve), vamos a dar cuenta de una pequeña parte de las 58 películas que conforman la quinta edición del Atlántida Film Fest, una cita obligada para el que guste del cine alternativo, y que ofrece una estupenda ventana a un buen puñado de películas prácticamente imposibles de ver fuera de su contexto.
Comenzamos nuestro recorrido extrayendo tres títulos de la Sección Oficial, en este caso con bastante mala fortuna (y los que nos conocen sabrán que lo que viene a continuación no responde a ningún ansia destripadora).
Abrimos fuego con Taller Capuchoc, el segundo largo de Carlo Padial, y, si alguna cosa parece quedar clara, es que el director funciona bien como escritor pero en el terreno cinematográfico camina a ciegas. Enseguida salta a la vista que el realizador no domina los recursos cinematográficos y satura la cinta de planos intrascendentes que, más que ayudar a plasmar la neurosis de sus personajes, consiguen saturar y contribuir a la redundancia visual y narrativa, que campa a sus anchas por toda la película. Quien esto escribe no ha tenido la ocasión de ver su anterior Mi loco Erasmus (2012) pero puede afirmar sin problemas que el mundo de Padial queda representado de forma mejorada, compactada y, paradójicamente, aumentada, en el corto especial que realizó para Venga Monjas, La Ferguson Party (2013). Por lo que a este Taller Capuchoc respecta, acaba siendo cansino en grado máximo. Desde luego que hay algunas buenas líneas, y Miguel Noguera tiene una actuación sorprendentemente natural, pero uno no puede evitar la sensación de que los artífices se han pasado de listos y se la están metiendo doblada. De que, con la excusa del underground y el do it yourself, nos presentan una pieza infraproducida y sin demasiado sentido. Que el post-humor, en definitiva, se nos ha ido de las manos.
Continuamos con Sueñan los androides, de Ion de Sosa; otro hueso (aunque algo menos) duro de roer. Una vez acabado el visionado, puede decirse que aquél que no conozca la obra de partida (el ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? de Philip K. Dick, que inspiró el Blade Runner de Ridley Scott) no podrá captar la mitad de la información que proporciona la cinta. Y, dado que ésta es innegablemente escasa, la cuestión resulta bastante grave. Sí que se le debe reconocer a de Sosa el gusto al encuadrar, pero abusa de naturalezas muertas, de acciones e inacciones irrelevantes. Por el camino, ha aprovechado el director para hacer un homenaje a familia y amigos, con unos collages simpáticos (y que proporcionan el mejor momento de toda la cinta, hacia el final de la misma), pero tras los cuales no hay discurso, más allá de un supuesto experimento de arqueología futurista que no se acaba de integrar en la realidad de la propia película. Habla la web oficial del festival de «una película de NO género que prácticamente mezcla todos los géneros -desde sci-fi a cine negro pasando por la comedia surreal y el drama social». Y, en efecto, la cinta quiere ser tantas cosas que no llega a ser ninguna. El Velasco Broca que referencia el director en sus agradecimientos se encuentra aquí mal digerido; porque aquél cuenta, por lo menos, con el don de la brevedad y una riqueza visual que, por el momento, de Sosa no logra alcanzar.
Por último, nos lanzamos allende nuestras fronteras para aprender una valiosa lección: una concatenación de grandes planos no hace una gran película. El dudoso honor de probar tal afirmación recae sobre Ruined heart, producción filipina de Khavn de la Cruz que, desgraciadamente, enuncia todo lo que tiene para contar en su título ampliado: Another Lovestory Between a Criminal & a Whore (Otra historia de amor entre un criminal y una puta). La fotografía corre a cargo del maestro Christopher Doyle y es sin duda magnífica de principio a fin. Pero se hace patente la necesidad de una narrativa en el sentido más amplio de la palabra. La cinta está conformada por una serie de sketches musicales (ella, él, los dos juntos, caminando, huyendo) que, al no tener el director ninguna voluntad aparente por dotarlos de cohesión, caen en la intrascendencia. Tanto Doyle como el protagonista, el fantástico Tadanobu Asano, han visto su talento mejor aprovechado en un buen puñado de ocasiones, y resulta una verdadera lástima, porque Ruined heart tiene momentos con auténtica fuerza, de creatividad arrolladora, que acaban siendo ahogados por su pretenciosidad. Por lo visto, el invento parte de un cortometraje del mismo director. Seguramente hubiera sido mejor mantener ese formato, puesto que lo que se nos presenta se encuentra peligrosamente cercano a una Ruined movie. Mientras tanto, servidor imagina lo interesante que podría resultar una colaboración entre Doyle y el danés Nicolas Winding Refn.
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