L’Alternativa (II): Nuevos horizontes

Encontramos por fin lo que habíamos venido a buscar a L’Alternativa: propuestas que nos abran las puertas a nuevos espacios, geografías desconocidas y con sus propias idiosincrasias, con historias planteadas de formas distintas pero capaces de captar nuestro interés. Porque el arte, en definitiva, no deja de ser universal.

La primera parada de nuestro viaje es Turquía. Ben o değilim (Yo no soy él), que es como se llama la cinta en cuestión, nos adentra en la vida de un gris trabajador de clase baja, que se dedica a lavar platos en una cantina. El director, Tayfun Pirselimoğlu, abunda en los planos abiertos y largos, haciendo que ese tiempo estático en que vive el protagonista se traslade a la pantalla. Una realidad distante, tremendamente austera, pero en la que podemos encontrar elementos reconocibles. Aparece entonces el personaje femenino, el que lo llevará a una particular transformación interior que provocará, incluso, que a media película emerjan elementos de género que uno nunca se hubiera esperado en una propuesta de este perfil. A pesar de todo, hay que reconocer que a la película bien le sobra media hora, sin la cual podría haberse mantenido el tono, el ritmo, la forma y el fondo, sin necesidad de poner a prueba la paciencia del espectador, como ocurre en  ciertos pasajes.

El protagonista cocina como puede.

Cruzamos el océano y llegamos a Brasil. Ventos de agosto, de Gabriel Mascaro, es hasta el momento el largometraje más interesante del festival. Aún siendo cómplice de esos tempos calmados que abundan en las corrientes cinematográficas que nos ocupan, Mascaro consigue adentrarnos en su mundo con suavidad y de forma sugerente. Sin encasquillársele la máquina en ningún momento, paseando la cámara por ese limbo en el que vive la joven pareja protagonista, sin miedo a dejarse llevar ya sea por los contundentes cuerpos de sus actores, ya sea por los toques de humor, pero siempre de una forma contenida, con la suavidad a la que hacíamos mención. Paseamos por las plantaciones, la selva, la ciudad, el mar; acompañamos a la película en su particular viaje. Un conjunto sin estridencias, rico en detalles, que se resuelve gracias a ello y a lo conciso de su metraje (una hora y cuarto), con una liviandad que a la vez deja poso.

La pareja tras un revolcón.

El simpático director José Ángel Alayón se acerca a las incómodas sillas del Teatre CCCB, donde tienen lugar la mitad de proyecciones oficiales, para presentar su ópera prima en largo, Slimane, retrato de un grupo de jóvenes marroquíes (y en especial el del título) que subsisten como pueden en las islas Canarias. Personajes marginales, bravucones, con un punto quinqui, los actores no profesionales que pueblan la cinta (León de Aranoa estaría encantado) aportan una sorprendente verdad a sus actuaciones -precisamente lo que empujaba el proceso creativo de Alayón. En la hora que dura esta historia -que, recordemos, cabría mejor definir como retrato-, la cámara se engancha a los personajes sin apenas dejarlos solos un momento; si acaso, cuando vagan por ciertos entornos, como esa cantera que será protagonista del episodio crucial de la película. Vienen a la mente los hermanos Dardenne, Gus Van Sant; referencias que el director mismo corroborará durante uno de los post-screenings más dilatados (e interesantes) a los que he podido asistir. Slimane es una cinta seca y directa, a la cual vale la pena acercarse, y que termina con un plano-contraplano para enmarcar.

El protagonista en su día a día.

Nos sumergimos, por último, en la Sección Oficial de cortos, en este caso el segundo bloque. Cada uno viene de un país distinto, así que proseguimos ese viaje que tanto ansiábamos. La primera parada es en Galicia, con Ser e voltar, película de Xacio Baños que parte de la idea de realizar un retrato de sus abuelos, idea que se transforma conforme avanza el proceso creativo. Los protagonistas dan lugar a momentos realmente graciosos, la factura es elaborada, pero también es cierto que el interés decae en el último tercio, cuando el director empieza a jugar demasiado con su propio artefacto, conviertiéndose en un intruso de su película.

Lo más sugerente de esta sesión sea seguramente el trabajo del alemán Thorsten Fleisch, Picture Particles, un cortometraje abstracto en que el autor no sólo juega con las texturas de fragmentos de película química salidos de vete a saber dónde, si no con el efecto de la luz sobre el espectador durante la proyección. El festín estroboscópico y sonoro consigue el estado epatante deseado. Un viaje a lo 2001: Una odisea del espacio (S. Kubrick, 1968) en miniatura. Muy estimulante.

Una de las partículas de la película.

Tras esto, el falso documental A Deusa Branca (La Diosa Blanca), del brasileño Alfeu França, resulta somnífero. También usando material fílmico encontrado, una narradora nos guía a través de una expedición de los años 50 con la intención de rodar una película en el interior de la selva (muy Herzog). Parece que hay cierta manía con las voces en off usadas de forma extensiva (por no decir indiscriminada) y monocorde. La suavidad de esta señorita durante la media hora que dura el experimento es excesiva, y conforme pasa el rato, hay más ojos cerrados que abiertos.

The obvious child (La niña directa), animación inglesa, vuelve a tirar de ese recurso, con un narrador que incluso vampiriza las palabras de los personajes. Está bien, ese narrador debe ser la niña del título, que se está montando su particular y macabra historia. Pero por muy escabroso que sea el contenido, o malsanos los diseños, o incómodas las técnicas de animación utilizadas, el trabajo de Stephen Irwin me resulta cargante (de hecho, ya había encontrado insufrible su corto Moxie hace unos años).

Un salto adelante en todos los aspectos supone Escort (Escolta), del holandés Guido Hendrikx. Su corto documental nos adentra en la instrucción de los escoltas encargados de repatriar inmigrantes a los cuales se les ha denegado el asilo en los Países Bajos. Por si a alguien no se le había pasado por la cabeza, el tema es duro (no solo a nivel emocional, sino moral), y más cuando te lo plantan delante de las narices. Directo, sin aspavientos, sin sentimentalismos ni morbo. Para pensar.

Pues eso.

Cerrando la sesión, una muestra de animación coreana, Man on the chair (El hombre de la silla) de Dahee Jeong. Buenas dosis de surrealismo, de animación atrevida y virtuosa, con una estética muy agradable, creativa, y un trasfondo de gravedad existencial. Sugerente en la medida en que no lo conseguía ser la anterior The obvious child. La pieza ganó el pasado Festival de Annecy, y supone un excelente cierre para la jornada.

Una ligera mirada al existencialismo.

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