L’Alternativa (III): De una ida y de una vuelta

Aunque pueda resultar contradictorio encabezar esta crónica haciendo referencia a una obra como la de Tolkien, que -sin pretenderlo inicialmente- apela a las masas, recordemos que lo que en definitiva une nuestros intereses es la calidad del objeto analizado. Y, después de todo, la finalidad última debería ser la de romper las barreras que predefinen el público alcanzable por una obra. Más allá de estas divagaciones, la cita viene al caso puesto que emprendemos un particular recorrido a la inversa durante nuestras últimas sesiones de L’Alternativa. Casi por casualidad, hacemos un viaje especular, que nos devuelve al punto de partida, el lunes de esta misma semana. Curioso.

Para comenzar, una nueva sesión de cortos. En este caso, el tercer bloque a competición, que se abre con una película encajada de refilón, ya que cae en el indeterminado terreno del mediometraje. Se trata de La vie de chantier (Vida en la obra) de Yann Pierre, un interesante (y entretenido) acercamiento a un grupo de obreros portugueses que trabajan en Francia. Un tipo de relato que no nos es para nada ajeno y que en media hora, durante la cual el director juega a la realidad ficcionada y mezcla distintas formas de documental, consigue ahondar más en sus objetivos que Farocki con el largo del otro día.

Un momento en la obra.

Se sigue un interesante corto experimental, Broken tongue (Lengua rota), que explora de otra forma, y esta vez muy brevemente, el tema de la inmigración. Funciona porque no se estira, porque en su aparente sencillez se puede atisbar un discurso, y su collage de imágenes no resulta arbitrario. Es este tipo de cine un terreno de arenas movedizas, pero piezas como ésta hacen que podamos defender su validez.

Una de las diapositivas que conforman la película.

Por el contrario, Intro, de Ivan Salatić, que vuelve a los terrenos de la narración, aunque esta no sea la más convencional, resulta de lo más anodino. Relato de un joven que trabaja en un puerto de Montenegro, se queda a medias en todo, y se olvida en el mismo momento en que terminan sus títulos de crédito.

No ocurre así en el caso de Through the Hawthorn (A través del arce), un trabajo de animación ciertamente destacable, en que una sesión de psiquiatría es dividida en tres pequeñas pantallas, cada una explorando distintas estéticas, contenidos y narrativas, que a la vez conforman un todo muy estimulante. Una de esas películas que consiguen penetrar en la mente de sus personajes y, por ende, de la de los espectadores.

Una visión fragmentada.

Los Guardines, sin embargo, aún con un planteamiento original, que se basa en filmar un pueblo abandonado mientras un antiguo vecino recita todos y cada uno de los habitantes que tenía la aldea, se acaba agotando. El experimento de Miguel Aparicio tiene su atractivo visual y conceptual, pero todo lo que tiene que ofrecer lo hace durante los primeros dos o tres minutos. La otra mitad es simple redundancia, que más que potenciar el impacto del corto, lo desvirtúa.

De cualquier forma, quien se lleva la palma de esta sesión es Epistrofi stin odo Aiolou (Retorno a la calle Aeolus). Siguiendo en la línea experimental, la griega Maria Kourkouta realiza un montaje de imágenes de películas patrias y citaciones poéticas. Pero no explica su fórmula -o lo que es realmente grave, ésta no se descifra- hasta el final. Dudo que ninguno de los asistentes entendiera lo más mínimo de lo que estaba pasando en la pantalla; y eso que la artífice, según reza la web del festival, pretende retratar la Grecia moderna. Se la estará retratando a sí misma. Elitismo sin sentido, distanciamiento infundado del espectador.

La que sí retrata una situación actual, pero con mucho más atino y sin perder audacia a nivel cinematográfico, es Brûle la mer (Arde el mar). Recuperamos la sección oficial de largometrajes con esta propuesta en 16 mm que ahonda en la experiencia de la inmigración tunecina en el contexto de la Primavera Árabe. Un documental denso -los planos se alargan, los monólogos abundan, el hilo conductor es leve-, exigente para con el espectador, pero que tiene sus recompensas para aquel con ganas de escuchar. Centrado en las experiencias de Maki Berchache (que también co-dirige junto con la francesa Nathalie Nambot), opta por un guión muy preparado pero que, como si el primigenio Flaherty nos mostrara las costuras de sus películas, no resta verdad a la historia que cuenta. Brûle la mer está llena de reflexiones valiosas y es una buena herramienta para la comprensión de una realidad a la cual en pocas ocasiones podemos acceder de primera mano. Es, junto con Ventos de Agosto, lo mejor que hemos podido ver dentro de la competición del festival.

Recuerdos de la lucha.

El círculo se cierra nuevamente en África. Si abríamos nuestra cobertura con Touki bouti, en esta ocasión tenemos la ocasión de disfrutar de otra obra del mismo Djibril Diop Mambéty, en este caso La petite vendeuse de soleil (La pequeña vendedora de sol), rodada en 1999Relato cien por cien humanista, en apenas tres cuartos de hora Mambéty consigue transmitir una energía maravillosamente positiva, en que las clases bajas, los descastados -y, de paso, la mujer africana-, son objeto de una vehemente reivindicación, encarnados en la piel de esa pequeña vendedora del título, una niña lisiada que no se rinde ante nada, que ni tan siquiera se plantea la posibilidad de ser menos que nadie. Preciosa fotografía, por cierto, la que enmarca esta fábula que contiene algunas secuencias absolutamente memorables, y que se abre camino sin dificultad en el corazón del espectador de una forma mucho más accesible que la película de inauguración. Imprescindible.

Momento álgido de la historia del cine.

La propia sobrina de Mambéty, Mati Diop, es co-protagonista de esta pequeña retrospectiva organizada por el festival, y la sesión de La petite vendeuse de soleil se completa con Mille soleils (Mil soles), otro mediometraje que, en esta ocasión, se adentra en los terrenos del metacine. Y es que la realizadora toma como punto de partida precisamente Touki Bouti para desarrollar una cinta en que documental y ficción se confunden, al punto de que la naturaleza de ciertas áreas queda totalmente difuminada. Diop recupera al protagonista del clásico de los setenta, Magaye Niang, y realiza un dibujo de su situación cuarenta años más tarde, y tomando como referencia una proyección pública del filme que le dio a conocer. A pesar de las limitaciones técnicas, la película va sumando interés conforme profundiza en el personaje y las barreras de la propia cinta se ensanchan hasta desembocar en un final onírico y poético, que actúa como espejo de la obra primigenia en la cual se basa, generando un diálogo muy inteligente con la misma.

Sentimos que esta es la película perfecta para cerrar nuestra pequeña panorámica por el festival, un viaje por terrenos no siempre cómodos, pero que pueden provocar reacciones de lo más estimulantes si se apuesta por ellos. Que el cine atrevido nos acompañe.

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